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Solía caminar diariamente sin rumbo fijo para sentir el aire fresco entrar por sus pulmones y disfrutar de esos rayos de sol que durante tanto tiempo dejaron de calentar sus maltrechos y débiles huesos, lo que menos deseaba era encerrarse en el cuarto alquilado después de haber estado recluido durante quince años en una celda del penal, le resultaba insoportable la estancia entre cuatro paredes.

¡Quince años a la sombra! La misma edad que tenía cuando lo llevaron preso, ahora contaba con 35 cumplidos, la mayoría de la gente construye la base de lo que será su existencia a lo largo de ese tiempo. Entre los quince y los treinta se decide el camino a seguir, los estudios que se realizarán y hasta la familia que se formara. Pero él, perdió esa etapa trascendental mientras se marchitaba sin remedio entre las rejas de aquel infierno.

Ahí dentro, en donde la justicia azotaba con impiedad su látigo a cada minuto, conoció la más absoluta de las iniquidades en el duro puño de los custodios y los guardianes del orden. Lo dejaron ahí a pesar del amparo interpuesto por su abogado defensor asignado de oficio que exigió lo enviaran a un reformatorio de menores en tanto era juzgado, el hombre  denunció mil veces esa incongruencia de encerrarlo en un penal en vez de una correccional cuando él era solamente un niño, nadie lo quiso escuchar, hasta ese Dios bueno y misericordioso al que le rezó puntualmente cada noche de su vida hasta entonces,  por petición de su madre, parecía haber enfermado de sordera crónica pues jamás hizo caso de sus gritos de auxilio.

Año tras año soportó golpes, maltratos y hasta violaciones. La peor de las pesadillas no era ni siquiera comparable a lo que tuvo que tolerar en ese lugar en el que hasta la dignidad se había fugado. El abogado defensor silenció su voz cuando se dio cuenta de que era inútil cualquier acción de la misma manera en que cada persona que constituía una esperanza y un consuelo lo fue haciendo. Su madre murió  incapaz de tolerar tanta pena, a su padre no lo volvió a ver y la imagen de Julieta se fue difuminando con el paso de los años, los meses, las semanas, los días, las horas, los minutos, los segundos…interminables como una tortura bien concebida. En las noches, cuando lograba dormir un poco, vencido por el cansancio, despertaba siempre  aterrado, sudando y con lágrimas en los ojos. Solo para darse cuenta de que no había peor pesadilla que su propia realidad.

Cuando miró su reflejo en el espejo, luego de recobrar su libertad no logró reconocerse. Parecía un hombre de 50 años. ¡Tanta miseria soportada tan solo por un guardapelo! No tenía dinero para comprarlo pero imaginó lo hermosa que se vería Julieta con esa pulsera tan linda cuya delicadeza estaba rematada por el guardapelo en forma de óvalo que llevaba grabada precisamente la letra J entre botones de rosas, dentro pondría una foto suya para que lo llevara con ella siempre. Entonces se atrevería por fin a confesarle su amor, le describiría las noches eternas de insomnio sufridas por no tener su corazón. Lo hizo sin pensarlo dos veces, súbitamente, sintiendo que nada pasaría, pero sucedió. Antes de que alcanzara la puerta de salida lo interceptó el guardia y todo cambió para siempre.

Cuando las rejas de prisión se abrieron para dejarlo en libertad lo invadió un pánico terrible. Acaso el infierno sería peor fuera que dentro. No tenía muy claro qué haría para ganarse la vida. El dinero ahorrado en la cárcel producto de su trabajo en el interior no duraría mucho tiempo, y sin embargo, no sabía para qué o por qué vivir, no había en su interior ningún anhelo, ni un solo sueño que deseara conquistar. ¿El amor? Esa esperanza murió en su corazón agonizando lenta y largamente cada vez que alguno de esos cerdos lo sometía para satisfacer sus deseos insanos acabando hasta con la pureza de su interior. Todo se pudrió en él, no había ya nada rescatable. La felicidad era una sensación desconocida por completo que había sido sustituida por una profunda y dolorosa soledad. 

Todas sus perspectivas se le escurrieron año tras año entre los dedos como agua, ahora no tenía fe, ni deseos, ni esperanzas, ni proyecto de vida. Solo estaba ese cuerpo cansado y ajado, lleno de cicatrices y sufrimiento.

De cualquier manera pudo ir resolviendo las situaciones con buenos resultados a pesar de que a veces, sin poder evitarlo, gruesas lágrimas brotaban de sus ojos sin previo aviso aliviándolo del llanto que durante tanto tiempo estuvo contenido. Le llamaban el ermitaño porque solo hablaba lo necesario, seguía desconfiando de todo y de todos, su rostro no mostraba expresión o sentimiento alguno.

