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“Puse todo mi genio en mi vida,
y solo mi talento en mis obras”

Oscar Wilde

Oscar Wilde. El nombre de un genio de la literatura que invita a soñar con un gigante egoísta que se niega a compartir su jardín hasta que la soledad y la sonrisa de un niño divino lo hacen recapacitar. Que conmueve, aún después de tantos años, a todo aquel que conoce las desventuras de un príncipe feliz que entrega poco a poco lo mejor de sí ayudado por su enamorada gaviota para hacer felices a los que nada tienen. Solo él ha sido capaz de convertir la anécdota del cumpleaños de una infanta en una desgarradora historia que lleva al lector a las lágrimas cuando el enano contrahecho de la corte descubre por casualidad el cuarto de los espejos y se enfrenta a su triste y cruel realidad. Nadie más ha retratado con tanto talento la soledad de una pelota de tafetán olvidada, pisoteada y llena de barro después de haber vivido en el más completo esplendor.

Considerado uno de los dramaturgos más destacados del Londres victoriano tardío, Wilde es un escritor clásico e inmortal gracias a sus letras. Destaca, no solo por su genialidad, sino por esa agudeza e ironía exquisita que permanecen plasmadas en cada una de sus obras lánguidas, suaves y musicales como era su propia voz pero a la vez aplastantes, reflexivas y talentosamente dolorosas, tan punzantes como la vida misma del hombre que las escribió.  Un personaje que lo mismo inventaba en dos semanas una obra en cuatro actos que improvisaba la historia más deliciosa en medio de una reunión social a propósito de…cualquier cosa que llamara su atención en ese momento.

Amante de lo estético, gran conversador, magnífico poeta, conferencista de éxito cuyas ideas políticas comulgaban con  el socialismo soñó con una vida pletórica de fama, de opulencia y triunfo, luchando cada día sin cejar hasta que lo consiguió, sin embargo, al liberarse y dar rienda suelta a sus verdaderas inclinaciones fue víctima de la pasión por un joven malcriado que con sus rabietas y egoísmo terminó por hundirlo pisoteando mil veces su amor de la misma forma que las ruedas de los carruajes arrollaron y llenaron de barro a la rosa roja teñida con la sangre de un noble y valiente ruiseñor que se sacrificó creyendo que con ello triunfaría el amor.

La figura de Wilde ha sido enjuiciada a causa de su homosexualidad. En vida, estos discernimientos ensombrecieron y nublaron su existencia hasta debilitar la fuerza de su espíritu y el vigor de su cuerpo. Pero son las páginas que contienen sus obras las que logran reivindicarlo y recomponer esa figura wildeana que tantas veces ha sido desfigurada por los criterios ofuscados y moralistas  que a final de cuentas, al conocer y reconocer los pasajes de su vida logran que el autor sea visto con mayor comprensión, receptividad y serenidad gracias a que en cada una de sus letras se puede adivinar la soledad en la que vivió siempre, igual que su entrañable fantasma de Canterville. Quizá el pecado más grande que cometió Oscar Wilde fue su falta de entereza para no doblegarse ante la gran pasión que encendió dentro de él un amor que solo le dejó dolor, ruina y desprestigio.

Oscar Fingal O’Flahertie Wills Wilde nació el 16 de octubre de 1854 en el número 21 de Westland Row, en Dublín en el seno de una familia protestante irlandesa. Sir William Wilde, padre de Oscar pertenecía a la burguesía acomodada y distinguida. Entre sus antepasados se encontraban personas de alto rango, se convirtió en irlandés a pesar de ser inglés, por convicción propia. En su niñez conversaba con los campesinos en dialecto gaélico porque disfrutaba escuchar las leyendas y supersticiones del país. Rescató, más tarde todas estas historias en un libro que enriqueció con sus propios conocimientos en arqueología y folklore, sin embargo, su profesión fue la de médico cirujano especialista en otorrinolaringología. Su fama lo llevó incluso a ser nombrado oculista de la Reina. En 1864 le concedieron el título de caballero, con lo que pudo utilizar el “Sir” aristocrático. Fue nombrado Padre de la otología moderna. Fundó el primer hospital oftálmico en Dublín costeándolo personalmente durante un año. Pero como era amante de las Bellas Artes, además del libro de Irlanda, publicó otro sobre relatos de sus viajes  y la historia de los últimos días de Swift. Cuando falleció estaba escribiendo la vida de Béranger.   Su arreglo personal era más bien desaliñado y sus costumbres liberales, tenía debilidad con las mujeres, lo cual le trajo, no pocas veces, problemas incluso con la ley. De Sir William heredó seguramente Oscar Wilde el amor a la vida y al placer, así como la falta de prejuicios.

La madre del escritor: Jane Francesca Elgee, era una mujer valiente y sagaz, poseedora de una imaginación fecunda. Desde muy joven se aficionó a los libros, y aún habiendo sido educada en un ambiente protestante se apasionó por la independencia de Irlanda católica, escribió versos patrióticos bajo el seudónimo de Speranza anotándose varios éxitos en el diario de Dublín, periódico en el que colaboraba. Pero de igual manera logró celebridad colaborando también  en La Nación que en aquel tiempo era la revista dublinesa más importante. En ella publicó artículos casi revolucionarios en los que instaba a los lectores a levantarse en armas y tomar el castillo. Razón por la cual el virrey ordenó que eliminaran los ejemplares de dicha publicación  y que el director fuera procesado. La autora se presentó en el juicio adjudicándose valerosamente la autoría de los artículos con lo que creció su popularidad, aunque no sirvió el gesto para evitar que los redactores fueran desterrados. Finalmente, cambió la política por el matrimonio siendo 11 años menor que su marido. Solía dar grandes reuniones en el primer piso de su residencia en Dublín en las que se mezclaban todo tipo de personas. De ahí la afición de Oscar por organizar recepciones años después, también a ella le aprendió toda clase de rutinas para mantener cuerpo y  rostro alejados de los estragos del tiempo. La mujer se maquillaba con encono y jamás se dejaba ver antes de las cinco de la tarde, controlaba la luz que llegaba a su piel manteniendo las cortinas corridas y la luz de las lámparas en tonalidad rosa tenue. Vestía ropajes fastuosos y recargados de joyería, entre las manos, invariablemente sostenía su abanico, el clásico e imprescindible frasquito de sales y su pañuelo finamente confeccionado.

Oscar fue el segundo hijo varón de la familia lo cual representó su perdición, ya que es bien conocido por todos que Lady Wilde tenía la enorme ilusión de tener una hija. Cuando su segundo embarazo culminó con el nacimiento de un hombrecito decidió consolarse de tal desencanto vistiéndolo de niña incluso en sus primeros años de vida. Fue hasta que tuvo 10 años cuando comenzó a aparecer con indumentaria de varón en las fotografías. No cabe la menor duda de que esta acción aparentemente insignificante contribuyó en gran medida a que su destino se deformara. No obstante, además de su hermano mayor: William Charles Kingsbury Wills (1852-1899) tuvo una hermana nacida dos años después que él: Isolda, quien murió a los ocho años de edad, en 1859. Oscar guardó en un sobre cerrado y primorosamente decorado un mechón de los cabellos de su hermana muerta. Este fallecimiento lo inspiró para escribir el poema “Requiescat”

Pisa ligeramente, ella está cerca,
-bajo la nieve; -habla suavemente,
Ella puede oír  crecer las margaritas.

