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Una madre con ocho hijos, todos incrustados en una humilde casita en los suburbios de la ciudad, pincelaban este miserable cuadro en donde vivía el niño. Era esmirriado, con una mirada envejecida por el dolor. Su pelo renegrido y áspero como la lana recién esquilada, su presentación. No conocía el colegio, no había tiempo para ello. El trabajo temprano fue todo su destino. Las pocas monedas que podía conseguir junto con sus hermanos mayores, mitigaba escasamente el hambre.    

Un día ingreso a su pueblo un gran circo. Allí actuaba un payaso llamado “Chocolate”. Era un hombre de origen brasilero, moreno, fornido y de muy mal carácter cuando bebía.

Esa noche se le acercó a la madre del niño y le propuso enseñarle el oficio de acróbata. La mujer, pensó que por lo menos comería todos los días y aprendería un oficio. Se lo dejo en custodia. Con solo nueve años, comenzó a ser parte del Circo.

La fantasía del niño fue pronto dando paso a la crueldad de este payaso. Lo golpeaba ferozmente cuando no lo asistía correctamente. En esas noches oscuras, junto al olor nauseabundo del excremento de los leones, el niño trataba de entender su destino, luego de un llanto silencioso.

Pasaron un par de años cuando un famoso empresario cinematográfico lo vio actuar en una sencilla intervención en escena, cuando el payalo lo dejaba. De inmediato fue llamado a realizar pruebas. Su aspecto pequeño, armónico y su mirada triste, asemejaban muchísimo a “Cantinflas” en sus mejores momentos.  Tenía una simpatía que atrapaba al público, a pesar del trato que recibía. Fue contratado para realizar algunas películas hasta que finalmente le llego la fama.

Pasaron varias décadas cuando una noche decidió ir al circo en donde trabajó, que aún existía y daba espectáculos.   

Compro la entrada y cuando se disponía ha ingresar, vio un figura grotesca. Un viejo negro, con la cabellera muy blanca. Sus ojos desorbitados y enrojecidos. Como estaba encorvado, casi no podía ver de frente a las personas. Vivía de la caridad del circo que alguna vez lo vio triunfar.

Lo reconoció de inmediato; comenzó a recordar esos golpes, ese inhumano trato hacia un niño. Su corazón se aceleró. El odio se mezclo en su sangre. La venganza y el regocijo del caído, del que tuvo su castigo, hizo metástasis en su cuerpo.

Se le acerco y pregunto:

- ¿ Eres el payaso Chocolate ?.

- ¡ Quien pregunta ! - Respondió soberbiamente el moreno.

- ¡ No importo eso!.  Solo dime una cosa. ¿Si pudieras reparar todo el daño que has hecho en tu vida, lo harías? ¿Te arrepentirías de corazón?

Casi con indiferencia, respondió:

- Nunca he causado daño a nadie.

El hombre se indigno, lo tomo bruscamente de los hombros y lo forzó a verlo a los ojos.

-  ¡No me recuerdas ahora!

El viejo se puso de pie con la única pierna que poseía, con lágrimas que inundaban su rostro y una voz que apenas podía oírse, le dijo:

- Hijo mío, en esos años yo era un monstruo, dominado por el alcohol y el resentimiento. ¡Si!...es verdad te hice mucho daño, pero la justicia divina se ha encargado de mí. Pero si acaso eso no fuera suficiente, si buscas la venganza, ¡aquí me tienes, cóbrate de lo que queda!

El hombre se conmovió por las palabras de ese viejo. La voz se le astillo y solo pudo decir:

- Te perdono.

En una noche llena de luces y diversión, un triste payaso se redimió y un niño recupero la misericordia. Fue una noche de plegarias silenciosas.

 

* Nota del autor: la historia esta basada en hechos reales. Vida de “Pepe Biondi”, gran cómico argentino, fallecido en 1.975 (ver wikipedia).

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