No era tan valiente para cometer la cobardía de acabar él mismo con su vida, así que un buen día salió decidido a encontrar un medio de subsistencia ante la inminente extinción de sus últimos recursos. En sus días de presidiario mataba el tiempo fabricando en el taller bisutería que luego era vendida afuera a través de un local en el que se ofertaban los trabajos de los presos para ayudarlos a ganar dinero. Siempre tuvo buen resultado en ese rubro, mucho más que con la talla en madera y otras artes en las que incursionó sin tanto éxito.

Arriesgando lo poco que tenía invirtió en material para fabricar joyería de fantasía y algunas chucherías más. Trabajó incansable durante días hasta agotar  lo adquirido. Luego, aprendió a manipular la plata también. Lo primero que confeccionó, sin darse cuenta hasta que lo vio terminado  fue un guardapelo idéntico a aquel que causó su desgracia ¿por qué lo hizo? Ni él mismo lo sabía bien a bien. Quizá fue un intento desesperado por exorcizar sus demonios y acabar de una vez por todas con aquella fijación que lo obligaba a llevar la imagen del adorno intacta y fija en su mente desde el primer momento sin poder deshacerse de ella por más que se esforzara. Entre sus manos tenía la misma pulsera tejida delicadamente rematada por el óvalo en plata con la letra J grabada entre botones de rosas. Se consoló pensando que se vendería con rapidez y una vez que se hubiera librado de ella podría ser, ahora si, libre totalmente.

Llevó su mercancía a un tianguis en donde le permitían exhibir sus creaciones en un rincón que escasamente mediría un metro cuadrado. Tendió en el piso su clásico mantelito y acomodó con cuidado cada una de las piezas fabricadas. Poco a poco se fue acercando la gente, primero con timidez, luego con más resolución al darse cuenta que los precios no eran muy elevados y en pocas horas prácticamente agotó la mercancía, con excepción de dos o tres objetos entre los que se encontraba el guardapelo. Lo guardó pensando que seguramente en la siguiente vendimia habría alguien interesado en comprarlo.

Los días transcurrían inexorables, la mercancía iba y venía, normalmente se le agotaba, unas cosas reemplazaban a otras. La única que siempre se quedaba con él era la pulsera con el guardapelo. A pesar de que la gente preguntaba y se mostraba interesada por alguna u otra razón terminaban dejándola sobre el mantel para llevarse otra cosa en su lugar. El hombre comenzaba a arrepentirse de haberlo hecho pues su objetivo era que alguien más se lo llevara a ver si así las pesadillas lo dejaban tranquilo, pero a pesar de los meses transcurridos desde su nueva actividad seguía recordándole con su presencia lo ocurrido una y otra vez.

Sucedió que una mañana, mientras acomodaba la mercancía para su exhibición advirtió la presencia de un muchachito de escasos 10 ó 12 años que merodeaba por los alrededores y disimuladamente miraba los objetos expuestos. No se equivocó al desconfiar del chiquillo pues cuando lo pensó distraído, con un rápido movimiento tomó el guardapelo ocultándolo  dentro de los bolsillos del pantalón. El hombre ágilmente saltó y lo asió del brazo. Furioso le exigió  abruptamente que lo devolviera, pero el rapazuelo insistía en su inocencia sin doblegarse a pesar del temor que sentía por la ira del vendedor, cualquiera hubiera pensado que se le estaba acusando injustamente dada la sinceridad de sus súplicas.

-¡Estúpido! –le gritó sacudiéndolo por los hombros -¿no te das cuenta de que vas a perderte si sigues con ese comportamiento? Yo sé que lo tienes dentro del bolsillo derecho del pantalón, basta con que llame a un policía y te registren para que pases una buena temporada en prisión, te vas a arrepentir el resto de tus días por no regresarlo. No vale la pena sacrificar tu vida por este objeto. Créeme, sé lo que te digo.

Pero el muy inconsciente seguía con la necedad de no devolver la pulsera. La gente comenzó a acercarse atraída por la riña. El rostro del muchacho se teñía de rojo cada vez más, sabía que estaba acorralado, pero no deseaba devolver el guardapelo delante de toda esa gente pues entonces sería señalado como ladrón por todo el mundo y tarde o temprano su madre, que acostumbraba hacer sus compras en aquel lugar, se enteraría.

Un oficial de policía se acercó para investigar lo ocurrido.