Toda su brillante cabellera dorada
-está empañada por la herrumbe ;
-ella, que era joven y bella,
-se ha convertido en polvo.

Semejante al lirio, blanca como la nieve
-apenas sabía –que era mujer,-
Tan dulcemente había crecido.

Las tablas del ataúd y una pesada losa
-se apoyan sobre su pecho;
-mi solitario corazón está afligido;
-ella descansa en paz.

Silencio, silencio
Ella no puede oír –la lira o el soneto;
-toda mi vida está enterrada aquí,
-amontonad tierra sobre tierra

A pesar de todo, la familia Wilde era muy unida, los niños recibieron sus primeras lecciones en el hogar bajo la dirección de los mejores profesores. Pero nada se comparaba con las lecciones de vida que recibían en la mesa con su padre o en el salón en medio de las fiestas de su madre. No eran niños de hábitos firmes y bien cimentados, en casa se comía sin horarios fijos y se bebía todo el día. Oscar amaba a su padre y a su hermano mayor con quien estuvo casi siempre unido, solamente al final de sus vidas terminaron alejados. Pero el gran amor de Wilde era su madre quien siempre lo distinguió por considerarlo el más brillante, el más guapo e inteligente a pesar de que William al crecer, sería un periodista notable y prestigiado también.

Continuó su instrucción en la Portora School de Enniskillen, una villa apartada de la ciudad considerada entre las cuatro mejores escuelas de Dublín. Ahí ingresó Oscar en 1864, a los diez años de edad permaneciendo siete años. Wilde era un joven de melena rubia y lacia, misma que conservó siempre por considerarla un rasgo de artista. Era muy alto pero con aspecto frágil en su totalidad, candoroso, pero inquieto y revoltoso fuera de clases. Usaba un fino sombrero de copa en vez del reglamentario. Wilde no lograba encajar en las actividades deportivas que promovía la escuela, practicó el remo porque le permitía perderse a meditar en el estanque durante horas, a diferencia de su hermano que poseía gran habilidad  para la actividad física y agradaba a todos, por lo cual era socialmente aceptado sin problemas. Oscar dominaba espontáneamente la gramática y adoraba las lecciones de lengua clásica. Sus compañeros lo llamaban Cuervo gris (grey-crow). En Portora fue poco querido y normalmente era blanco de apodos y burlas mordaces y crueles por parte de los demás chicos. No dejó ahí ningún amigo íntimo.

Durante su último año de estadía en Portora, Wilde descubrió Grecia y esta experiencia marcaría su concepto de la estética y la belleza de por vida. El joven estudiante  era un apasionado lector de Obras inglesas, Dickens lo hacía sonreír pero Disraeli lo exaltaba con esa ambición de triunfos y vida fácil.

En 1871 ingresó al Trinity College de Dublín institución en la que conquistó una beca de 20 libras anuales. Su habitación era sombría y vieja por lo que nunca quiso recibir a nadie en ella debido a las condiciones del lugar y porque ahí también llevaba una existencia más bien solitaria dedicada a la lectura, sobretodo  de  las obras del poeta Algernon Charles Swinburne  y a la preparación de sus exámenes de Humanidades. Se guardó muy bien sus opiniones sobre cuestiones sociales, religiosas o políticas porque su meta era conseguir la medalla Berkeley, misma que conquistó finalmente en 1874 gracias a su desempeño en el desarrollo del tema Trozos escogidos de los poetas cómicos griegos, publicados por Meineke.

Tres años después de haber ingresado en esta Institución, en julio de ese mismo año, la abandona al obtener una beca de 95 libras anuales para estudiar en el Magdalen College, de Oxford.

En este Colegio sus éxitos fueron mayores que en Dublín al conquistar el primer premio en literatura griega y latina lo que lo motivó a entregarse con mayor libertad y entusiasmo a la escritura. Recibe ahí  con infinita pena la noticia de la muerte de su padre en abril de 1876. Ese mismo  año, las revistas de Dublín y Oxford publican su primer poema titulado Coro de vírgenes de las nubes.

Al año siguiente, 1877, realiza su primer viaje a Grecia en compañía del profesor John Pentland Mahaffy gracias a la modesta herencia paterna en efectivo que recibe.

En junio del siguiente año conquista el premio Newdigate de verso inglés con su poema “Rávena” que él mismo recitó en el Sheldonian Theatre, este recital significó el mayor acontecimiento literario en Oxford.

El piso que ocupaba en Oxford era muy amplio, Oscar aprovechó para adornarlo fastuosamente y para exhibir su preciada colección de porcelana erótica azul, contagiándose del lujo y elegancia de la ciudad misma. Los que estudian ahí son normalmente líderes política y socialmente hablando. En Oxford, además, Oscar Wilde logró la popularidad que antes se le había negado a consecuencia de sus maneras finas, pues los estudiantes aficionados a las letras y a las artes solían rodearlo fascinados con su persona. Animado por ello, fundó un salón literario en donde recibía a sus amigos todos los domingos por la noche para discutir temas de arte y escuchar diversas interpretaciones en música. Wilde poseía una magnética galanura en su conversación y tenía la noble facultad de jugar con las ideas y con las palabras llenando su conversación de paradojas y filosofías originales y personales.

En estas tertulias se hizo muy amigo de Water Pater escritor y poeta erudito, original, refinado y sensible. Peter se sentía maravillado por Wilde llegando incluso a hincarse para besarle la mano arrobado por la exposición brillante de las ideas que Wilde exponía con maestría. También estrechó lazos con Ruskin y aunque éstos no fueron muy íntimos ni duraderos sí ayudaron a definir la vocación de Wilde, que durante cuatro años logró completar su instrucción literaria con gran acierto y satisfacción obteniendo en 1878 el título de Bachelor of arts graduándose con las mejores notas. Siempre sentiría nostalgia de las épocas juveniles vividas en Oxford, una de las etapas más felices de su vida.

Decide emigrar a Londres para reunirse con su madre y hermano mayor que se habían instalado en un modesto piso de Oakley Street en donde la opulenta vida que llevaron hasta entonces debió tornarse más modesta a pesar de que Speranza seguía organizando sus reuniones, ahora sabatinas, a las que, a causa de su ruina económica, las amistades socialmente poderosas ya no acudían. Estos lugares fueron ocupados por artistas mediocres y oportunistas que aprovechaban la ocasión.

