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Domingo de Ramos, 1992.

Esta mañana he llegado a Casablanca. Nada parece quedar de aquella ciudad que Bogart convirtiera en leyenda, de aquella ciudad que me hacía buscar un piano y quizás un pianista negro en cada uno de los cafés, salones o tugurios que aparecían a mi paso. Supongo que en este mundo donde todo se compra o se vende, lo único sincero que nos quede sea la muerte, aunque ése, quizá, tampoco sea un lugar seguro; o si no que se lo digan al propio cadáver de Bogart, desenterrado para anunciar Coca-Cola. ¡Qué ironía!.

Quizá la magia de la ciudad se fuera en aquel avión con aquella mujer, con Elsa o quizá con Yara ...

Lo primero que he hecho esta mañana ha sido dirigirme a uno de esos mercadillos callejeros que me traían tantos recuerdos y en donde es tan difícil no perderse en la fantasía. Me he acercado a un puesto de ropa usada y el resultado no ha podido ser más positivo. A cambio de dos pares de vaqueros y unos cuantos polos de marca italiana, he conseguido tres sayos, dos chilabas y unos estupendos brizus con los que poder patearme todo el norte de África sin apenas notarlo.

Una vez terminados mis trueques me he encaminado lentamente hacia el café Rosard, café-hotel que me cobijara hace treinta y tantos años en mi primera visita a la ciudad. Durante el corto trayecto entre en mercado y el café he intentado saborear el ambiente paso a paso, y antes de la cena, he alcanzado el viejo café. Éste podría ser mitológicamente perfecto si tuviera piano, o quizás un pianista negro. Por lo demás era magnífico. Un lugar anclado en el espacio y en el tiempo. Una especie de capilla sagrada en la que de un momento a otro sonaría una melodía interrumpida por la voz quebrada de un perdedor. Bueno, aquel no era el Rick's café, ¡pero qué más daba! Esta capilla contaba con todos los ingredientes necesarios para soñar.

Mesas, barra, suelo y paredes de madera, vieja y sucia, llena de huecos que la hacían mágicamente imperfecta. Luz entrecortada por pequeñas ventanas de forma desigual, y cortinas con tantos jirones que quizás simplemente fueran redes de pesca. Y ese aire, ese aire que más que olerse se saboreaba. Un conjunto de fragancias que golpeaban los sentidos incesantemente, balanceándose de un lado a otro del café al ritmo que marcaban dos ruidosos ventiladores de la época colonial.

Después de una breve cena, me he retirado a mi habitación. La noche vuelve a invadir mi espíritu que grita en silencio tu nombre ... Buenas noches, Yara.

Lunes Santo, 1959

En estos momentos me encuentro a las puertas de cometer el error endémico de mi vida. Y sin embargo, éste no es el verdadero problema, sino más bien el hecho de que la eminente venida de mi eterno enemigo ya no provoque en mi la otrora sensación de escalofrío, terror y desconcierto. Y esto sí que es un hecho que mi bien aleccionada razón no puede permitir.

Esto sí que me parece devastador; Siempre he vivido con la falsa esperanza de que yo, el ser que creía dominar las situaciones con sólo un golpe de ingenio, podría evitar en todo momento el caer de nuevo en esta mísera debilidad. Parece una palabra un poco exagerada pero en el fondo no lo es.

Quizás sea la palabra que mejor define mi relación con las mujeres, fruta exótica de aquel árbol prohibido de confusión.

Y aquí es donde emerge mi debilidad. Esa debilidad que me lleva a negar constantemente la realidad, a mentirme a diario sobre mis propios sentimientos; esa debilidad que trae consigo, escondido en un bolsillo roto, todo el miedo inconsciente a la soledad. Y el error no es obsesionarme (perdidamente) de una mujer, sino hacerlo con la mujer equivocada. Algún día espero encontrar la explicación a todo esto; quizás lo único que haya sea una irresistible atracción por el acantilado ... Y ahora, no creo que mi suerte vaya a cambiar con ella. Es como una especie de guerra civil entre lo que deseo (hasta el punto de convertirse poco a poco en necesidad) y lo que sé que pasará si sigo adelante. No sé si la mujer que acabo de conocer es un ser real o simplemente un producto de mi mente en el que he proyectado todas mis expectativas acumuladas durante estos últimos años de soledad. Quizás sólo sea una más de la Lolitas del mundo ...

Y paseamos por el borde del acantilado, un acantilado que según el médico la engulliría con el brotar de las primeras flores de la primavera. Y ahora, desde mi ventana puedo ver los lirios y el viejo almendro en flor ...

