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¿Por qué hay libros que nos dejan un recuerdo perene? ¿Por qué hay poemas que nos llegan a lo más hondo, que nos ponen a reflexionar, que nos hacen sentir? La respuesta es simple: por que el autor es un buen escritor. ¡Tan fácil que se dice y tan arduo que es el camino para llegar hasta ahí!

Porque el acto de escribir es una acción simple que muchos consideran incluso un ejercicio que se realiza por mera ociosidad, pero aquel que sueña con ser escritor y trascender a través de sus obras sabe que no hay nada más alejado de la realidad.

Cuando se es aficionado a los libros, llega un momento para muchas personas en el que leer comienza a ser insuficiente. ¿Por qué no intentar dar vida  a las palabras? Es ahí donde inicia la conquista de ese mundo lleno de letras, de reglas ortográficas, de la tan sufrida e imperfecta métrica en los poemas para intentar llegar más allá, mucho más allá.

Siempre habrá tropiezos, invariablemente, y el más amenazante y peligroso es el descubrimiento de que aunque no se quiera, el que escribe se refleja a través de su obra, lo cual lo deja prácticamente desnudo ante los ojos de quienes lo leen, que al principio es un selecto grupo conformado por unos cuantos amigos y uno que otro familiar, algunos un poco más crueles que otros, eso también es inevitable. Lógicamente, los primeros textos que uno concibe por regla general están llenos, plagados de imperfecciones que saltan a la vista  inmediatamente, antes de que la idea misma pueda lograr echar raíces y producir el efecto buscado. Seguramente las críticas romperán  el corazón del autor, quien animado por aquello de haber puesto el corazón entero en su labor no logrará reconocer las fallas en un principio. Abundarán los que claudiquen en esos primeros intentos, pero por fortuna habrá también quien arremeta de nuevo, y de nuevo...y de nuevo haciendo de la escritura una práctica cotidiana.

Sobre todo se debe tomar en cuenta que lo que no se transmite muere y que las palabras por muy hermosas o poéticas que sean, guardadas entre las páginas de una libreta o en un archivo de computadora, son como aves en cautiverio: solo alegrarán a quien las posea pero nunca podrán llegar más allá. Es necesario abrir las jaulas de esas letras para que  sean libres y que invadan cada lugar, todos los espacios,  que penetren en cada corazón y espíritu que encuentren. Que transmitan con su canto letras, mensajes, frases, palabras...sus palabras.

Todo aquel que sienta que la pluma es su vocación: ¡Que escriba!. No importa que se equivoque, que sea criticado o minimizado, las palabras siempre encuentran espacio en algún corazón y con eso basta, con un solo lector que se haya sentido acariciado es suficiente para que el  esfuerzo valga la pena. No deben importar las burlas, los errores existen para enseñarnos a ser mejores. Siempre valdrá la pena arriesgarse cuando de transmitir palabras se trate, pues las palabras son tan poderosas que suelen transformar vidas.

La perseverancia es la mejor y más efectiva arma, por eso hay que  escribir una y otra vez tratando de lograr comunicar, de transmitir mediante esas letras los pensamientos, que también son una sombra de los sentimientos, el todo que nos caracteriza, nos forma y da personalidad. ¿Cuáles temas son los idóneos para comenzar? Todos, lo primero que llegue a la mente, cualquier elemento que se aparezca ante los ojos: el día, la luna, el sol, la noche, la sombra, el verano, un árbol, la mujer, los niños, las planetas, esa voz, los anhelos nocturnos, las realidades diurnas.

Quién ha escrito  sabe que hacerlo es un acto de magia, que de pronto las ideas fluyen, a veces hasta se empujan deseosas de salir, el bolígrafo impulsado y dirigido por la mano comienza a danzar sobre el papel  para tatuarlo con grafías que pretenden perpetuarse y tocar el mayor número de corazones al ser transmitidas. Es como lograr conjuntar el cielo con la tierra a través de la imaginación, que finalmente siempre consigue ser más intensa que cualquier conocimiento. Es bien sabido que cuando las palabras salen del corazón, llegan al corazón, pero hay que conseguir plasmarlas adecuadamente también.

En algún momento se alcanzará el punto en el que dar a conocer lo que se escribe  deja de ser un acto de valentía para convertirse en una necesidad. Una obligación imperiosa por hacer que los lectores rían y lloren con las palabras, que sientan en su interior la música que emana entre las líneas. Lograr que esos rostros anónimos crean que sus ideales e inquietudes son compartidos, que el autor y él llevan la misma sangre. El buen escritor presta su alma a quienes han vivido sin ella, se convierte en los ojos de los ciegos y las lágrimas de quienes ya no pueden llorar a través de penas ajenas que en ocasiones se antojan idénticas a las propias, llevan la alegría a donde se han olvidado de las risas, logran compañía en donde no hay sino abandono...terminan siendo inspiración.