Al llegar a Londres, Oscar se instaló por su parte en dos departamentos alquilados en Salisbury desde donde se inició en el periodismo al igual que su hermano, quien le abrió camino en el diario The World mismo en el que se desempeñaba. Oscar se sentía hambriento de brillo social y  triunfo económico, mismos que solo podían ser conquistados a través de lo que era su más grande pasión en la vida: la literatura. Tomada esta decisión comenzó a dedicar cada hora de su vida a escribir y a socializar. Sus dotes de conversador, el humor fino, la alegría que reflejaba y la admiración entusiasta que manifestaba ante todo aquello que le agradaba le abrieron las puertas de par en par.

Se codeó con personas importantes, prestigiadas y de enorme peso en la sociedad, pero también con grandes artistas, con escritores y actores. Entre estas personalidades estaba Whistler, el pintor se sintió halagado por la admiración que Wilde decía tenerle y disfrutaba mucho esas conversaciones llenas de ingenio. Durante los 3 ó 4 años que duró su amistad ambos aprendieron el uno del otro, Oscar se quedó con la enseñanza de las teorías pictóricas de Whistler, al mismo tiempo, éste último aprendió a manejar a la crítica con sagacidad y firmeza para dominarla.

Ya para entonces a Wilde se le había metido en la cabeza la idea de publicar los versos creados en Oxford, pero las editoriales lo rechazaron sin más tratando de hacerle entender que la poesía no representaba un buen negocio. Sin embargo, estaba decidido y después de ahorrar una  cantidad se decidió a pagar él mismo la impresión de su obra, el editor le prestó su nombre para acompañar la portada y aceptó el libro en comisión para su venta.

Los poemas fueron la primer obra publicada por Wilde de 27 años de edad apareciendo en junio de 1881. El libro apareció en gran formato, impreso en papel holanda con enormes márgenes y encuadernado en pergamino. Su precio, por lo tanto, era elevado: media guinea de aquellos tiempos. Pero Wilde tenía fe en su trabajo y no claudicó a pesar de que la crítica no fue compasiva con él. Finalmente, el éxito fue enorme, vendió cuatro ediciones en unas cuantas semanas. En el libro, se conjuntaban las novedades poéticas con las tendencias eternas  de la poesía inglesa pero expuestas clara y brillantemente.

Ebrio a causa  del éxito social y personal se atrevió a innovar con su indumentaria cambiando la aburrida levita y el chaleco por un sombrero blando de anchas alas bajo el cual caían sus cabellos largos. En invierno se ataviaba con una capa o abrigo de pieles que no se quitaba jamás y en verano aparecía invariablemente con chaqueta de terciopelo negro, calzón corto, medias de seda y zapatos escotados de charol con hebillas de plata. La camisa con cuello y puños de encaje y sobre todo aquello una chalina verde o carmesí  y una gran flor en el ojal que no podían ser más que girasol o lirio por el tallo recto y esbelto y su color fuerte y puro. Si la flor era muy grande, lo resolvía llevándola en la mano. Obviamente el escarnio que los periódicos hicieron de su persona por este estilo peculiar fue atroz. La burla llegó a tales extremos que se estrenó una opereta cómica Patience cuyo argumento era una sátira alrededor de la vida del autor.

Pero a él parecía no preocuparle enormemente este detalle. Al contrario, inspirado por los conflictos sociales en Rusia gracias al nihilismo Wilde comenzó a formular en su mente un drama teatral basado en estos hechos. Fue así como surgió Vera y los nihilistas en el cual otorga sentimientos piadosos y nobles a los nihilistas que deben soportar la represión del zar. La afamada actriz Bernard Beere anunció el estreno del drama que ya estaba impreso desde septiembre de 1883, no obstante, en Londres no pudo ser representado aunque sí se logró la puesta en escena en Nueva York sin gran éxito.

Oscar Wilde viajó a los Estados Unidos para estar presente en el estreno de la misma y porque fue contratado para dictar una serie de conferencias sobre estética que sentaron las bases de lo que después se conocería como “dandismo”.  Los periódicos norteamericanos lo recibieron publicando su biografía en todos los diarios junto a fragmentos de sus poemas y anunciándolo por todo lo alto como la personificación del movimiento estético en Inglaterra. Brindó conferencias sobre el Renacimiento inglés y el decorado del hogar logrando un éxito apoteósico, gracias al cual obtuvo la contratación por parte del empresario Major Pond para ampliar la gira a través de los Estados Unidos (originalmente se habían pactado 50 conferencias previstas para cuatro meses, pero finalmente se extendieron a 140 conferencias dictadas en 260 días) fue en este viaje en el que  conocería a Walt Whitman, Henry Longfellow, y Oliver Wendell Holmes. Terminada su labor en aquel país, aprovechó para viajar a Canadá y conocer la capital y sus principales ciudades.

Definitivamente, el viaje a América había resultado provechoso a pesar del gran cansancio que significó, sin embargo, le ayudó a ganar mucho dinero, a granjearse la simpatía de mucha gente gracias a sus dotes humoristas y también maduró. Fue después de ese viaje que se decidió a dejar su extravagancia para concentrarse en explotar el imán de su palabra y su poder de seducción sin caer en excentricidades.

Regresó a Londres luego de más de un año de estancia en Estados Unidos y Canadá, pero solo para prepararlo todo y viajar a París en donde se instala una buena temporada en el hotel du Quai Voltaire desanimado por el rechazo de Florence Balcombe de quien se sintió enamorado sin suerte, pues la dama prefirió  unirse a Bram Stocker. En Francia trabajó escribiendo el poema La casa de la cortesana y el drama en verso La duquesa de Padua, se relacionó con escritores de la talla de Maurice Rollinat, Paul Bourget, Verlaine, Victor Hugo y Daudet. Estrechó su amistad con la actriz Sara Bernhardt  y se obsesionó con Balzac. Dejó la ciudad para viajar nuevamente a Estados Unidos por el reestreno de Vera o los nihilistas para instalarse nuevamente en Londres.

Ahí encontró de nueva cuenta al organizador de sus conferencias en Estados Unidos y juntos planearon una nueva gira, ahora por Reino Unido para hablar acerca de sus experiencias en América, la educación artística moderna y el valor del arte en la vida moderna. Dio conferencias a diestra y siniestra lo cual le dejó nuevamente una pequeña fortuna personal. Estaba cansado de vivir en hoteles, se hartó de repetir una y otra vez sus conferencias y sufrió la ingratitud de sus amigos cuando lo acusaron de plagio, el propio Whistler le retiró su amistad por suponer que estaba utilizando ideas y conceptos suyos en sus pláticas.

Roberto Ross, amigo de Wilde y presumiblemente su primer amante masculino, el que lo libera instándolo a enfrentarse a sus verdaderas inclinaciones años más tarde, salió en defensa de Oscar opinando que su amigo había obtenido sus conocimientos en arte de Ruskin, Walter Pater y de Burne-Jones. Finalmente, Wilde se decidió por abandonar el ejercicio de las conferencias que hasta entonces fueron su mayor ingreso económico y abandonó la estética con desilusión.