Es irónico que esos ojos que han apagado el fulgor de las flores terrenales tengan que entornarse justo cuando la rosa blanca y humedecida de la mañana abre los suyos. Pero Yara es así, desconcertante hasta en lo referente a su propia muerte, muerte, muerte, muerte, una palabra que resuena punzante y sin cesar en mi interior. Una palabra que provoca en mí un pánico desconocido, pero que no puede compararse al miedo a enamorarme de ese pájaro salvaje y libre, que un día, con su vuelo firme y seguro, me dejará con los ojos alzados al cielo, viendo como se marcha susurrando palabras de pasión al viento ...

Martes Santo, 1992

¡Ya casi no me acordaba del viejo Januf!, en otros tiempos cómplice de mi amor con Yara, compañero intumbable en horas y horas de desenfreno nocturno. Su cuerpo parecía hecho por y para beber; era un prodigio digno de admirar en todos los sentidos. El alcohol modificaba sus gestos y algunas veces sus palabras, pero nunca su sonrisa. Su sonrisa era constante, como su amistad; ni un océano de aquel bendito licor hubiera podido borrar su sonrisa casi pétrea. Y eso fue lo que me hizo reconocerle, aquella sonrisa fosilizada en una cara repleta de surcos. Él, sin embargo, sí me ha reconocido. No me ha dicho nada; no hacia falta. Con un gesto de su cabeza me ha indicado que entrara al fumadero que se encontraba a unos pasos de nosotros. Nos sentamos en el suelo, al fondo de una sala repleta de gente, humo y vida. Por el trato del único camarero y del resto de los clientes, se veía que mi viejo amigo era visitante más que asiduo del local. Cuando el camarero nos trajo la botella de bourbon, Januf llenó dos vasos ...

- ¿Qué hacemos esta noche? dijo

- Beber, fumar, perseguir mujeres ... ¿Qué más se puede hacer en esta ciudad? le contesté entre carcajadas.

Allí encontré lo que durante tantos años había estado perdido en mi mente, algo que estaba por encima de variables de tiempo y espacio. Allí estábamos, como siempre, como si los treinta años de separación hubieran sido una mala borrachera de la que sólo nos quedaba una resaca de recuerdos confusos.

Dedicamos la mayor parte de la tarde a hablar de Yara. Si no fuera por el viejo Januf pensaría que aquella historia sólo había ocurrido en mi mente; pero no era así. Todo había sucedido tal y como lo recordaba, mi primer encuentro con Yara en el mercadillo, el miedo y la atracción, la pasión exacerbada, la desaparición de Yara, ... Ahora sólo queda el recuerdo almacenado en las mentes de dos viejos como nosotros.

Es curioso como cambian las cosas ...

Miércoles Santo, 1991

Es curioso cómo cambian las cosas. El paso del tiempo nos arroja a perspectivas que jamás habíamos conocido o considerado, nos colorea nuestros viejos recuerdos en blanco y negro y nos ahoga con la pesadilla del momento perdido, el gesto escondido o la palabra silenciada ... Si hubiera hecho esto, si hubiera dicho aquello. Elucubraciones, recorridos melancólicos por los laberintos de la memoria que ya no conducen más que al reconocimiento de la propia soledad. A mi edad todo se reduce a eso, silencio y soledad.

Me desnudo y me meto en la cama. Todo es ahora tan diferente. Me siento como un extraño en el cuarto que me ha escondido todos estos años, en esta cama que ha llorado tantas veces mi desamparo, y en este cuerpo mío que ahora me traiciona y devora. El día ha sido duro, muy duro. Lo siento sobre todo por mis libros. ¿Qué será de ellos cuando este monstruo que llevo dentro decida poner fin? ¡Los echaré de menos! Ellos lo han sido todo en mi vida. Los he acariciado como lo hacía con Yara. Su tacto es infinito, vivo y salvaje, humano. Encontraba en ellos aquellas palabras que me acariciaban los sentidos, la promesa de vida, el alivio a través del olvido, la esperanza de encontrar a Yara escondida entre las líneas de aquellas fuentes de papel.

Algunas veces me parece ver su cara en algún personaje, pero al ir a besarlo caigo de nuevo en el espejismo de mi necesidad. ¡Cuántas noches habré dormido abrazado a ellos!

Ahora los perderé a ellos también; y la música, única interlocutora en mis conversaciones de silencio, también se irá; y mi cuarto, mi intimidad, las cartas que nunca he enviado a Yara, y mi vida ... Todo eso también se marchará. El médico ha sido rotundo, "... no más de dos años, Carlos, no más". ¡Qué frase! Suena bonito, como una sentencia. Le da ese matiz solemne que el momento requiere, "no más ...". Simplemente musical.

