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Mientras sale la Luna pienso en ellas: en la Luna y en mi madre, en la Luna que para muchas culturas es la diosa madre, por simetría con el dios Sol, el padre. Pensar en los astros sin saber nada de ellos (como hacen las religiones primitivas y los astrólogos) no es un ejercicio científico sino poético. La palabra poética, es el elemento primario conque el bardo expresa sus sentimientos profundos; propiciando un sentido de sí mismo, no un sentido del mundo. Se inventa su propia necesidad o urgencia, su tono, su mezcla de significados y sonidos rítmicos, muy espirituales, aflorando para sí mismo; una urdimbre tejida en la arena de la diversidad; una sinfonía de múltiples mutaciones que han ayudado a componer y a descomponer el ovillado paisaje a flor del campo sentimental; y que luego, cual mariposas volanderas bulle al mundo exterior la palabra poética. 

La praxis innata del juglar desde su sensibilidad  debe ser frio, sereno, desapasionado; cualidades que le permiten medir, observar y rectificar. Para él tiene, pues, más de perseverancia que de genialidad, más de inspiración que de oficio y un hábil talante de selección, combinación  e integración de pensamientos que dentro de su musa, los sentimientos que cada día surgen, se juntan en el alma del poeta, reclamando su derecho de ser inmediatamente expresados produciendo  el "milagro" de la poesía. La poesía es lo poco que los seres humanos sabemos, cuando no sabemos nada: nuestra mera intuición, el ejercicio del ensueño y de nuestra pobre inteligencia cuando no tenemos el auxilio de los desarrollos técnicos (astrolabios, relojes, telescopios) ni de las matemáticas y la física, que son esos aliados de la razón sin los cuales no podría haber ciencia. Ante la exposición poética como teoría literaria; cualquier reflexión que se perciba alrededor sobre el contenido, sobre la forma y sobre los objetivos; será el vademécum generacional de mecanismos, lecturas literarias, políticas y culturales. 

La lírica, es una manera de orar que permite al poeta liberarse de la “disociación de la sensibilidad” no existen palabras ni ningún tipo de lenguaje poético que semeje un parámetro de por sí. Su realidad trata del prodigio, la maravilla, lo mágico que esté en el propio entorno circundante en lo tangible del mundo exterior. Cuando escribimos  poesía,  encontramos en su esencia una de las claves para entender y valorar el sentido de lo real maravilloso.  No existe una deriva única de lo poético que no brote del cotidiano trajinar del alma. Las tentativas de encerrar el lenguaje literario o encauzarlo a una sola voz homogénea   dentro de límites inamovibles, han dado como resultado estructuras cerradas del pensamiento que trabajan en contra vía de la propia y esencial condición de la palabra.

La pulsión del yo hacia el no-yo con relación del otro, con palabras  poéticas se intenta moldear lo que sucede; para suscribirlo en un título y en unos cuantos versos que muchas veces, las estrofas no alcanzan a dimensionar el auténtico escenario de un acontecimiento inspirado de la vida. He aquí la siguiente carta escogida de la nutrida correspondencia de  John Steinbeck, donde habla del poeta y la poesía al desnudo. Comienza así: Un hombre que escribe tiene por fuerza que poner en su narración lo mejor de su sensibilidad y de su conocimiento. La disciplina de la palabra escrita castiga por igual la estupidez que la deshonestidad. Un escritor vive en estado de respeto hacia las palabras porque pueden ser crueles o amables, y pueden cambiar de sentido ante tus propios ojos. Se impregnan de olores y de sabores como la mantequilla en la nevera. Por supuesto existen escritores deshonestos que avanzan durante algún tiempo, nunca por mucho-nunca por mucho.

Un escritor trata de comunicarse desde la soledad como una estrella lejana que emite señales. Ni dice ni enseña ni ordena. Bien al contrario busca establecer una relación de significado, de sensibilidad, de observación. Somos animales solitarios. Pasamos la vida intentando ser en menor grado. Uno de nuestros métodos más antiguos consiste en explicar una historia rogándole al que escucha que diga – y sienta- “En efecto, es así, o al menos así lo veo yo. No está tan solo como pensaba”

Desde luego un escritor reorganiza vidas, acorta intervalos de tiempo, resalta acontecimiento se inventa comienzos, nudos y desenlaces, y eso es arbitrario porque no hay comienzos ni finales. Poseemos, en verdad, telones- para un día, mañana, tarde, y noche, para el nacimiento, vida y muerte de un hombre. Son subidas y bajadas de telón, pero la historia continua y nada acaba.

Acabar es triste para un escritor -una pequeña muerte.

Anota la última palabra y ya está. Pero no lo está en absoluto. La historia continua, dejando atrás al escritor, porque ninguna historia acaba jamás.  Hasta aquí la carta de John.      

Con tal polémico planteamiento del poeta Steinbeck; se objeta que es una lección sobre el ser humano y sobre como un escritor se hace así mismo y que ningún aficionado a la literatura debería aplicar a todo texto lirico; porque no sólo a todo texto lirico, responderíamos, sino al arte en general y a la congénita e histórica actividad humana de la comunicación.

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