Quería triunfo, fama y posición y le desesperaba ver cómo los ingresos se agotaban cuando él apenas era un escritor conocido pero no célebre. En el teatro no había logrado destacar del todo, sus poemas editados ya no eran actuales, y por lo tanto, no se vendían más. Mientras más escaseaba el dinero, mayor era su sed de éxito. Estaba en una situación tan desesperada que hasta se vio obligado a empeñar la medalla ganada con tanto esfuerzo en sus días de estudiante. Fue entonces cuando optó por casarse con una dama de posición acomodada que había conocido en Dublín, su nombre: Constanza María Loyd, hija de uno de los consejeros de la reina, prominente abogado que falleció cuando ésta contaba con tan solo 16 años de edad. Oscar encontró en ella a una mujer agradable pero con poca notoriedad que compartía su gusto por la lectura y que hablaba varios idiomas europeos.

En 1884 se casó en Londres, en la iglesia de Saint James, en Paddington contando él con 30 años y ella con 26. Viajaron a Paris para pasar su luna de miel. Constanza estaba contenta de haberse unido a un hombre tan galante y solícito con ella, que le escribía cartas apasionadas cuando se veía obligado a salir  y le enviaba flores con frecuencia. Al regreso se instalaron en su nueva mansión londinense. Wilde arregló el desván que contaba con un balcón como su estudio, aunque en realidad siempre trabajó en el despacho ubicado en la parte baja de la casa. A cada habitación le otorgó un color con sus respectivos matices sin que ninguno de éstos fueran tonos vivos. El autor trabajaba entonces como crítico literario en varios periódicos y revistas.

El matrimonio le dio tranquilidad y los primeros años se dedicó prácticamente a su familia. Engendraron dos hijos: Cirilo y Viviano en el plazo de tres años de feliz unión. Los conflictos llegaron después, cuando el editor Cassell designó como director de un diario femenino a Oscar Wilde convirtiéndose éste en inspirador, redactor y jefe de The woman´s World. En un principio se mostró consagrado a su familia, ocupado en su trabajo responsablemente. Siempre estaba en busca de colaboradores dispuestos a aportar algo interesante a la revista, de tal suerte que aparecieron artículos de su madre, de su esposa, de Blanca Roosevelt, Arthur Simons, la afamada escritora Ouida y la exreina de Rumania entre otros.

Su posición en la revista le obliga a frecuentar los salones en boga, a vestir elegantemente y a perfeccionar sus dotes de conversador logrando que sus frases, ideas y teorías comiencen a ser comentadas en todas partes. La gente sentía un agrado extremo por su persona o un desagrado cortante e  inmediato, sin términos medios. El mayor temor de Wilde era caer en la miseria, por eso tenía esa marcada obsesión hacia lo aristocrático, y lo expresaba sin tapujos en voz alta y ante todas las personas. Esto le trajo muchos enemigos, pero también un  número enorme de admiradores entre los que se encontraban chicos snob. Rodeado de ellos es cuando disminuye el gusto por su esposa que ha perdido el encanto estético con la maternidad y aprovechando que la dirección de la revista le deja suficiente dinero para vivir poco a poco la hace a un lado en su vida, sabedor de que algún día sus obras lo harían triunfar sin prestar atención a los rumores que ya comenzaban a correr acerca de sus inclinaciones.

En 1887 logra publicar en diferentes revistas cuentos y novelas escogidas como El crimen de Lord Arturo Saville y El fantasma de Canterville. En mayo del siguiente año publica el libro El Príncipe Feliz y otros cuentos. En ellos, reveló el estilo clásico que lo caracterizó siempre. Animado por el éxito escribe y publica La decadencia de la mentira que es su primer trabajo importante de crítica.

Dos meses después publica en otro medio impreso la novela corta El retrato de Mr.W.  H .aquí sostiene una teoría imaginaria sobre el autor de Los sonetos de Shakespeare revelando el amplio conocimiento que poseía en cuanto a las obras de William Shakespeare, sin embargo, la obra es recibida con hostilidad pues aseguraban que reflejada su tendencia homosexual y nuevamente se puso en entredicho la reputación del autor.

En octubre deja la dirección de la Revista femenina y se sienta a escribir para Lippincott’s Monthly Magazine en donde le solicitaron que escribiera algo para el suplemento. El resultado fue El Retrato de Dorian Gray misma que escribió en tan solo 15 días. Después de que publicaran esa primera versión, Wilde le añadió capítulos para hacerla más larga. La fama literaria del autor se acrecentó, pero nuevamente hubo quien tomó un sentido equivocado de la obra corrompiendo la belleza de la misma. La crítica tachó la historia de inmoral y venenosa. A pesar de todo, había comenzado con Dorian Gray el ascenso hacia la celebridad.

Oscar Wilde, siempre con esa actitud orgullosa y soberbia que lo caracterizó se dedicó a desafiar a sus detractores y retarlos dejándose ver en todos lados con amigos de dudosa reputación, entre ellos John Gray, un joven poeta del que decía el escritor, fue su modelo de inspiración para crear a Dorian Gray. Estas imprudencias hicieron que la policía comenzara a vigilarlo con discreción sin que aquel mermara su intento por llevar un modo de vida más discreto, siempre convencido de que su don de palabra y su genialidad podían librarlo de cualquier percance.

En mayo de 1891 aparece su ensayo Intenciones y casi al mismo tiempo en volumen sus novelas y cuentos. En noviembre se publica un tomo de cuentos titulado Una casa en granada.

Viajó a París nuevamente y ahí escribió Salomé. Obra que desató una verdadera polémica porque lo acusaron de tergiversar la biblia e intentaron detener los ensayos. No obstante, Salomé se estrenó y brilló.

George Alexander, actor y empresario, le adelantó a Wilde 100 libras para que comenzara a escribir otra obra. En menos de dos meses Oscar escribió El abanico de Lady Windermere obra en cuatro actos. El público abarrotó el teatro la noche del estreno, casi todos los críticos mostraron nuevamente su inconformidad pero la realidad es que el público lo ovacionó encantado al final de la obra, insistiendo en que el escritor subiera al escenario. Todo Londres fue a ver la obra, que se convirtió en el tema de conversación de todas las reuniones durante mucho tiempo, sobretodo por las frases mordaces llenas de ingenio y chispa. Oscar Wilde había conseguido lo que siempre soñó: ser el ídolo del Londres elegante y llevar una vida de placer absoluto sin preocupaciones.

