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¿Cómo se lo decía?... ¿el qué?...no lo sabía. 

Allí estaba, con la Luna a las espaldas, y ese brillo tan peculiar rodeándola. Había cambiado, ahora estaba más sana, ya no era una niña, ya no era una chiquilla, los años le habían curtido la faz antes cadavérica convirtiéndola en la bella y dura cara de una joven sin esperanza, sin amor, quizá sin sueños y sin futuro, la cara de alguien que lo ha perdido todo y nada espera, semblante serio y decidido y esos ojos...esos ojos negros como el agujero de un alma podrida, negros como la noche sin Luna, negros como el ala de un cuervo, negros... negros y tan cristalinos y profundos como un oscuro lago cuyas aguas agita el viento, aguas agitadas... algo te llamaba, te invitaba con inocencia a sumergerte en ellos y desear no salir jamás. No dejarlos marchar..no  dejarla de mirar.

Y ahí estaba ella, la Luna a sus espaldas, el viento agitando su pelo y en sus labios una mueca de desconfianza. No... no era esa la primera vez que nos encontrábamos... no... ella sabía quién era yo y yo sabía quién era ella, y ambos desconocíamos quienes éramos nosotros.

Las aguas en calma, los árboles susurrantes, el silencio rodeándonos con temor a irrumpir en nuestro encuentro, con temor a estorbar.

Así que nos quedamos así, callados, sin decir nada, no teníamos nada que decir,viendo como lentamente, casi imperceptiblemente la Luna se movía sobre nosotros, tras ella..., como lentamente se despedía la noche y entraba un nuevo día, un nuevo día en el que todo volvería a ser igual, un nuevo día sin nosotros dos, sin que existiera un nosotros que dudo que hubiera llegado a existir, un nuevo día sin ella.

Todo lento, en silencio, ella como el elegante felino que acecha a su presa observaba el cielo, músculos en tensión, lento, el pelo al viento diciéndome adiós...

La miré, y solo cuando por las montañas ya aparecía el sol, ella se volvió hacía mí y me miró, reverenció la cabeza, desplegó sus alas de plata y desapareció, dejándome la amargura en la boca de su mudo adiós. Del brillo de la Luna en su espalda, y de mil espadas en el corazón.

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