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Se sentaba frente a mi en aquel restaurant al que iba a almorzar todos los jueves, pedía siempre el plato especial del día, un jugo de frutas (hecho con agua) y un mate de hierbas cuando acababa con todo. Yo comencé‚ a hacer lo mismo al tercer jueves tratando de llamar su atención, definitivamente lo conseguí, a partir de ese día ella decidió cambiar de asiento, sentándose de espaldas a mi, eso duró como unos cinco jueves.

Al sexto jueves la vi llegar con una de sus amigas, me alegró mucho el asunto porque ella volvió a sentarse frente a mi y pude conocer su sonrisa; hasta ese día nunca la había visto sonreír y menos pude escuchar su risa, fue muy agradable poder disfrutar de esa risa franca y armoniosa, era una risa contagiante, escucharla reír me hacía sonreír también.

Poco a poco los jueves comenzaron a volverse en un día importante en mi vida, los esperaba mas que al fin de semana, nunca fallaba en llegar al mismo restaurante y sentarme en la misma mesa, los que atendían el lugar comenzaron a conocerme mas como a un amigo que como a un cliente, me hice de muchas amistades aquellos tiempos, especialmente de los chicos y chicas que atendían las mesas, pues eran de los que mas rápido desaparecían, apenas duraban dos o tres meses, solo los mas antiguos parecían reinar allí, y eran los que comenzaron a atendernos con mas deferencia (digo "nos" porque ella tampoco dejaba de ir todos los jueves).

Había pasado un año desde el primer día que fui a almorzar a aquel lugar cuando ella faltó, fue un comentario general de todos el hecho de no estar ella allí, cada uno se hizo mil conjeturas, dejaron la mesa sin ocupar a pesar de que hubieron clientes que la exigieron porque el lugar estaba lleno, cuando nos dimos cuenta que no vendría todos exhalamos un suspiro de resignación (lo hicimos casi al mismo tiempo, por lo que nos miramos y sonreímos), la dueña del lugar solo dijo: "Espero que regrese".

Ella regresó, luego de tres jueves mas, pero no lo hizo sola, la acompañaba un hombre joven bastante bien parecido. Sinceramente me sentí traicionado, podía haber ido con él cualquier otro día, pero no en jueves, sentía que el jueves era nuestro día (¿estúpido no?), pero en fin, ella ya no estaba sola..., yo si.

Aquella pareja se hizo famosa en el restaurante desde aquel primer jueves que vinieron juntos, ellos tampoco faltaron durante el tiempo que duró su relación, que fue mas o menos unos dos años, no lo recuerdo bien. Vimos sus peleas, sus reconciliaciones y alguna que otra vez fuimos testigos de furtivos toqueteos íntimos, eran muy atrevidos (los dos).

El último día que los vimos juntos el llegó mas tarde y se pusieron a discutir quien sabe de qué, todo terminó cuando el azucarero y el acostumbrado jugo con agua quedaron sobre la cabeza del novio, fue todo un acontecimiento, él no volvió mas pero ella continuó viniendo.

Pasaron los años y la vi convertirse en una hermosísima mujer, la madurez la llenó de salud y belleza, ya no venía todos los jueves (yo si), se perdió por mucho tiempo, tanto que creímos que no volvería jamas, hasta que un jueves de septiembre volvió a aparecer, del brazo de su esposo, se parecía en algo (físicamente) al novio del jugo en la cabeza, aunque no era el mismo. En fin..., la vida tiene sus bemoles.

Tuvo tres hijos: dos niñas y un varoncito, los que siempre me saludaban cuando venían con ella (ella también me saludaba con una gentil inclinación de cabeza) no cambiaron mucho las cosas, su esposo era un buen hombre que perdía  rápidamente los estribos, siempre estaba quejándose de algo y gritaba como si fuese a matar al causante de su rabieta, y cuando lo atendían siempre pedía disculpas y regalaba al mozo que sufrió de sus ataques, una jugosa propina (no hay mal que por bien no venga). Varias veces (mejor diré casi siempre) salía jurando no volver jamas y le reprochaba a ella traerlo siempre a aquel sitio.