Sólo dos años y aquí estoy, totalmente bloqueado y malgastando el tiempo en elucubraciones estériles y absurdas. Claro que tampoco sé hacer otra cosa; esto es lo que he estado haciendo los últimos treinta años de mi vida. Quizá debería volver a Casablanca. Huí de aquella ciudad que me recordaba dolorosamente a Yara para esconderme en este pequeño agujero.

No ha servido de nada. ¡Qué idiota! Y yo riéndome de los niños que corrían asustados para librarse de su propia sombra...

Jueves Santo, 1959

Yara ha desaparecido. Su casa está cerrada como una tumba. Nadie la ha visto, nadie sabe nada de ella. No es posible. Tiene que estar en algún rincón de esta ciudad. No puede haber desaparecido, no puede ser, Dios mío, no puede ser. ¿Dónde estás Yara? ¿Por qué te escondes de mí? Te he buscado por cada una de las calles del barrio, corriendo, con la cara desencajada y la mirada perdida. ¿Por qué, por qué me has dejado así? No lo entiendo, no entiendo lo que está sucediendo. Ayer mismo te tenía aquí conmigo, y ahora simplemente no estás, te has ido, sin ningún motivo, sin ningún aviso.

No puedo pensar. El miedo me domina y ahoga. Acabo de volver de la casa de los padres de Yara. Nada.

No puedo dormir. Golpeo mil veces las paredes, deambulo perdido en círculos por la habitación, abro la ventana y grito a la noche, Yara, Yara, Yara y otra vez, otra vez, hasta que no me quedan fuerzas y me derrumbo llorando, hasta que me doy cuenta que estoy solo, que nadie me escucha aparte de este pequeño diario en el que expulso mi rabia y mi frustración ...

Viernes Santo, 1992

Esta mañana me he levantado con un fuerte dolor de cabeza y con el estómago en un estado lamentable. A cierta edad los excesos con el alcohol provocan unas reacciones bastantes desagradables, algo a lo que el pobre Januf y yo no somos ajenos. Con los ojos aun semicerrados hemos desayunado y nos hemos dirigido a la casa que Januf me regaló y que compartí con Yara.

La idea de encontrarme la casa tal y como la dejé hace treinta años me sobrecogía un poco. Suponía encontrarme con mis viejas sombras, con todos los objetos que un día olieron a Yara, convertidos ahora en polvo, en basura; al llegar he  confirmado todos mis pensamientos. La casa estaba en un estado de abandono y ruina tal, que incluso parecía peligroso entrar en ella. No me he fijado en el piso inferior, con la cocina y el pequeño salón donde solíamos tomar té. Me he dirigido directamente hacia nuestro dormitorio. Al abrir la puerta ha sido como volver atrás en el tiempo, todo estaba igual, aunque eso sí, con varios centímetros de polvo y una amplia colonia de arañas y otros bichejos que habían dado cuenta de la mayor parte de los muebles.

Me he movido por la habitación como si fuera un escenario, representando escenas del pasado que volvían a mi memoria vivamente.

Cuando abandoné la ciudad en 1959 dejé aquí todas mis pertenencias a excepción de la documentación y un poco de ropa que apresuradamente metí en una destartalada maleta. Todo lo demás quedó aquí. No quería nada que me recordara a Yara o aquel sitio, así que lo dejé aquí en un intento desesperado por dejar aquí también mi dolor. Ahora veo que fue inútil.

Ahora, aquellos recuerdos ya no son tan dolorosos. Han cambiado su sabor por uno más dulce, uno que me gusta saborear. El paso del tiempo ha añadido ese ingrediente secreto que los hace deliciosos a mi mente hambrienta. Como si de un juego se tratara, he empezado a hacer un inventario de todas las cosas de la habitación. Cada una de ellas aportaba una nota distinta a la sinfonía de mis recuerdos y aquel imaginario rompecabezas me reconfortaba. Allí estaba el espejo que un día reflejara nuestros cuerpos desnudos; en los cajones del viejo escritorio sólo había polvo, polvo y descomposición. Poco quedaba de los caducos periódicos que habían pasado de la aséptica indiferencia del presente a esa confusa nostalgia del recuerdo. Y estaba también el gramófono que compramos al médico alemán, aquel aparato que puso música a nuestro idilio de cristal. Yara decía que tres mariposas la acariciaban al caer la estrella: mis manos que volaban sobre su cuerpo en flor, el calor de la noche que la ungía con su tibio deseo y aquella música que estiraba la piel y le susurraba al oído. Pero mis manos ya hace tiempo que dejaron de ser alas de mariposa; quizás perdieron su polvo mágico con Yara y no pudieron ya remontar el vuelo. Y eso es lo que son ahora, dos alas de mariposa fosilizadas que ya sólo se arrastran por las páginas de este diario amigo.

