Su cuerpo sudoroso yacía de lado y no pude dejar de sentir un gran pavor por lo que sucedería. Claramente sufría mucho, por lo que pensé que tal vez, de alguna manera, podría ser más humano acabar con su vida, para así terminar también con aquella agonía.
Cuantos recuerdos pasaron por mi mente, cuantos lugares visitamos juntos y ella, siempre fiel en las buenas y en las malas.
Miré al doctor y le pregunte pero sin hablar, y El a su vez me contestó sin decir palabra alguna, mirando hacia abajo y meneando la cabeza en aptitud de resignación profesional.
Respiré hondo, salí al patio y mirando al cielo pedí con toda mi alma una orientación.
Entonces tomé la decisión y regresé para hacer lo que debía.
Días más tarde, mientras conversaba con el capataz, El me contó que aquella noche, se escucharon el disparo primero y un relincho de alivio que luego lleno el aire tibio.
-Tranquilo Patrón, su pata quebrada nunca hubiera sanado-