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Esa era la realidad, ¡mi dolorosa realidad! Los cuatro especialistas renombrados, de las cuatro clínicas renombradas habían coincidido en lo mismo. El tumor maligno que se había aposentado en mi cerebro crecía a pasos agigantados, como un molesto morador ¡inoperable! En lo que también estaban de acuerdo era en el tiempo probable que me quedaba de vida. Máximo tres meses, -habían diagnosticado-


Yo era joven, no llegaba a los veinte. Desde temprana edad había padecido un sinnúmero de molestias cuya evaluación nunca se había llevado a cabo en toda la regla. Pérdida de visión temporal, ciertos síntomas de anorexia y dejadez en mi comportamiento, se suponían excusas de mi parte para no cumplir con mis ejercicios escolares. Aunque a decir verdad, yo compartía esa opinión con mis padres, sin embargo, al persistir toda clase de molestias al respecto y después de exhaustivos exámenes con distintos especialistas, se había encontrado la causa de mis malestares. Al principio, sentí que llegaba al borde de un precipicio cuyo fondo lleno de negrura esperaba por mí para cerrarse para siempre. Tenía que soportar en silencio todo lo que significaba mi enfermedad para no agravar la salud de mis padres que, ante el frío diagnostico, se habían derrumbado moralmente. Por mi parte, y,      al considerar fríamente mi situación, sentí que había sido burlado, que algo extraño se había confabulado en mi contra, y que todos mis sueños juveniles habían sido destrozados por una realidad estremecedora.


A pesar de conocer de todo lo relacionado con mi enfermedad, y saber cual sería el corolario de ésta, por unos días entré en un estado de desidia cerebral, donde ya nada me importaba y estaba resignado a esperar la muerte en forma pasiva.


 Total, -me decía- si voy a morir, ¿ porque amargarme los últimos días de mi existencia ?  Sin embargo, y, tal vez por  el ímpetu juvenil que a esa edad nos hace revelarnos contra todo lo establecido. Después de pasarme casi toda una noche en vela, llegué a la conclusión de que, si iba a morir, al menos dejaría una huella de mi paso por  la corta senda de mi existencia. Fue cuando tomé la decisión.

 


 Yo había soñado con vivir muchos años y, si mí mal no tenía remedio, debería de hacer algo que llenara el vacío que dejaría al marcharme. Mis padres y hermanos me contemplaban con tristeza infinita tratando de complacer hasta mis mas nimios deseos.


 Entonces tuve la idea. ¡escribiría un libro!  Un libro que sirviera de recordatorio de mi paso por la vida , sobre todo, para mis padres. Pero, como en todo lo que me había sucedido en mi corta existencia, había un pero.  Yo desconocía por completo todo lo referente a la literatura. En la escuela, por lo regular, era uno de los alumnos mas aventajados en el juego de fútbol y béisbol. Cuando nos juntábamos en grupo sobresalía entre mis compañeros por la forma en que jugaba billar,  la manera  en que me daba a querer por las chicas pero, ¿Literatura? Para ser sinceros, ese tema no se me daba, como no se me daban la mayoría de los temas que se trataban en el salón de clases. Además, si quería trascender como era mi intención, debería de poner toda mi voluntad en lo que fuera a llevar a cabo. ¡Estaba decidido!  Pero, (otro pero) si desconocía lo mas elemental de la literatura, ¿Qué tema abordaría?  Después de mucho pensarlo y dado mi estado de ánimo, (supongo) decidí que escribiría la biografía de la Muerte. Al fin y al cabo, -pensé- en el poco tiempo que me queda de vida estoy seguro que habré de terminarlo y, ¿Quién sabe? Tal vez, cuando muera merezca un buen recibimiento por parte de la biografiada.


Mis padres habían estado de acuerdo conmigo cuando les hice partícipes de mis planes con respecto a mi recién descubierta vocación de escritor. Cuando les hice saber el tema que abordaría, mi padre solo acertó a balbucir un –está bien, es un buen tema- Por su parte, mi madre me contempló con cierta inquietud en la mirada, casi con la convicción de que el fatídico tumor, estaba dañando mis facultades mentales.

 

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