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En un extraño suceso, la sombra de un hombre se disoció y cobro existencia propia.

Su silueta comenzó a moverse en forma autónoma por la superficie de las cosas; primero necesitó el reflejo de la luz pero luego pudo hacerlo sin ella.

Vagaba por la ciudad, de un lugar a otro, por las calles,  las cornisas de los edificios, entre las hojas de los arboles. Nadie se sorprendía ya que la gente, por lo común, no presta atención a las sombras. 

Un día comenzó a sentir una profunda envidia por los hombres,  se vio solo como un reflejo de algo real, una simple imagen intrascendente.  

El odio y el resentimiento crecieron en esta fantasmagórica imagen. Pensó que la única manera de materializarse  era matando a su creador, el hombre que la reflejo por primera vez en la tierra.

Lo encontró en una humilde casa en los suburbios. Estaba sentado en una silla, con los ojos enrojecidos y una gran pena en su corazón. Su esposa había muerto hacía dos días y él se aprestaba a suicidarse. Solo la tenue luna contemplaba esta escena.

La sombra no podía creer la surte que tenía, este hombre ya había comenzado a realizar el trabajo. Ella solo tendría que pararse detrás, como cualquier sombra y al momento de la muerte, tomar el alma del desafortunado y materializarse.

El hombre continuó con el fatal proceso y se disparó en el pecho. El cuerpo se desplomó e inesperadamente, aprisionó a la sombra, volviéndola  a unir con su creador.  

 

A la mañana siguiente el cuerpo es retirado y enterrado. Su sombra lo acompaño en su trágico destino, reflejando la oscuridad del alma humana por toda la eternidad. 

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