No se como sucedió, falté tres jueves al restaurante, pues estaba muy enfermo y me operaron de la vesícula en el hospital general, pero cuando llegué me dijeron que el esposo de ella había fallecido de un ataque al corazón. A partir de ese día fueron sus hijos (ya maduros) los que la acompañaron a turno todos los jueves, esto duró otros muchos años.

Ella debe rondar ahora los sesenta años y yo me siento mas enfermo que nunca, por eso decidí acercarme y despedirme de ella, me internaré en el hospital y dudo que de allí pueda salir, los años no pasan en vano.

Es jueves, mi mesa está donde siempre, la de ella está ahora un poco apartada pues con las remodelaciones lógicas del lugar en tantos años de existencia ha quedado hacia un lado y ya no la puedo ver de frente como aquellas veces. La veo entrar del brazo de su hijo, se parece mucho a su fallecido padre, pero él es mas moreno, tiene el color de la piel de
ella, el le dice algo y apenas terminado el almuerzo se retira, ella se queda allí terminando su mate de hierbas. Es extraño, la conozco de tantos años, toda una vida, y aún así me transpiran las manos cuando me acerco a su mesa, es la primera vez en cuarenta años que me acerco a hablarle, realmente estoy nervioso.

- ¿Puedo acompañarla? - pregunto casi escapando (parezco un colegial).

- Por supuesto - me dice y me muestra la silla de su lado para que me acomode allí.

La charla sale casi sin esfuerzo, conversamos hasta bien entrada la noche, recordamos cómo era el restaurante cuando veníamos las primeras veces, hablamos sobre la dueña de aquellos años y nos invadió la ternura al hablar sobre la nieta de aquella buena señora que es la que ahora lo regenta, hablamos de muchas cosas, había olvidado la escena del novio y el jugo, cuando lo recordó estalló en risas, fue una hermosa charla, hermosa y corta. Ya tarde le pregunté si podía llevarla a su casa, pero me dice que le hubiera gustado pero que su hijo ya venía a recogerla, me entero que lo llamó cuando fue la última vez al baño.

Nos despedimos cuando el hijo llega, me pregunta si nos veremos el jueves siguiente, le digo que por supuesto que sí (le miento), y se va del brazo de su hijo. La miro irse como tantas veces la he visto irse, y a pesar de los años me sigue pareciendo una hermosa mujer, una muy hermosa mujer.

Esta es mi última noche aquí, faltan unos minutos para que sea jueves nuevamente, quisiera poder llegar al restaurante por última vez, pero se que no es posible, casi ya no puedo moverme, apenas he podido escribir esto para que quede vivo el gran amor que sentí en mi vida. Estoy cansado de causar tantas molestias, especialmente a gente que no me conoce, por eso decidí lo que decidí. Mi vida fue larga y buena, no le hice daño a nadie, creo que mas bien ayudé a muchas personas, tal vez no me porté muy bien con otras pero con ellas tampoco fue grave el asunto, eso y mi eterna cobardía en el amor fueron mis
únicos pecados, se que Dios sabrá perdonarme, tal vez me faltó una familia, pero no siempre se puede tenerlo todo, yo tuve mucho amor, muchos me estimaron y me quisieron, la vida me dio muchos amigos y yo amé solo a una mujer, a la que dejaré plantada en nuestra primera cita.

Las cosas que tiene la vida.

Me hubiera gustado mucho terminar mi vida junto a ella, sentados en algún parque o en el jardín de la casa, rodeado de nuestros nietos, mas no fue ni será así, y realmente ya no quiero seguir lamentándome mas el haber nacido tanto tiempo antes que ella, así que antes de desenchufar la máquina que me mantiene vivo imaginaré que en aquel primer jueves que la vi yo no tenía cuarenta y dos, sino veinte..., como ella... .

FIN
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