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La única ocasión en la que llegué a verlo serio, fue después de una salida de campo, a la zona roja del país, donde la compañía estaba montando una hidroeléctrica. Mi madre y Benjamin habían llegado a la casa y mi padrastro, quien trabajaba como docente en la Universidad Politécnica de Nicaragua, preguntaba con nerviosismo lo que había ocurrido:
- Fuimos a la obra en un camión, - contaba mi madre. - Por el camino quedamos atrapados en el fuego cruzado entre los contras y los sandinistas. Imagínate un camino destapado. Por un lado sandinistas, por otro lado contras. Y nosotros en el medio. Algunas balas impactaron el camión y los muchachos del ejército que nos custodiaban, se pararon en un círculo alrededor de nosotros.
- Cuando les dijimos que no fueran estúpidos, que se tiraran al suelo, respondieron que era preferible que murieran ellos en nuestro lugar. - Continuó con la historia Benjamin. - Porque nosotros estábamos haciendo un bien a su país y esa era su forma de darnos las gracias.
- No tienen más de veinte años. - Corroboró mi madre en tono desgarrador.

 

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