El autor siguió llevando una vida social activa siendo el centro de  las reuniones más importantes, tanto así que él mismo se nombraba “El rey de la vida”, pero no dejó de trabajar con encono anotándose un éxito más con la obra Una mujer sin importancia en abril de 1893, a estas le siguieron otras dos Un marido ideal y La importancia de ser formal, mismas que elevaron sus finanzas personales considerablemente. Aquella etapa sin duda alguna fue la cumbre de su éxito profesional, de completo brillo social y dominio de su palabra. Adoraban ese genio punzante derramado en sus obras en las que constantemente fustigaba las hipocresías del género humano a tal grado que lo mismo atraía a mujeres que se sentían seducidas por sus palabras que a hombres de todas las edades y extractos sociales que esperaban impacientes a que el personaje contara alguna historia improvisada, aunque no por eso menos espléndida que las demás,  una gran parte de las obras de Oscar fueron narradas sin que nadie las rescatara plasmándolas en un papel.

Fue  durante el Otoño de 1891, cuando conoció a lord Alfredo Bruce Douglas (Bosie), segundo hijo del Marqués de Queensberry, desatándose en su interior esa pasión irrefrenable que lo llevaría a la perdición. El chico de 21 años estudiaba en el Magdalen, mismo colegio de Oscar, quien para entonces, le llevaba 16 años de diferencia, pero que sucumbió ante el encanto de aquel chico de rostro angelical, ojos azules y cabello dorado. Alfredo escribía versos y se sentía seducido por la personalidad magnética de aquel escritor que con ese don inigualable para conversar lo había enamorado instantáneamente. Sin embargo, el estudiante era un muchacho caprichoso que incluso abandonó los estudios en medio de una rabieta de las muchas que solía protagonizar debido a su carácter mimado y arrogante que lo llevaba a burlarse de los profesores amparándose en su juventud, el buen nombre que llevaba y la posición notable de su familia.

Oscar y Alfredo se volvieron inseparables haciéndose común verlos entrar y salir de hoteles fastuosos, restaurantes opulentos y salones soberbios. Cuando el chico abandonó la Universidad prácticamente se fue a vivir con Wilde a quien llevó a su casa y le presentó a sus padres dejando al escritor asombrado con tanta opulencia y aristocracia. Comían regularmente en el café Royal donde platicaban durante horas, a veces  hasta la madrugada misma. Wilde pedía para su acompañante los platillos más delicados a lo largo de estos encuentros.

Viajaron por el continente visitando Francia, Alemania, Italia y Argelia entre otros países gastando sin medida y ayudándose mutuamente. La influencia que ejercía uno sobre el otro no les benefició a ninguno pues Wilde era delicado, sentimental, amable y débil, en cambio Alfredo era arrogante, despótico y testarudo. Oscar llegó a comentar que el chico le asustaba tanto como le atraía. Hubo un momento en que quiso separarse de él, pero Alfredo, insistente y posesivo, lo buscaba con necedad hasta envolverlo nuevamente sin que Wilde fuera lo suficientemente fuerte para resistirse.

El padre de Alfredo, Marqués de Queensberry era un hombre violento e irritable que se había caracterizado por el maltrato al que sometió a su mujer y al abandono en que tenía a su familia ganándose con esto el desprecio de sus hijos, sucedió que encontró a Alfredo y Oscar en el café Royal almorzando, Wilde aconsejó a su compañero invitar al padre a la mesa con ellos lo cual culminó en una rabieta del muchacho ya que los hombres se enfrascaron en una conversación tan interesante que se olvidaron de él. Oscar se marchó aquella noche satisfecho, pensando que había causado buena impresión en el hombre. Pero no contaba con que la familia del muchacho no veía con buenos ojos su relación y la consideraban altamente perjudicial, así que comenzaron una campaña a favor de separarlos. Consiguieron que el Príncipe de Gales enviara a Lord Alfredo a El Cairo para después ser nombrado agregado honorario de la Embajada Constantinopla. De poco sirvió esta acción pues el joven regresó a las pocas semanas para buscar a Oscar nuevamente y reanudar sus relaciones.

El marqués de Queensberry escribió encolerizado a su hijo advirtiéndole que si no dejaba la amistad con Wilde sufriría las consecuencias, Alfredo se burló de él logrando empeorar con esta actitud la situación. El padre inició una guerra campal en contra de ellos apareciendo en todos los lugares públicos buscándolos y advirtiendo a todo el mundo que cuando lograra encontrarlos juntos pondría a su hijo en su lugar aplicándole un correctivo público. Finalmente, deja una nota en el Club londinense Albermale con palabras insultantes para Wilde al que además llama sodomita. Oscar recibe la tarjeta diez días después.

Al enterarse Alfredo de esta situación cometió otro acto de imprudencia por el que Wilde pagaría muy caro pues se dedicó a mandarle notas al padre desafiándolo y comunicándole el lugar y la hora exacta en la que saldría con Oscar. Aún entonces, el Marqués intentó resolver la situación acudiendo a casa del literato para advertirle que debía dejar a su hijo en libertad, pero la entrevista finalizó violentamente, por lo cual Wilde le envió días después un abogado para invitarlo a retractarse de sus acusaciones e injurias a lo que, naturalmente, se negó aquel.

En el estreno de Un marido ideal el Marqués reservó una platea con el objeto de arrojarle a Wilde un manojo de zanahorias en cuanto subiera al escenario, sin embargo, la policía se lo impidió. El escritor optó entonces por demandar al hombre acusándolo de difamación sin que sus amigos, entre ellos el escritor Bernard Shaw,  lograran disuadirlo de tal empeño advirtiéndole que si perdía la querella sería señalado como acusado. Su coterráneo lo convenció de publicar en el Times una carta en donde explicara que su trabajo era escribir y no estar prestando oídos a las difamaciones cobardes de un hombre que era conocido por la violencia con que resolvía sus diferencias. Oscar lo meditó, e incluso lo aceptó, pero Alfredo en su obcecada lucha por ganar la batalla a su padre dominó nuevamente al escritor y lo convenció de que aquel hombre no era su amigo y deseaba dejarlo como un cobarde ante los ojos de la sociedad. Wilde presentó la querella y la vista del caso se llevó a cabo en una sala abarrotada de curiosos deseosos de no perder detalle.

La facilidad de palabra de Oscar nada pudo con esos abogados y jueces para los que las frases ingeniosas y las historias brillantes no significaban más que ocio y banalidad. Queensberry fue absuelto después de un proceso visiblemente tendencioso influenciado por la posición del Marqués y Oscar Wilde quedó desprestigiado, pero además, en cuanto quedó libre de cargos el marqués intervino para que apresaran al hombre, que fue detenido en un cuarto de hotel en el que permanecía con Alfredo y otros amigos para ser llevado a Scotland Yard y después a la prisión de Bow Street. Enfrentó tres procesos, llenos de amarguras y desolación.

El 6 de abril de 1895 comienza el primero de los escandalosos procesos contra el escritor ante el tribunal de la calle Bow. Suspendida la vista hasta el día 11 Wilde es trasladado a la prisión de Holloway después de habérsele negado la libertad bajo fianza. En la segunda vista el Gran Jurado estima que existen motivos para procesarlo y vuelven a negarle la libertad bajo fianza.

