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La fría noche era el destino, el trabajo dado. Su ajustado vestido rojo corazón, era el uniforme acostumbrado.

El destino era predecible. Una familia paupérrima de los suburbios de la ciudad, no tenía  otro camino. Sus hermanas ya habían sido iniciadas en la profesión más antigua de la humanidad.

Con solo 17 años fue arrojada a esa vida. Casi no sintió la diferencia entre jugar con sus ositos de felpa a detener a un hombre sobre si.

Era solo un  trabajo, algo que debía hacer para mantener a su familia. Por supuesto que el supremo creador del universo, el Dios piadoso, no era una realidad para ella: Solo una estampita pintada. Si acaso existía, no era para ella.

La calle en la que debía pararse, como trofeo de cobardes cazadores que solo exhibían su hombría ante presas indefensas, era todo su destino, todo su futuro.

La soledad,  la angustia, la depredación más indignante que  un ser puede soportar, estaba allí. Nada podida ser cambiado, nada podía ser distinto, nada podía ser solo un mal sueño.

Ella debía ser agradable, seducir a hombres despreciables,  que solo le pagarían con dinero su exquisito sexo. Casi era un triunfo para ella, sería la mejor, la que todos preferían. Se sentiría agraciada, en mundo de hipocresía, de moral torcida, la vejación triunfaba.  

Esos eran los estándares establecidos. La prostituta que tenía más sexo con desconocidos y ganaba más dinero,  era la favorita, la que tenía éxito. Era la envidiada. ¿En qué? La humanidad, a veces, llega a limites tan mínimos que los simios se sentirían los dueños de la tierra. Ellos, por los menos tienen sexo por instintos, nosotros por placer.

Clarisa era su nombre, pero como no era atractivo le pusieron el nombre de Lulú.

Un noche apareció en el prostíbulo un joven llamado Ivan. Nada lo hacia sobresalir solo su profunda humanidad.

Pago 50 dólares, los cuales se los dio al proxeneta aparcado en la barra. El alcohol era normal, eso animaba a los clientes. Todo parecía irreal, el humo, el alcohol, los comentarios machistas, todo favorecía ese decadente sitio.  

El sodio lugar estaba en una carretera en aquella ciudad perdida de los EEUU.

Ella estaba en la habitación, antes que el cliente pagara el tributo. Las palabras siempre eran superfluas en esos momentos, solo los hechos contaban.

En su ropa interior estaba presta en la cama. Todo era una farsa, pero ella no podía romper el pacto. Su inocente sexualidad estaba a expensas del mejor postor.

El entro el esa habitación. Vio su desnudes, su hermoso cuerpo, su piel tan tensa que cualquier mano se hubiera deslizado sin control hacia cualquier lado.  

No pudo ser seducido. Quería tener sexo pero no así. Le conmovió sus ojos azules, llenos de brillo y al mismo tiempo llenos de desesperación. Eran fríos como los témpanos de hielo. Propios de una mujer que aceptar lo insoportable.

El joven se arrodillo ante ella. Tomo su rostro desamparado, con sus ojos que en ese momento le habían perforado profanamente su alma, ya no eran azueles, sino que se habían transformado en los ojos de un ángel.

El deseo sexual primigenio de un hombre,  dio paso a lo sublime. Le dijo con un voz, no muy varonil, pero decidida:

-Nunca más. Te lo prometo.

Casi era un desconocido. Un don nadie. ¿Por qué le decía eso?

-Eres una mujer muy hermosa. No te mereces esto. Toma, este es mi número de celular, guárdalo y cuando puedas, me llamas.

Tres meses pasaron, El silencio era alarmante. La llamada no se había producido.

Su angustia era profunda El joven de 22 años se había enamorado de esa mujer, pero no sabía cómo manejar la situación.  

Cinco mesa habían pasado y nada. Solo descarto ese maravíllalo futuro con ella.

Una mañana, alguien toca a la puerta. Como vivía solo, se levanto con disgusto  y abrió la puerta.

Vio un figura esbelta, pero como estaba soñoliento, se reflejo los ojos, y luego la vio a ella, a la chica del prostíbulo. La reconoció por sus ojos celestes.

Su habla se anulo. Era ella. La mujer le dijo con voz muy débil:

-Podemos iniciar todo de nuevo. Me llamo Caren.

Apenas pudo balbucear una palabra. Todo su ser le temblaba. ¡ Se llamaba Caren

!. El nombre más hermoso sobre la tierra.

No se pregunto cómo consiguió su dirección, tampoco porque estaba allí, solo se dijo; ella está allí. Solo eso.

Una reacción instintiva le hizo abrazarla en un instante de tiempo. Casi no la podía despegar de su ser.

-No te preocupes Caren, este milagro no se acabara en esto.

En la profunda oscuridad del mundo, en la desolación de la humanidad, la luz de la esperanza, la temible y brillante luz del amor florece en los más oscuros y fangosos pantanos de esta roca que llamamos tierra.

 

 

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