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Ir a Los juegos olvidados (1)

Una cosa eran los juguetes y otra los juegos. Estos últimos eran de dos clases: los juegos de patio y los juegos de salón. Los primeros los aprendía uno en la escuela y los repetía en el tiempo libre con los amigos; otros eran inventados por nosotros de acuerdo con la película que proyectaba el cura párroco contra la pared de la casa cural. No he nombrado a las niñas porque ellas formaban un núcleo aparte con sus muñecas de trapo y sus actividades femeninas.

Los juegos de salón eran (algunos se conservan inalterables en el tiempo) diversiones inofensivas para distraerse en familia (la TV no era parte de la familia como ahora) durante las largas horas de lluvia o en los fines de semana.

En la escuela los profesores enseñaban una cantidad de juegos, durante las clases de Educación Física, que los niños repetíamos en los recreos. Sé que algunos son comunes a todos los países del área pero quiero nombrarlos: Las lleva: un grupo de chicos escogía un perseguidor, a la voz de tres todos corrían escapando de este y cuando lograba tocar la espalda de alguno decía “las lleva” y el tocado pasaba a persecutor; cuando uno no podía con el alma por el ahogo, cerraba un puño y con la palma de la otra mano golpeaba dicho puño diciendo “tapo remacho”, que equivalía al actual “time” en los juegos de básquetbol y  podía uno descansar hasta que decía “destapo” y salía corriendo. Cuando alguno sentía que las reglas del juego no estaban funcionando repetía la señal de tapo pero gritaba “tapo, remacho y no juego más” y se iba refunfuñando.

Policías y ladrones era un juego muy popular. Los infaltables dos bandos se denominaban “policías”, el de los buenos” y “ladrones” el de los malos. También era de carreras, los ladrones  huían de la justicia y los ladrones corrían por todo el espacio permitido; cundo un policía capturaba un ladrón lo llevaba a la cárcel que consistía en un pequeño pedazo custodiado por dos o tres policías; mientras los otros perseguían a los ladrones libres, los más hábiles de este grupo trataban de acercarse a la cárcel y tocar la mano de un preso, cuando lo alcanzaban este quedaba “libre” y salía a correr y así hasta el cansancio. Una variante del juego era “Vaqueros e indios”; en esta había flechas y pistolas de juguete que, muchas veces, ocasionaron lesiones porque una flecha hería un ojo del vaquero…

Ya nombré las películas del cura, por lo general históricas o de vaqueros; cuando presentaba películas moralizadoras todos los niños nos aburríamos y terminábamos dormidos mientras los mayores acababan en charlas, para nada relacionadas con las buenas obras que aparecían en la pantalla. De estas películas nuestras preferidas eran las de “espadas” y, al otro día, amanecíamos fabricando las correspondientes espadas y capas; espadachín sin capa era un “ordinario y chambón” de la plebe. Todos queríamos ser D´Artagnan o cualquiera otro de los tres mosqueteros, pero siempre arreglábamos por las buenas y nos turnábamos el papel estelar, hasta los más lerdos con la “espada” eran los  héroes, de vez en cuando. Otro género que nos motivaba era el de guerra: según la película éramos gringos contra alemanes o gringos contra japoneses.

Los fines de semana salíamos en grupo a los potreros aledaños y los alrededores del cementerio a jugar a las escondidas. El camposanto era uno de nuestros lugares preferidos para este juego por la innumerable cantidad de sitios para esconderse. Nos alejamos un tiempo por un contratiempo que nos sacó en estampida hasta nuestras casas. Estábamos buscando donde escondernos mientras el buscador de turno contaba hasta cincuenta de cara contra la pared y los ojos cerrados, buscamos el refugio de la galería de las bóvedas  nuevas, la mayoría sin estrenar cuando oímos quejidos dentro de una de ellas; temblando nos acercamos para ver que sucedía cuando empezaron a aparecer los pies de una persona, luego las piernas (en medio de quejidos y ayayay), cuando el cuerpo iba por la cintura corrimos sin mirar atrás, hasta nuestras casas. Después supimos que “El Tayón”, el borrachín del pueblo, acostumbraba dormir sus borracheras en una bóveda y lo hizo hasta un día en que de verdad amaneció difunto.

