Con una espléndida luna llena brillando en los ojos de las bestias, el líder afirma su marcha entre las piedras. De atrás, jadeante, una pequeña y molesta figura, comenta:
-Los ángeles son seres abstractos en los que algunos no creen.
El líder no puede detenerse. Su vida depende del regreso antes del amanecer. Aspira hondo y contesta con indiferencia:
-Si no veo no creo.
La cima de la montaña parece cada vez más lejana. El de atrás no es valorado por los suyos. (Carente de valor para los buenos y sin suficientes méritos para los vengadores). Hoy, pese al cansancio, estaba dispuesto a merecer un lugar.
Al líder le preocupaba su responsabilidad. Esa noche la reunión fue tensa y la mayoría, preocupados por la inseguridad, confió en él.
Ahora la brisa ondulaba los pastizales y la ventisca traía olor a lluvia. El de atrás, cansado de llevar y traer mensajes insulsos, debía decidir la acción. Estaba nervioso. El viento ya agitaba las copas de los árboles.
-¿Te acordás del ataque a la caravana? –dijo el pequeño.
Intranquilo porque la tormenta le ocultaba la luna, el líder contestó fastidiado:
-¡Claro que me acuerdo!, demostramos que juntos somos fuertes.
El chiquito no se inmuta, el cinismo es su principal defecto. Sólo dice:
-Fue salvaje…
El líder, ya con reflejos de luna gris en los ojos, apura el paso. El otro dice:
-Había niños…
El líder se detiene fastidiado y el pequeño cargoso continúa:
-… y los niños tienen ángeles que los protegen…
-¡Te dije que no creo en los ángeles! –replicó el líder desafiante y el viento huracanado derribó el tronco que le cayó en la espalda. El estallido de la columna vertebral del macho alfa se diluyó entre los truenos, la luna se apagó en sus ojos y el cuerpo quedó exánime en el barro del sendero.
El querubín se había ganado un lugar en la jerarquía de los vengadores y sólo al levantar vuelo se transformó en niño.
-Lástima que no creyera en los ángeles –dijo con insoportable ironía.
Cuando al amanecer el adalid no volvió, los licántropos supieron que la batalla final había comenzado.
