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Yo sentía que el corazón me palpitaba a mil revoluciones por minuto; ya no sabía si era miedo o excitación. En algún momento el hombre se despojó de la túnica y descubrí que todos íbamos desnudos debajo de ese hábito de tela burda, entonces procedió a quitar la virginidad a la niña. Mientras el hombre penetraba salvajemente el cuerpo indefenso pasaron repartiendo un bebedizo extraño, no puedo decir el color (a la luz mortecina de las velas todo era fantasmagórico y tétrico), pero el sabor era parecido al olor del humo que desprendían los cirios que ya estaban a punto de consumirse.

El brebaje debía contener algún afrodisiaco, revuelto con alucinógenos y qué sé yo que más porquerías; lo cierto es que me excité al máximo y comencé a sentir jadeos a mi alrededor mientras las luces se iban extinguiendo una a una lentamente, hasta la oscuridad total. Alguien  me abrazó por detrás y sentí en mis espaldas la protuberancia de dos senos, me di vuelta y besé con desespero los labios ávidos que esperaban mi boca, después me revolqué en el suelo con mi amante ocasional que fue una de las cuatro o cinco que tuve durante esa noche sin madre. En algún momento otros labios ansiosos me oprimieron la boca y yo correspondí con idéntica ansiedad; al bajar la mano a la entrepierna de mi pareja sentí la erección de otro pene, le pegué un empellón al cuerpo anónimo y seguí buscando vaginas en la oscuridad.

Desperté molido, oliendo a semen y a sexo por todas partes. Estaba vestido con la ropa que traía y junto a mí estaba el joven que había hecho realidad mi deseo. Me dolía todo, hasta lo que no debe doler, en especial el alma. Me sentía sucio y la palabra demonio me zumbaba en el cerebro. Recorrimos el camino de salida a la inversa; subimos al furgón que volvió a dar todas las interminables vueltas para despistarme y me dejaron en el mismo sitio donde me recogieron.

Al otro día, ya despejado, me dije que era un mal sueño, una pesadilla, y me desvestí para pasar a la ducha. Me paré frente al espejo para observar las enormes ojeras y descubrí en mi pecho, sobre el corazón, tatuada en forma artística e indeleble una magnífica estrella del Gran Rey Salomón.   

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