Finalmente, lo dejaron salir después de una fianza que fue cubierta por Wilde en una parte, por el hijo mayor de Queensberry y un sacerdote amigo por la otra. Pero solo salió para encontrarse con que no tenía a dónde ir, quedándose con su hermano sin hacer caso nuevamente a las súplicas de Roberto Ross que pedía que se refugiara en Francia. Pero Wilde estaba devastado, sin fuerzas para huir y mucho menos para luchar. Era víctima del terror más espantoso y termina arrojándose él mismo a la fatalidad.  Permanecía sentado en una silla como si estuviera clavado en ella bebiendo todo el día.

Durante el último proceso, Wilde apareció como un guiñapo humano, descargaron sobre él toda la saña  posible, la Justicia inglesa se mostró injusta permitiendo que desfilaran toda clase de testigos falsos sacados de la peor escoria de la sociedad que escupieron infamias y mentiras viles sobre el estrado. Oscar Wilde, quien tan solo dos meses antes era mimado, asediado, amado y admirado fue golpeado una y otra vez con los puños de la falsedad a través de degenerados, chantajistas y viciosos que juraban hipócritamente para hundirlo a través de sus calumnias y falacias ante un público que se ensañaba con Wilde sin piedad. Oscar  pasaría los siguientes dos años en prisión con trabajos forzados acusado de “indecencia grave” por una comisión inquisitoria de actos homosexuales. Alfredo Duglas, el verdadero culpable de la tragedia nunca fue condenado ni señalado a pesar de haber cometido, en todo caso, el mismo delito que el autor.

Al día siguiente de la condena de Wilde, el actor Brookfield, responsable de conseguir los testigos inventados, organizó una comida para celebrar el triunfo del Marqués. Cuarenta ingleses acudieron a aplaudir la aniquilación del genio literario. Comerciantes a los que Wilde quedó a deber, cantidades insignificantes en muchos casos, aprovecharon la situación para unirse y demandarlo logrando el permiso para rematar su casa. Durante un mes entraron y salieron saqueando sus objetos personales, rematando sus manuscritos, malbaratando sus libros tan preciados. Sus obras fueron retiradas de los carteles, se prohibió la venta de sus libros. Nadie acudió a su defensa, ningún medio publicó una sola línea en su favor. Ya no era más Oscar Wilde, la gente lo llamaba simplemente he (él).

El escritor fue conducido en primera instancia a la Prisión de Wandsworth en donde sufrió humillaciones y escarnios indescriptibles, luego, fue trasladado a la Cárcel de Reading, en aquel edificio lúgubre y medieval cumplió su larga y atroz condena. Por supuesto, su espíritu sensible y fragilidad se vieron afectados terriblemente por los maltratos sufridos y la  violencia de los trabajos pesados. Día con día se iba apagando, sus cualidades se disminuían, la llama creativa y genial que lo llevó a la cumbre de la fama se extinguía sin remedio. De aquella caída fulminante quedó un individuo quebrado y acabado hundido en un abismo infernal y terrible. Incluso, pasó dos meses en la enfermería como resultado del duro régimen de la prisión.

Finalmente, optó por aceptar el escarnio, la vejación y el sufrimiento de la cárcel como una manera de expiar sus errores pasados más que los vicios cometidos. Su infinita soberbia comenzó a someterse ante la llegada de una humildad que antes era nula en aquella alma orgullosa que algún día dijo en la aduana del aeropuerto “No tengo nada que declarar sino mi genio”. Pasó largas e infinitas horas en silencio pues les era prohibido hablar, ese mutismo lo llevó frente a la piedad que tampoco practicó durante sus años de gloria. Hubo un tiempo en que la idea del suicidio rondó su mente, pero se borró una tarde en que un reo, aprovechando la distracción del guardia y arriesgándose a sufrir un castigo ejemplar  le hizo saber que lo compadecía por estar ahí a pesar de su sensibilidad y que esperaba que pudiera soportar la condena hasta el final. Se sintió profundamente conmovido por aquellas frases. En la prisión no era más  Oscar Wilde, ahí era C. 3. 3. (Celda 3 rellano 3) y así, con esa cifra infame firmó al salir libre su famosa Balada en la Cárcel de Reading inspirada en la ejecución de un gallardo soldado acusado de envenenar a su esposa y que fue ejecutado en prisión.

Mientras purgaba su condena unos cuantos admiradores intentaron reunir firmas para lograr una disminución de la condena sin éxito. Casi todos los amigos lo abandonaron, con algunas honrosas excepciones como es el caso de Bernard Shaw quien redactó él mismo una petición de indulto que nunca prosperó. Cada tres meses le era permitido al preso escribir y recibir correspondencia. Su siempre fiel y abnegado amigo Roberto Ross se encargaba de redactar con lujo de detalles los acontecimientos del mundo literario y las noticias de amigos y familiares. Recibió contadas visitas durante su encierro: Harborough Sherard, quien lo visitó a los tres meses de su encarcelamiento y que intentó reconciliarlo con  su esposa para rescatarlo de esa evidente depresión profunda que lo mantenía lloroso y triste. Su esposa finalmente lo visitó en una ocasión quedándose impactada y conmovida por el cambio moral y la decadencia física que advirtió en él y acudió una segunda vez, en 1896, para informarle a Oscar de la muerte de su madre que hasta el último momento pensó en él y lamentó el sufrimiento que padecía aquel hijo predilecto. Frank Harris lo encontró envejecido, canoso y delgado al mismo tiempo temeroso y exhausto.

Alfredo tuvo intenciones de visitarlo o escribirle pero Roberto Ross intervino para cortar de tajo esa relación destructiva. El joven se ausentó de Londres mientras Wilde seguía solo en la cárcel presenciando y sufriendo en carne propia toda clase de injusticias como el haber sido testigo del encarcelamiento de 3 chiquillos que fueron apresados por haber atrapado tres conejos con un lazo, uno de los guardias, conmovido, les llevó a escondidas galletas, pero fue descubierto y cesado al instante por aquella grave falta. Cuando Wilde salió de prisión escribió y publicó dos cartas pidiendo un trato más humano para los niños en prisión denunciando las crueldades del sistema penitenciario inglés.

En la última etapa de su encarcelamiento, Oscar pudo, por intervención de su gran amigo Harris que aprovechó la llegada de un director del penal infinitamente más humano que el anterior, recibir en su celda libros, material para escribir y el permiso para mantener encendido el gas de su celda. Pudo entonces concebir De Profundis la tan comentada carta dedicada a Douglas y que se publicó en 1924 la primer parte en alemán, íntegra a pesar de la extensión causando una verdadera sensación debido al dolor y la crudeza que se reflejaban en cada una de las frases ahí escritas confesando y desnudando su sentir y en 1905 la segunda. Cuando Frank Harris volvió a verlo lo encontró notablemente cambiado, con mejor ánimo, jovial y hasta alegre. Hizo planes para armar una pequeña biblioteca personal a su salida entre la que se encontraría las obras de Flaubert, Stevenson, Baudelaire, Maeterlinck, Dumas padre, Keats, Dante, Goethe, entre otros.

