Lo habían escrito en la prensa los sabios más afamados. Esta noche llega el Cometa engalanado de una cola nupcial tejida de jirones de estrella, una cola de gases tóxicos que amenaza con envenenar a media ciudad, a media campiña, a medio país.
Por las esquinas, en cada tenderete y en cada posada, venden máscaras fabricadas con la tosquedad del desconcierto, en un intento por guarecer los pulmones de los humores perniciosos del astro vagabundo. Pero esta medida profiláctica quizá no sirva y anda el personal en el trajín de testamentar bienes, con la esperanza de que algún hijastro pródigo, algún nietecito o concubina, resista los avatares del cielo y de la tierra.
Yo, que nada tengo, ni nada he dejado a medio concluir, instalaré mi mejor sillón en la terraza para apoltronarme en él. Quiero ser un espectador cumplido y fiel de este fin de todo, dado que no pude asistir al nacimiento del mundo por motivos de una longevidad de escaso recorrido, no quisiera perderme el momento de su defunción.