El río fue una diversión; lo llamábamos río pero era una quebradita sin mayores pretensiones; su caudal es escaso y en algunos lugares el agua encontraba espacios para llenar y formaba pozos  que, en nuestra imaginación, transformábamos en balnearios. Allí ejercitábamos nuestras escasas dotes de nadadores y todo marchó bien hasta el día en que un niño de otro grupo resbaló en una piedra mojada, cayó de espaldas y se desnucó. No sé porque mi infancia está marcada con cierto número de cruces, como para marcar los hitos de cada etapa.

Otros juegos fueron populares en mi época pero enumerarlos y describirlos se haría demasiado largo, como que merecen un libro que atesore todos esos recuerdos. Voy a enumerarlos de pasada con su correspondiente descripción resumida:

El puente está quebrado: dos niños (as) colocados frente a frente se toman de las manos. Los otros forman una fila y se toman de la cintura del que va delante; al ritmo de la canción: “El puente está quebrado, con qué lo curaremos, con cáscaras de huevo, burritos al potrero, pase el rey, que ha de pasar, que alguno de sus hijos se ha de quedar. En este punto atrapaban al que iba pasando y uno a uno formaban detrás de los dos que estaban tomados de las manos. Al final los dos equipos medían fuerzas halando en sentidos contrarios para hacer pasar al equipo contrario una línea trazada en el piso.

San Miguel Dorado. Es un duelo entre el Demonio y San miguel. San Miguel tiene a sus almas detrás de él cogidos uno tras otro de la cintura y se entabla el siguiente diálogo:

-         San Miguel Dorado, vengo por un alma.
-         Pues no te la doy
-         Si no me la das cogida la tengo

El diablo intenta atrapar una de las almas que, sin soltarse, se escudan en San Miguel, las almas que atrapa el diablo se van para el infierno… hay variantes del juego.

Hay otros como Cuclí; soldados libertados; Lobo, ¿estás?; los envenenados, los asfixiados, espernancados, etc. Los juegos de sala o de salón han trascendido el tiempo y la mayoría siguen vigentes; por lo menos en los pueblos pequeños y en la provincia y como son del conocimiento general de todos sólo quiero decirles que dichos pasatiempos llenaron horas y horas de sus padres y abuelos en esas horas interminables sin luz eléctrica a la luz de velas o lámparas de gasolina o kerosene. Me refiero al parqués, las damas chinas, damas, ajedrez, escalera, las barajas con todas sus variantes (había juegos específicos para la baraja española y otros para el póquer), el dominó y otros que se me escapan.

No sé en qué momento, creo que a principios de los sesentas, irrumpió en las salas y salones el bendito MONOPOLIO.  En Antioquia, Colombia, adquirieron los derechos de distribución y comercialización del pasatiempo y lo sacaron al mercado con calles y plazas de Medellín, para hacerlo más atractivo al público de mi país; no joda, yo dejé miles de horas de mi pubertad y adolescencia en el juego, en este juego.

Lo más seguro es que la memoria me fue infiel y muchas distracciones lúdicas quedaron olvidadas. No hice mención de los deportes, esos no necesitan presentación porque hacen parte de la historia permanente de todos los países. Los juegos de las niñas merecen un capítulo especial. En mi época el contacto de niños y chicas se limitaba a sacarse la lengua en la iglesia o  a pelearse con las hermanas. Con la educación tan rígida los mundos masculino y femenino estaban tan distantes como podemos estar nosotros en este momento de los hotentotes africanos. De pronto le dedico un artículo a los juegos que teníamos con las barajas y a todas las marrullas que utilizábamos para brincarnos las normas de toda clase de juegos. Lo que ocurre es que este relato fue pensado para decirles como eran las distracciones y no para enseñarles más mañas de las que saben.  

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