Oscar Wilde salió de la cárcel el 19 de mayo de 1897 sin tener más posesiones que su libertad valorando por sobre todas las cosas la ayuda que sus fieles amigos se apresuraron a brindarle. Un diario inglés le pagó 1000 libras por una entrevista sobre sus experiencias en prisión. Dinero que aprovechó para salir de Inglaterra e instalarse en Francia, específicamente en Berneval, un pueblecito apacible en donde comenzó a vivir con la percepción acerca del mundo de un resucitado, se hizo llamar hasta su muerte Sebastian Melmoth y fue así que consiguió subsistir apaciblemente, ignorado por todos, pasando mucho tiempo meciéndose frente al mar, planeando nuevas obras y viviendo del dinero que generosamente le hacían llegar su mujer y Roberto Ross. Fue en este lugar en donde un sacerdote irlandés lo convierte al catolicismo, fe en la que murió.

Insertó en el diario londinense Daily Chronicle la primer carta abierta de Wilde sobre el régimen penitenciario bajo el título de El vigilante Martín, carta que causó un efecto estremecedor. En junio comenzó a escribir la que sería su última obra Balada en la cárcel de Reading.

Sin embargo, Alfredo consiguió encontrarlo y  a enviarle cartas inquietándolo y robándole la tranquilidad que había encontrado. Decide contarle todo al buen amigo Ross, debía hacerlo pues la condición de su mujer para ayudarle fue que accediera a una separación amistosa y que cortara de tajo sus relaciones con Douglas. Ningún esfuerzo fue suficiente, movido por las constantes cartas de su gran amor, abandona el pueblo y se marcha tras él a Nápoles en donde ya lo esperaba. Alquilan una Villa para vivir y como consecuencia la esposa de Oscar cumple su palabra y le retira la ayuda económica, la situación financiera de ambos es precaria. Oscar pierde toda oportunidad de llevar una relación amistosa con su mujer y pierde a sus hijos definitivamente, de hecho, cuando fue enjuiciado tanto Constanza como sus hijos cambiaron el apellido Wilde por el de Holland para evitar el desprestigio, situación que le hiere profundamente. Pero Alfredo no puede renunciar a las comodidades y los lujos y decide finalmente aceptar la oferta de su madre entregándole, antes de abandonarle, 200 libras a Wilde como despedida para no volver nunca a vivir bajo el mismo techo que él.

Oscar regresa a París en donde vive precariamente gracias a las regalías de su Balada en la cárcel de Reading que logra llegar con rapidez hasta la séptima edición, y es hasta entonces en que el verdadero nombre del autor aparece impreso. La crítica la elogia sin reparos. Haciendo un gran esfuerzo escribe y publica en un diario su segunda carta sobre la vida penitenciaria No lea usted esto si quiere ser feliz hoy con gran aceptación y resultados inmejorables. En ese marco, recibe la noticia de que Constanza murió en Génova. El ánimo del autor vuelve a caer irremediablemente sintiendo una tremenda culpa por esos actos irrevocables que tanto la hicieron sufrir en vida. Viaja hasta el cementerio en Génova para visitar la tumba de su mujer encontrando en la lápida una inscripción que no esperaba: “CONSTANZA Hija del difunto Horacio Lloyd. Consejero de la Reina”. La familia se había guardado muy bien de revelar los apellidos denigrados ni el nombre desprestigiado de su esposo.

Regresa a París instalándose en un hotel de la calle Beaux – Arts, establecimiento modesto pero tranquilo, Wilde recibía ahí las visitas de Harris quien lo animaba a volver a escribir, pero aquel replicaba que necesitaba trasladarse a un pueblo tranquilo a orillas del mar para encontrar nuevamente la inspiración. Su buen amigo arregló todo para llevárselo a Napoule, cerca de Niza. Los primeros días se mostró contento e intercambiaba ideas con su amigo acerca de los nuevos escritores y sus obras. Planeó escribir una balada que hablara de libertad, de besos y de alegría, pero jamás logró aterrizarla.

Durante una ausencia de Harris conoció al inglés Harold Mellor con quien inició una nueva relación y terminó mudándose a Niza con él, ahí aprovechó para visitar a Sarah Bernhardt y llorar en su hombro por la alegría de encontrarla de nuevo. Wilde se marchó con su nuevo amigo a Gland a orillas del río Ginebra en donde éste tenía una casita acogedora y pintoresca, sin embargo, bien pronto comenzaron las dificultades por la carencia de recursos de Wilde y la carga que suponía para el hombre que comenzó demasiado pronto a escatimarle todo. Oscar terminó marchándose. En Gland supo de la muerte de su hermano con el que estaba distanciado tiempo atrás. Cayó nuevamente en una depresión al darse cuenta de que sus éxitos estaban olvidados. Sin recursos para regresar a vivir a París se fue a Génova y después de un tiempo a Santa Margarita de donde lo rescató su gran amigo Ross para llevarlo a París.

Ahí pasó sus últimos días viviendo modestamente almorzando donde podía o con quien lo invitara, sin poder escribir por falta de dinero para comprar papel y pluma. Ya no quedaba ni sombra de aquel autor espléndido y radiante. En ese contexto encuentra a Alfredo Douglas quien vive en París ostentosamente  dilapidando la gran fortuna que acaba de heredar por la muerte de su padre. Oscar acude a él recibiendo una pequeña cantidad de dinero de aquel hombre que fue su vida, que lo marcó y lo condujo a las peores calamidades por su inconciencia pero que ahora se alejaba con rapidez al percibir que se había convertido en un hombre viejo y miserable y para no recordar esa época en su vida en la que vivió una aventura que solo le trajo dolores de cabeza que no estaba dispuesto a recordar.

Pero también estaba lo otro, la incapacidad para escribir, la pérdida de ese talento que terminó por abandonarlo igual que todos los demás. Sin lograr  tolerar tanta miseria comienza a aficionarse a la bebida a pesar de que el médico le ha prohibido tomar, sin embargo, argumenta que no tiene caso cuidarse ¿para qué si ya no tenía razones para seguir viviendo?

En abril de 1900 se reencuentra con Mellor y decide viajar con él a pesar de todo ¿qué más podía perder? Se divirtió como niño viajando en el auto nuevo de éste, era la primera vez que viajaba en automóvil. Conoció Palermo, Monreale y Roma en donde aprovechó para quedarse a ver al Papa. Para entonces ya ha comenzado a sentirse mal, conciente de que se ha convertido en una ruina humana sin dinero ni esperanzas.

