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Hoy amaneció más temprano que de costumbre, parecía  un día especial, bien diferente a la cotidianidad de los días anteriores; me despertaron a las 4 de la mañana, cuando normalmente lo hacen a las 5; pero que importa,  pensé en el momento,  si es un día diferente a los demás, eso sí como siempre me costó ponerme de pie, pero tal vez un poco más que de costumbre. Mi primera rasión  también fue más temprano que de costumbre,  y no fue esa rasión rendida con hollejos de papa, y  melaza, revuelta con pasto seco; hoy por ser el día que es, recibí  2.0kilos de comida de mejor calidad; hacía mucho  tiempo no gozaba de una primera comida tan exquisita, como hace mucho tiempo no gozo de la posibilidad de que me vean y cuiden mis 44 dientes, que aun poseo;  de una sesión de belleza, lavado y cepillado de mi pelaje, de que me le hagan mantenimiento a mis cascos, o lo que de ellos queda. Ya desayunado y habiendo abrevado suficiente agua, estoy listo para iniciar mi jornada; mi  dueño, inicia la tarea de montar brida y asideros, asegura con violencia las correas; por ahora puedo mover mi cabeza y girar mis ojos para mirar el rededor; amanezco como tantas mañanas de los últimos días de mi vida en un pequeño establo, construido con madera, recubierto  de latas, tejas y escombros, un piso tosco y averiado,  a un costado la vasija para el agua, unos palos con utensilios, y  unos compañeros de infortunio, acechando, son inquietos insectos  que logro espantar o controlar con mi  cola.   Llega el momento en que me quitan la posibilidad de mirar a mi alrededor, me colocan las anteojeras, y ya solo veré hacia el frente y nada más,  cuando eso sucede me da tristeza, y quisiera llorar, me siento humillado, pero igual soy solo un animal, tal vez no debería  ni sentir,  con resignación lo acepto. Ya aseguradas a mi espaldar ese montón de tablas desiguales  y desgastadas, que conforman la vieja carreta,   con unas correas gruesas y fuertes, y unos palos que llegan a mí lomo y lo tallan permanentemente, estoy listo para la jornada.

Hora de salir, ya despinta el sol en el amanecer, que me muestra un día diferente, y sí que lo va a ser.

Mi amo da inicio a la jornada, pega sus primeros latigazos, y por reacción empiezo a caminar; me duele un poco al pisar, pero no me detengo, veo al frente, que es al único lugar que ahora puedo mirar, y puedo observar este precioso amanecer que cubre toda la ciudad,  abajo en esa jungla de cemento a la que pertenezco por asares de la vida desde hace algunos años, y la cual recorro a diario,  cargando  en la carreta todo tipo de artefactos inservibles.

Mi nombre Negro,  un caballo de pelaje prieto;  primogénito de dos hermosos y reconocidos ejemplares;  Sultán, un caballo fino de carreras, de color café, hermoso,  descendiente de la más alta alcurnia equina venida de Europa, nacido y criado en Alemania, y Tormenta una preciosa yegua negra de paso fino, nacida en las rancherías de crianza mexicanas; ambos fueron traídos a este  País, con el único propósito de explotar sus cualidades, su talento y su belleza. Estuve cerca a ellos y especialmente cerca a mi Madre durante muy pocos meses, en los cuales me amamanto, me cuido, me entrego el amor, que aún hoy guardo en mi corazón. De allí fui trasladado a unos corrales en donde estábamos un grupo de jóvenes ejemplares, briosos, deseosos de comernos el mundo, y todo ese pasto que se veía a la distancia;  el lugar, espectacular; ubicado en una meseta verde, muy bien cuidada, con unos establos hermosos, en donde cómoda y  plácidamente podíamos dormir, y en el día nos llevaban a entrenamientos, y nos trataban muy bien, nos daban cariño, aunque debes en cuando recibíamos fuetazos para corregir nuestras malas posturas o nuestras erróneas acciones; pero todo en pro de nuestro aprendizaje. Contaba con especialistas para cada cosa, uno que era el entrenador o domador, otro que era quien me daba de comer, y de beber,  me cuidaba el pelaje, me peinaba, me aseaba; otro que cuidaba mis cascos, me herraba; otro que cuidaba mi dentadura, y un último que me visitaba de vez en cuando que era quien me vacunaba, y veía porque estuviera bien de salud.