Para muchos, escribir es sinónimo de pasión y la pasión por un sueño  puede llegar a ser tan grande que inyecta un deseo de triunfar genuino, ardiente, punzante y tan intenso que difícilmente podría llegar a ser sofocado. Es comprensible tanta vehemencia si tomamos en cuenta que nos referimos a un mundo portentoso, enérgico y encantador que inunda de emoción el alma cuando está bien logrado: el de las palabras escritas. Esas que pueden abrir heridas y cerrarlas con la misma facilidad, que muestran mundos etéreos y los ponen al alcance mismo de las manos con tan solo seguir leyendo porque forjan imágenes visibles que en realidad son invisibles, y no solo eso, también son imaginarias y por lo tanto inexistentes,  y aún así, llevan consuelo al afligido, consejo al que se siente perdido y   magia al que se jacta de ser escéptico,  dan vida a los personajes de tal manera que los transforman en seres innegables, cotidianos...amigos.

Con palabras se recrean los gestos humanos, se pinta un paisaje con todo y matices, sombras, luces. Se inventan realidades irreales, se recrean sociedades que ya se han perdido pero que regresan gracias a ellas, pueblos enteros que invitan a unirse en sus luchas, en sus costumbres, en sus desventuras y aventuras, con todo y su sencilla cotidianeidad.

Escribir nos brinda la oportunidad de contarle algo a alguien desconocido a kilómetros de distancia, llegando hasta Egipto, Brasil, India o África, en un idioma que no es el propio pero que igual es comprendido porque las emociones son las mismas, tener la posibilidad de hablarle en un  futuro a los seres que no han nacido aún, inspirar aunque sea un poquito a quienes apenas están emprendiendo el camino a la vida pero que en unos años conocerán las obras creadas, cuando tal vez, el escritor se encuentre a punto de partir para siempre pero sin irse jamás del todo.

Cuando se logre que cada letra, cada signo de puntuación, cada coma, cada sangría, cada espacio dejen de ser percibidos y estudiados con crítica para empezar a ser amados querrá decir que se ha triunfado.

¿En dónde está el secreto para lograr la empatía con el lector? simplemente en convertirse en el personaje, imaginar su soledad al describirlo, compenetrarse con su dolor, sus amarguras, soledades y tormentos; pero también hay que enamorarse de sus emociones, de sus anhelos, de sus amores y de sus pasiones. De nada sirven los talleres literarios, ni las teorías, ni la técnica utilizada si no se logra transmitir algo en los receptores. Para escribir es necesario encontrar la comunión entre el corazón y la mano que dirige a la pluma. Por lo menos, eso me dicta mi experiencia personal.

Ser escritor requiere de un espíritu humilde y estudiar mucho, estudiar siempre, conocer más. Se debe tener la sensibilidad precisa para tomar de la mano al sufrimiento, disfrutar el amor, paladear el fracaso, levantarse en la adversidad, saber quedar estático en los momentos de peligro, embelesarse con las maravillas del mundo, de la grandeza humana y las de Dios para poder transmitir todo eso con precisión, con sencillez, con armonía. Porque la capacidad solo servirá si va acompañada de  modestia, aplicación, entrega, paciencia y lucha. Hay quien dice que no se nace con talento sino que se aprende a tenerlo, se le encuentra en el camino de la lucha y se obtiene a fuerza de ser y estar.

Esto quiere decir que aun cuando no se tenga la facilidad nata para hilar frases bien construidas que desemboquen en un escrito impecablemente logrado e interesante, se puede todavía llegar a ser un buen escritor. Con la práctica, el estudio, la constancia y el trabajo diario. Ayuda mucho, enormemente, leerlo todo, en cada instante libre, sin distinción de temas o autores porque a través de este ejercicio -que en realidad debería ser un hábito bien cimentado en toda persona- se aprende de ortografía, construcciones gramaticales, tiempos verbales, trucos de redacción, entre cientos y miles de ventajas más  y qué mejor que conocerlos de la mano de Homero con su Iliada,   del Quijote de Cervantes, la Divina Comedia de Alighieri, el bestiario de Cortázar, los laberintos de Borges y Paz, los intereses creados de Jacinto Benavente o las putas tristes de García Márquez.

Para concluir, les compartiré una frase del filósofo griego  Epicteto que engloba en sí misma la esencia de este texto: "Si deseas ser un escritor...escribe".

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