En noches luna llena, un viejo samán refleja su sombra en la cantarina corriente del riachuelo. Una guabina se escurre entre las piedras al paso del temblador y el morocoto. Desde la discreta celosía de una rústica ventana, una niña contempla el paso de las aguas y en sus desvelos infantiles revive las fantasías que cuenta la abuela Mena.
Cuando llega el invierno el riachuelo aumenta el caudal de sus aguas, dice la abuela que en ellas dormita Náyade, ninfa de los ríos y de las fuentes. En los espumosos recodos que bordean sus orillas se juntan como en una gran cesta los mangos, guayabas, merecures, corosos, cocos y pomarrosas que arrastra en su largo recorrido hacia el mar azul de Ancla Vieja.