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         El miedo le impulsaba a seguir corriendo. Detrás de él, una gran bestia, le perseguía. Sabía que si se detenía le atraparía. No le daría tregua, le mataría de forma cruel y dolorosa. Sabía que estaba allí, detrás de él. Podía sentir su presencia, oler su aliento, oír su respiración… Nunca había visto a su voraz perseguidor. Pero algo le decía que era más atroz de lo que su pobre imaginación pudiera concebir. Más horroroso, más sanguinario.

          Temía echar la vista atrás. Quizás si miraba a la cara del monstruo moriría petrificado, como ocurría al mirar a aquel engendro mitológico con serpientes en la cabeza. Quizás sus inocentes ojos no fueran capaces de tolerar tanta maldad y se volvería loco. Su única salida era seguir corriendo.

         Ya había tomado la determinación de que, pasara lo que pasara, nunca dejaría de huir. No iba a dejar que aquella aberración lo destruyera. El cansancio era algo en lo que ya había dejado de pensar. Llevaba días, quizás semanas, o meses corriendo,…quién sabe. El tiempo vuela cuando lo único que importa es la supervivencia. Continuó corriendo quien sabe por cuanto tiempo. Atrás dejó muchas cosas. Su casa y sus bienes poco le importaban, pues lo material de nada sirve si estas muerto. Pero también había dejado atrás a su familia y seres queridos. Sus estudios y noches de fiestas. Había abandonado todo lo que le gustaba y lo que odiaba. En fin, había abandonado su vida.         Aquellos pensamientos le atormentaban. Lo había dejado todo. ¿Y todo para que? ¿Para huir de un monstruo al que nunca había visto? ¿Cómo estaba seguro de que todavía le perseguía? ¿Eran meses o quizás años lo que llevaba corriendo? ¿Recuperaría alguna vez su vida o ya era demasiado tarde? Aquellos pensamientos comenzaron a aterrarlo más aún de lo que nunca le aterró su perseguidor.

         Así que de pronto lo decidió. Se daría la vuelta. Se enfrentaría a sus miedos. Quizás todo este tiempo le había enseñado algo; le había dado valor. Había aprendido a hacer frente a todo, por terrible que fuera. Y así lo hizo. Contuvo el aliento y se paró en seco. Cuando se giró una bofetada de realidad le golpeó la cara. Entonces lo comprendió todo. Allí no había monstruo alguno, ni nunca lo hubo. Había estado corriendo detrás de una ilusión de su propia mente, un engaño. Pero estos pensamientos lejos de tranquilizarle, le aterraron más aún. Lo veía todo con claridad. No huía de la muerte. Nunca corrió detrás, sino que corría en dirección a ella. Ahora el terrible ser que le perseguía estaba más cerca que nunca. A escasos metros de él. Podía sentir su presencia, oler su aliento, oír su respiración…

         Emprendió de nuevo la huída sin mirar atrás. Su única salida era seguir corriendo.

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