Gracias a mis entrenamientos, llegue a ser un caballo de paso fino, tan talentoso como mi Madre, sin duda de ella lo herede; sin embargo llego el momento de devolver a mis entrenadores lo que me habían proporcionado, y fui vendido con tres compañeros más, a un hombre  gordo, de voz gruesa, torpe y fuerte para hablar, pero dueño de una gran fortuna, y unas finas y extensas tierras, a las cuales fui a parar. Allí comenzó una gran carrera, y aunque contaba con los mismos y hasta mejores cuidados que en mi anterior hogar; viajaba largas horas de un lugar a otro mostrando mi talento y haciendo que mi dueño se sintiera orgulloso ganando durante mucho tiempo  todo tipo de concursos de paso fino, llegue a ser de los mejores en mi oficio, y nunca me prive de dar lo mejor de mí, quería ser el primero. Tantas jornadas, tantos viajes, tantos trotes, tantas actividades, tantos lugares, a pesar de los cuidados hicieron que un día me enfermara, tuve episodios de insomnio absoluto, y cólicos insoportables; fiebres insistentes e incontrolables, y dure varios días postrado, bajo tratamiento veterinario.  Al cabo de un par de meses, logre sortear la enfermedad, y volví al trote, logre salir de nuevo a los pastales y a gozar de su belleza; sin embargo ya no pude ser el mismo; mis patas se enroscaban y ya no las podía dominar para hacer mis presentaciones, era torpe en los movimientos, y aunque sabía que tenía que hacer, me era imposible hacerlo bien; así que fui relegado por caballos jóvenes, altivos y talentosos. Me llevaron a otros corrales, con otros caballos, y mi vida aunque aun ligeramente cómoda, empezó a ser tediosa y cotidiana; mi comida ya no era la mejor, y la responsabilidad de mis cuidados y atención, se centró prácticamente en un solo hombre.

Un día todo acabo, el hombre gordo, fue sacado a golpes de su casa, junto con muchos de los que nos cuidaban. La hacienda fue invadida,  y ya no contábamos con cuidados, y padecíamos de todo tipo de vejámenes. Iniciaron un proceso de selección, en el que llevaron a un lado aquellos caballos más jóvenes y con mejores condiciones físicas, y al otro quienes estaban enfermos, o habíamos tenido algún episodio de salud y que se evidenciaba de alguna manera en nuestro cuerpo; nos trasladaron a otros corrales más incomodos, casi que nos pisábamos unos a otros, no había pastizales, y la comida que nos traían era tan poca que la teníamos que pelear.  Algunos enfermaron, y murieron. Yo me volví agresivo, y luchaba por mi espacio, y ración de comida; rogaba porque otro muriera, así el espacio se hacía mayor. Pasaban los días en la monotonía de esas dificultades, sin ver el cielo abierto, sin probar pastales, con cantidades medidas de agua, sin que nos visitara el veterinario, a pesar de los males que aquejaba el grupo. Un día llegaron por mí, me enlazaron, y me sacaron del sitio; Pensé que era realmente una nueva oportunidad de vida, pero empezó una etapa aún más dura, mi trabajo empezó a ser rudo y fuerte, debía arrastrar un carreta, en medio de un lugar árido, frio y atiborrado de personas, calle abajo y calle arriba sin detenerme; pronto mi kilometraje disponible fue acabando, y cada vez me fue más difícil. Esta mañana sentí esa carreta más pesada que de costumbre; hace unos segundos su peso se hizo mayor, imposible de arrastrar y aunque como siempre lo hice, puse todo de mí, me esforcé; pero no fui capaz, mi pesado cuerpo se desplomo, cayó sobre el frio y duro pavimento, y sonó tan fuerte como una inesperada explosión,  de verdad que sentí el duro golpe, estaba en el suelo;  mientras ello sucede  pienso en cada minuto que la vida me dio, esos hermosos momentos y  aquellos duros y amargos;  las personas que estaban a mi alrededor me jalan de un lado y del otro tratando de que este cuerpo cansado se vuelva a levantar, incluso me dan correazos pensando tal vez que es negligencia o pereza, y de verdad que lo intento, sufro porque no puedo, y de nuevo lo intento; me canso, mi débil y agotado  corazón late cada vez más despacio, y luego  ya no me esfuerzo,  mis ojos miran hacia el infinito, ahora todo se me hace borroso, parece que ya no siento,  y mis ojos se van cerrando poco a poco, poco a poco; sabía que hoy sería un día distinto, y mis ojos se cierran poco a poco, poco a poco.

 

 

 

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