Regresó a París enfermo y debieron operarlo sin éxito. Como siempre Ross permaneció a su lado cuidándolo pero llegó una mañana al hospital para comunicarle a Oscar que debía ausentarse unos días, éste le rogó que se quedara porque presentía su final, pero Ross estaba convencido de su mejoría pero debió regresar a los pocos días pues un telegrama le avisaba del inminente final que estaba por llegar. Lo encontró lívido, sin conseguir hablar, sin lograr casi respirar. Lo cuidó con esmero hasta el final atestiguando la terrible agonía derivada de una infección en el oído que le afectó el cerebro, aunque también hay quien afirma que su muerte fue a consecuencia de una enfermedad venérea . A las dos menos diez de la tarde de un viernes 30 de noviembre e 1900 Oscar Wilde exhaló el último suspiro.

Acudieron a ver el cuerpo en el mísero hotel en que se alojó la última etapa de su vida un puñado de escritores, algunos con nombres falsos, dos señoras con el rostro cubierto. Reposaba con un escapulario alrededor del cuello  que un amigo le dio a Ross para ese fin, sobre su pecho una medalla puesta ahí por una religiosa y como homenaje dos ramos de flores, unas de parte de Ross y otras enviadas por los hijos de Wilde a través de un amigo. El lunes 3 de diciembre partió la comitiva llevando 24 coronas de flores, muchas anónimas, una de ellas de parte del dueño del hotel que rezaba: “A mi huésped” y otra de parte de Ross con la leyenda “Homenaje a sus dotes literarias y a su distinción”. La carroza iba seguida por 50 personas. Algunos biógrafos aseguran que Alfredo Douglas estaba en la iglesia en que se ofició la misa de cuerpo presente. Al cementerio llegó el féretro acompañado tan solo por siete personas que presenciaron el entierro del dandi brillante y famoso que alguna vez se hizo llamar “El Rey de la Vida” y que terminó sus días siendo solo la sombra de un hombre igual que aquel pescador abandonado por su alma.

Ross y Harris dedicaron los años siguientes a la muerte del artista a limpiar su nombre, rescatar sus obras para verificar que se publicaran correctamente y a pagar las deudas que había dejado pendientes. En 1908 se publicaron catorce volúmenes con las obras completas de Wilde y en noviembre de ese mismo año se realizó un homenaje al escritor al que acudieron figuras de renombre y personalidades del mundo social y literario en reivindicación de la figura de Wilde.

En febrero de 1905 se publica en Inglaterra por iniciativa de Roberto Ross el De Profundis. En diciembre de ese año se estrena Salomé musicalizada por Strauss.

En junio de 1906 Robert Harborough publica la biografía completa de Wilde titulada La vida de Oscar Wilde.

El 20 de julio de 1909 los restos del personaje fueron trasladados desde el cementerio de Bagneux al de Pére Lachaise quedando debajo de un monumento de moderna estilización creación del escultor Jacobo Epstein en 1912 gracias a la donación de Adela Shuster, admiradora de Wilde, por esta razón Ross le dedica la edición oficial de La duquesa de Padua.

En cuanto a los hijos de Wilde Cirilo, el mayor, murió en mayo de 1915 mientras peleaba en el frente francés. Viviano se casó en París en diciembre de 1914. Sobrevivió a la guerra y se convirtió en escritor y traductor, publicando sus memorias en 1954. Su hijo, Merlin Holland, ha editado y publicado muchos trabajos sobre su abuelo.

En octubre de 1918 falleció en Londres a los cuarenta y nueve años de edad el gran amigo Roberto Ross. Frank Harris, por su parte, se dedicó a escribir destacando notablemente con sus libros, en especial con la novela Montes, el matador. Murió a los setenta y cinco años en Niza, en 1931. En 1950 durante el quincuagésimo aniversario de la muerte de Wilde, las cenizas de Ross fueron añadidas a su tumba donde descansan junto a los restos del escritor.

Para Douglas la sombra de Wilde fue una constante en su existencia. En especial, luego de que Ross entregara al British Museum la segunda parte de De profundis hasta ese día inédita debido a que en elescrito Wilde le hacía fuertes reproches por su ingrato proceder y revelaba datos personales de la relación que mantuvieron y que lo llevó a la ruina. Lord Alfredo se dedicó entonces a calumniar a Ross y a difamar a Wilde atacándolo despiadadamente llegando al grado de demandar al biógrafo Arthur Ransome por mencionarlo en su libro Oscar Wilde. Estudio crítico el proceso termina siendo Ransome el vencedor.  Y por si todo esto no fuera suficiente, también escribió un libro titulado Oscar Wilde y yo publicación que simplemente fue calificada como “lamentable”. No contento con ello publica después otro peor que el primero: Oscar Wilde y algunos otros en donde refleja el rencor que enferma su alma escribiendo toda clase de injurias sobre el escritor y acomodando la historia a su conveniencia.

Después de aquello se publicó una biografía más de la autoría de Stuart Manson titulada Biografía de Oscar Wilde. Es en julio de 1914 cuando aparece el trabajo del gran amigo del escritor Frank Harris quien hace una biografía completa, interesante y mágnifica, tan espléndida que la gran mayoría de las biografías de Wilde están basadas en este libro por ser el más certero y estar escrito por una de las personas más cercanas al escritor y que vivió hombro con hombro su vertiginosa carrera hacia la fama y el esplendor absoluto para después verlo caer de la manera más espantosa y cruel sin poder evitar que llegara hasta ese grado de miseria y desolación que alcanzó.

Su propio nieto Merlin Holland afirma que existe el riesgo de hacer de su antepasado un mártir homosexual al que no pudieron enjuiciar por sus obras pero que se aprovecharon de su primer desliz para hacerlo pedazos.

Oscar Wilde es el ejemplo vivo de lo que la miseria humana puede logar con sus conductas fóbicas que logran sacar a flote las mayores vergüenzas del género humano. Sin embargo, a pesar de todo, el escritor ha logrado salir triunfante de su caída perfilándose como un valiente que a pesar de la rigidez de su época fue capaz de defender sus convicciones, aunque hacerlo le valió sufrir en carne propia las consecuencias de esa hipocresía moral que tanto exhibió en sus obras, del cinismo de los poderosos que con total prepotencia hacen valer sus deseos, sean o no justos.

Wilde fue un ser humano lleno de contradicciones, un soñador incorregible que aún con la desgracia que rompió la armonía de su vida, logró alcanzar y tocar sus anhelos aunque de manera efímera en vida. A pesar del esfuerzo de sus detractores por desaparecer todo rastro de su persona, a casi 110 años de su fallecimiento, sus obras persisten y su recuerdo se mantiene  indestructible.

"…Y todos los hombres matan lo que aman,
que lo oiga todo el mundo,
unos lo hacen con una mirada amarga,
otros con una palabra zalamera;
el cobarde con un beso,
¡el valiente con una espada…!".

-OSCAR WILDE. Balada en la cárcel de Reading-

 

 

Biografía basada en el Prólogo escrito por Julio Gómez de la Serna en el libro Grandes Clásicos. Oscar Wilde. Obras completas. Editorial Aguilar. México, 1991

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