No he resistido la tentación de volver a abrir el viejo gramófono y poner música a la muda película que rodaba en mi mente. Yanuf ha sonreído al escuchar aquellas melodías que lo transportaban a otros tiempos o quizás a otras vidas. Con esa misma sonrisa en su rostro me ha ofrecido un pequeño cuaderno, rancio ya por los años. Al abrirlo, he reconocido en él la letra de Yara. Me he quedado confuso, como trastornado, sin pensar o actuar, nada, la parálisis total. Aquello era como verla otra vez, volver a escucharla, besarla. No sé como lo ha conseguido Januf pero eso ahora no importa. Lo he guardado celosamente para amarla esta noche, para recitarle una a una todas las cartas que le he escrito en estos últimos años.

Adiós querido diario, amigo, Yara me espera en las líneas de un viejo cuaderno ya rancio ...

Sábado Santo, 1959

Ya sólo veo una vaga sombra en el horizonte. Poco a poco Casablanca se va perdiendo en la distancia. Siento un profundo alivio dentro de mí. Ya no podía aguantar ni un sólo momento más en aquel cementerio.

Todo estaba muerto, las calles, el aire, el bullicio de los bazares, el grito de los niños ...

¡Era insoportable! En las últimas horas me costaba trabajo incluso respirar. El aire estaba como envenenado, vacío, lleno de miseria y desolación.

¡Pero ya pasó todo! En un par de días estaré de nuevo en casa y de Casablanca sólo quedará un vago recuerdo que se difuminará día a día. Soy fuerte, siempre lo he sido. Incluso podré olvidar a Yara. Aunque si entendiera su desaparición quizás todo sería más fácil. Me encuentro confundido. No sé que hacer. Miro otra vez el reflejo de la ciudad, pienso en

Yara, odio ese pensamiento y me odio por no estar muerto. Miro al mar desde la borda. Demasiada altura. El vértigo me arroja a cubierta cubierto de vómitos y lágrimas. Sigo gritando en silencio. Vuelvo a intentarlo. Sé que soy fuerte, siempre lo he sido. No, soy un cobarde. No, no , no pienses en eso. Eres fuerte, sí, sí, lo eres. Nadie me escucha. No hay nadie entre la multitud que me rodea y sólo encuentro alivio en ensuciar estas hojas con mis desvaríos. Por eso estoy escribiendo ahora, para no verme, para huir de mí, para no ver la ciudad que se aleja, para no pensar en Yara, para pensar en la muerte y no volverme loco, para buscar una explicación que pueda luego olvidar. Por todo esto estoy escribiendo. O tal vez no. Quizás sólo esté escribiendo por Yara ...

Domingo de Resurrección, 1992

Acabo de llegar a casa de Carlos. En la habitación del piso de arriba, encima de la cama, he encontrado dos pequeños cuadernos. He reconocido en ellos la letra de Carlos y Yara. Éste, en el que ahora escribo, viejo, manoseado, pero también mimado. El de Yara, brutalmente mutilado. Sólo queda una hoja, Jueves Santo, 1959.

Casablanca. Jueves Santo. 1959

¡No puedo más! No sé cómo deshacerme de el. Desde hace unos días me persigue a todos lados. Al principio estuvo bien, sí, es cierto, pero ahora es una pesadilla. Vive en una constante fantasía y a veces pienso que sólo ve lo que él imagina que hago o digo. Pues si no, habría notado que ya no quiero estar más tiempo con él. Ni siquiera la falsa historia de mi enfermedad ha podido librarme de él. Todo lo contrario. Creo que incluso lo ha acercado más a mí. No quiero hacerle daño, ese es el problema, y lo veo tan ilusionado que no soy capaz de decirle la verdad, así que he decidido desaparecer por un tiempo. ¡Qué ironía! Escondida y encerrada en mi propia casa. Creo que con esto bastará. En unos días se le habrá pasado esta obsesión y si nos volvemos a ver, incluso podamos tomar una copa como amigos. De todas formas el tiene a Januf, el es su amigo y sabrá lo que hacer con él ...

Yara tenía razón. Yo soy su amigo y sé qué es lo que tengo que hacer. He cortado la cuerda y descolgado el balanceante cuerpo de Carlos, lo he tumbado sobre la cama, he puesto uno de sus discos en el viejo gramófono y he servido un par de vasos de bourbon ...

- ¿Qué hacemos esta noche, amigo? Le pregunté.

No hay respuesta. Tampoco hace falta.

- ¿Recuerdas cómo nos conocimos, Carlos? Tu acababas de llegar a la ciudad ...

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