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Un suave y delicioso aroma ahuyentó de mí aquellos ermitaños pensamientos, jalándome al mundo de las gentes con un espasmo de brutal desenfado, volteé el rostro para ver de quién provenía tan aromático efluvio, no vi demasiado, un sombrero de excesivo tamaño cubría casi toda la perspectiva de la dama que, apoyada con una mano en el barandal, me daba la espalda. Sujetaba el gran sombrero con la mano derecha, mientras que con la otra mano creaba para si una pequeña corriente de aire al agitar un gracioso abanico color plata, hablaba animosamente con una dulce niña que le pedía algunos caramelos, la tenue resistencia de la dama se disipó como la brisa y momentos después la niña corría por cubierta con una sonrisa que reflejaba su triunfo y con una pequeña bolsa de caramelos entre las manos.

- A los niños es difícil negarles algo - dije - peor aún si son tan encantadores como esa niña - dije.

La dama se volteó y la respiración huyó de mi pecho. Era la primera vez que algo así sucedía conmigo, la dama dirigió sus
oscuros ojos hacia los míos y sonriendo me dijo algo que no entendí (tan turbado estaba) y se fue, se despidió haciéndome un ademán con su delicada mano.

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