-Parece que se trata de un ladrón –informó una señora

-¿Le ha robado algo? –preguntó el uniformado al vendedor

-No señor –respondió aquel algo nervioso y con el rostro desencajado (aún le causaban temor los agentes)- cometí un error, pensé que se había guardado ese broche que ahora descubro está fuera de lugar. La culpa ha sido mía –Volvió la mirada al chico y soltándole el brazo le dijo –espero me sepas disculpar.

El muchacho bajó la mirada avergonzado, los testigos de lo ocurrido veían al extraño hombre sin comprender su proceder, lo escucharon acusando al  adolescente de haberlo robado y sin embargo ahora, aquel hombre lo encubría. El policía se dio la media vuelta convencido de que ahí no había nada que hacer. Un vendedor de manzanas hizo gestos de reprobación y acercándose le dijo:

-Si todos hiciéramos lo que usted acaba de hacer no habría trabajo que nos diera de comer pues todas las utilidades se le quedarían a estos amantes de lo ajeno. A ver si luego no tiene consecuencias dejar libre a un criminal.

No recibió respuesta alguna por su comentario. La gente siguió con lo suyo y el comerciante volvió a ocupar su lugar, el único que continuó estático, sin saber qué hacer era el acusado. Finalmente se acercó con timidez a su benefactor e inclinándose puso el guardapelo en su sitio devolviéndolo.

-¿Te gusta ese guardapelo? –le preguntó el ex convicto

-Claro que sí. Es que…hay una chica en el Colegio…se llama Jazmín y pienso declararle mi amor el fin de semana durante una fiesta que dará un amigo común. Y bueno, no es lo mismo ofrecer solo palabras que si llego primero con un obsequio…y este guardapelo se vería tan bien adornando su muñeca…solo que no tengo ni en qué caerme muerto.

-No te preocupes, de seguir así no caerás muerto, sino preso y esto es peor ¿crees que vale la pena?

-No, creo que no. No pensé…

-Claro que no pensaste –le interrumpió –Siéntate a mi lado. Ahora mismo vas a hacerle con tus propias manos un guardapelo a esa chica y si en verdad es una persona valiosa lo valorará más que si le llevas éste que intentaste robar.

Incapaz de contradecirlo el estudiante se sentó en el piso junto a él y con gran atención siguió al pie de la letra las instrucciones que le daba el hombre. Puso frente a él el material disponible y le dejó experimentar en un diseño nuevo. El resultado fue maravilloso. Después de dos horas tenía en sus manos la pulsera con el guardapelo más hermoso que existía –o por lo menos, eso le parecía a él-.

-No está mal, el detalle del corazón al centro lo hace ver llamativo sin perder el estilo – exclamó el instructor –después de todo, no se necesitan 15 años a la sombra para tener un obsequio que dar.

El chico lo miró sin comprender  aquellas palabras.

-Bueno –la voz volvió a ser seca y dura- ahora, ¡vete!. Llévate tu guardapelo ¡Y que no te vuelva a ver merodeando por aquí porque ahora si te entrego a las autoridades! Y que mucho menos te sorprenda robando en ningún otro lado porque yo mismo te muelo a golpes.

El joven enamorado  salió corriendo con su guardapelo entre las manos.

Una semana después, una chica de entre 10 y 12 años llamó su atención. Se acercó a mirar la mercancía. La observó con cuidado. Era hermosa, con la frescura indescriptible de la juventud. Tenía los ojos más azules que hubiera visto jamás y el cabello dorado le caía en forma de rizos sobre los hombros, en la muñeca lucía una pulsera que destacaba por el detalle de un guardapelo que ostentaba al centro un corazón que delataba la inexperiencia de las manos que lo crearon.

-Bonito adorno –le dijo.

Las mejillas de la chica se encendieron al tiempo que sus ojos brillaron con una luz especial.

-Gracias –dijo –fue un regalo…a mi también me encantó.

Se alejó respondiendo a su madre que  la llamaba desde uno de los puestos contiguos.

Una mujer se acercó al puesto y con decisión tomó la pulsera con el guardapelo.

-¿Cuánto cuesta? –preguntó mientras con la mano libre sacaba su cartera

-Disculpe –respondió el vendedor –esa pulsera debe haberse confundido con la mercancía en venta por error. ¿Sabe usted? No se la puedo vender porque es una especie de talismán, si me deshago de ella sería tanto como renunciar a mi esencia.

La mujer devolvió la pulsera con el guardapelo y dio media vuelta visiblemente enojada,  mientras en el rostro de aquel hombre recio algo muy parecido a una expresión satisfecha resaltaba entre las facciones endurecidas y avejentadas por el dolor sufrido…por primera vez en 20 años…estaba sonriendo.

Elena Ortiz Muñiz

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