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En el principio no era nada. Era aun antes de empezar. A ese principio me refiero. Después, cuando la vi blanca, vacía, virgen, nació su futuro, su destino. Un final cierto que a su vez podía ser otro principio aunque ella no lo sabía y yo no hubiera podido dibujarlo con precisión. La hoja en blanco lo presentía y lo confirmó cuando me vio mordiendo el extremo de la lapicera, pensativo, a miles de kilómetros de distancia.


Me costaba comenzar. Pasaban los minutos y la realidad no se alteraba. El deseo de plasmar una idea o darle vida a unos cuantos personajes mutaba hacia una forma de obsesión, de necesidad. Era jugar a ser Dios una vez más o quizás un deseo inconsciente de perpetuarme. Sospecho que ella, la hoja, compartía el deseo pero no colaboraba en absoluto. Era simplemente un gesto de aprobación que me daba, una puerta sin llave, una mañana.


Levanté la vista para cambiar de escena y pude escucharle una risa de presumida. Me creyó vencido pero no tardó en concluir que mi derrota también era la suya. Entonces la sentí seria pero su actitud no cambiaba. ¿Se había dado cuenta de lo que podía pasar?

 

Me mira, me odia, no me soporta así. Me ve vacía pero no me falta nada. El vacío esta en él y eso lo angustia pero aun no lo sabe. Cree que al llenarme se liberará de la limitación de su existencia efímera.


"Es probable que esta vez sea la última" pensé. Ya había pasado por este momento decenas de veces. Mis ensayos, cuentos y novelas eran reconocidos en algunos círculos de lectores y mi nombre gozaba de cierta reputación en el ambiente literario. ¿Qué me impedía comenzar esta vez?. Falta de ideas sería lo más lógico pensar pero no era este el caso. Habían pasado ya un par de meses desde que aquella mañana lluviosa, la vista de la Torre en el barrio antiguo y el vagabundo leyendo me habían dado una historia que narrar pero que ahora me parecía vacía de contenido, burda, casi infantil.


La alarma de un automóvil en la calle me trajo de vuelta. El aire en la habitación se tornaba denso, las sombras creadas por la lámpara de escritorio sobre las paredes parecían observarme en mi parálisis y había perdido la noción del tiempo. Volví a mirar la hoja que continuaba blanca, indiferente. Tuve un fuerte impulso de escribir lo primero que pasara por mi mente pero me detuve antes de apoyar la lapicera que me llevaría a la mediocridad y sólo traería más angustia. Pensé en abandonar la tarea pero sabía muy bien que mi mente seguiría empeñada en crear un mundo, o reflejar el ya existente, a través de simples trazos sobre el papel.


No se lo hubiera perdonado jamás.


Al fin y al cabo, ¿qué obligación tenía de escribir? Podía olvidarme del asunto, abrir la puerta y desaparecer por fin de esa situación sin testigos de mi fracaso. Otro día, quizás más inspirado, lograría inquietar la hoja, estremecerla haciéndola dueña exclusiva de la maravillosa capacidad humana de crear realidades. Abrí la puerta decidido a abandonar la habitación, la cerré, la trabé dejando la llave del otro lado y volví a sentarme frente a la hoja. Mi obsesión me desbordaba.


Debo ayudarlo, supongo. No se si es mi culpa, mi ansiedad o mi condición, pero debo hacer algo.


Fue un instante, una fracción de segundo. No pude detectar de dónde provino ni si ciertamente tuvo un origen. No pude siquiera pensar sobre ello y entenderlo con palabras. Entró a mi mente como una idea en estado puro. Nada en particular me la había inspirado o al menos eso creo. Simplemente surgió desde lo más profundo de mi ¿cerebro? de forma tan instintiva como el hambre o el deseo. Volví los ojos hacia ella y la vi feliz, realizada. La alcé y se irguió frente a mi orgullosa, enamorada. Comencé a leerla devorando cada renglón, cada palabra, cada vacío. La leí una y otra vez maravillado. era distinta a todo lo anterior. Lo supe por cómo empezaba: "En el principio no era nada. Era aun antes de empezar...".

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