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El día que me muera no quiero que me sepulten en bóveda o en la madre tierra; mi deseo es que mi cuerpo sea incinerado y las cenizas arrojadas al viento para mezclarme con la naturaleza para siempre”. Decía todas las veces que se tocaba el tema del último viaje.

Muchos años más tarde, la bodega donde trabajaba manejando sustancias químicas inflamables fue presa de las llamas y su cuerpo, lo mismo que toda la estructura del edificio, desapareció consumido por el fuego.

Terminada la conflagración un inusitado vendaval levantó por los aires los restos humeantes de la tragedia y los esparció en diez kilómetros a la redonda.

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