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En esta entrega voy a dejar la primera parte que ustedes ya conocen y agregar lo que sigue. Ya lo expliqué la primera vez. Esto tiene bastante de biográfico y parte de ficción literaria. Donde termina una y empieza la otra es parte del derecho que cada escritor tiene sobre su obra...

Estoy en una encrucijada en la cual no se qué hacer con el personaje y tengo dos alternativas:

1- Lo llevo a los abismos de la abyección y lo mato o hago que se suicide
2- Lo hago recuperar y lo devuelvo a la sociedad

Alcohol (Primera entrega)

Los primeros cuatro años fueron de sufrimiento, no sólo por la ausencia de la abuelita y mi familia sino, también, de la botellita amada, querida y consentida; no quiero hablar de esos años, por ahora. Mi descanso eran las vacaciones, no las de todos, las mías, cuando me iba para una finca prodigiosa que había comprado mi padre en clima caliente y fue uno de sus negocios fantásticos logrados; allí estaban mis sueños cumplidos: naturaleza, aire, luz, agua y guarapo ¡Qué belleza!

El campo y el alcohol juntos: el primo de mi padre, que administraba la propiedad, era un abstemio de miedo pero tenía en la casa una vasija de barro enorme, que llamamos moyo, donde la esposa batía un guarapo de felicidad; ella se convirtió en la sucesora de la abuelita, además, eran de la familia y yo el más desvalido de manera que me acogió como el tontico que llevaba dinero y les hacía regalos que ningún otro le hacía. Y menos el marido, un tacaño desgraciado que se iba descalzo hasta la entrada del pueblo por no gastar alpargatas y, medio se lavaba los pies en una quebradita cristalina y fría para entrar decente. Ella me daba mis totumas rebosantes de guarapo mientras los otros se marchaban al baño en el río, yo iba sólo, bajo los efectos de la bebida y varias veces estuve a punto de ahogarme en medio de la borrachera; ella me defendía contra toda la familia que  me trataba de amargado, enclenque, palúdico, miedoso, tarado, etc. Después iba solo y pasaba lo que pasaba porque ella me daba un calabazo lleno del delicioso elixir campesino que tapaba con una tuza y que yo paladeaba a solas sobre una hermosa roca y sin testigos. También me daba valor para tirarme de cabeza en algunos pozos profundos y ensayar charcos que evitaban los demás. Algunos tenían habitantes permanentes poco agradables: serpientes, arañas y otros bichos; nunca fui sobrio, en sano juicio evitaba estos pozos pero el guarapo me daba valor y  ya embriagado me iba a bañar a ver que pasaba; los animales, por instinto huían pero las arañas se quedaban prendidas de las rocas; mi diversión consistía en arrojarles agua para hacerlas caer y verlas caminar sobre el agua.

Varias veces me dormí  ya borracho, sobre una laja a la orilla del río y estuve cerca de perder la vida; en algunos sectores es corriente que en época de lluvias los ríos crezcan de un momento a otro y bajen de la montaña arrastrando a su paso lo que encuentran; el ruido de una creciente me despertó y sin saber lo que hacía salí corriendo a una colina con el calabazo del guarapo; todavía atontado por el alcohol observé las aguas turbulentas arrastrar arbustos, algunos animales y enormes rocas, desocupé de un sorbo el calabazo y me encaminé hacia la casa donde me estaban llamando a gritos porque escuchaban el estruendo de la creciente y sabían que me había marchada para el río. Me abrazaron y me llenaron de preguntas que yo contestaba a medias porque no era conciente de lo que  había vivido y del peligro del que me había salvado.

Al otro día regresé y que susto tan bestial; el pozo no existía, las rocas lo habían tapado y la laja donde estuve dormido desaparecía debajo de un alud de  piedras y barro. El final de las vacaciones siempre fue triste; regresaba a la ciudad lúgubre  del internado y sin chorro, sin posibilidades de beber; entonces, aprendí a fumar, así de sencillo, me volaba sobre todas las normas por un agujero  por donde sólo podíamos pasar yo y otro niño, el problema era que este también estudiaba en el colegio pero era externo y no estaba por las noches, quedaba una solución: yo. Inventamos una serie de posibilidades para comprar cigarrillos y me tocaba descolgarme hasta el solar trasero del colegio, dar la vuelta en la oscuridad, atravesar un parque, llegar a la panadería y convencerlos de que compraba para el profesor de turno (en el colegio estaba prohibido fumar), regresar por el mismo camino encomendándome al demonio para no encontrarme con el profesor que dije y confiar en que los mal nacidos que me ayudaron a salir me colaboraran para entrar, que no siempre era fácil. Tanta tragedia por un cilindro blanco relleno de tabaco picó mi curiosidad; ensayé y quedé prendido y prendado del tabaco durante veinte y pico de años; no lo maldigo, a falta de licor, el tabaquito aliviaba mis angustias; ya no lo quiero porque me hizo daño, un tremendo daño que se llevó por delante, hasta la tumba, a varios de mis amigos y conocidos.

En la lejanía los recuerdo y pienso en las cantidades alarmantes de nicotina que le metí al cuerpo, como tres o cuatro cajetillas diarias, según las circunstancias, algo así como prender uno con la colilla del anterior, y se llega a los extremos más absurdos, en noches eternas uno se despierta y la cajetilla está vacía, entonces va a la papelera de la basura y rebusca hasta encontrar la colilla mayor, la estira, la mima, la acaricia y vuelve a prenderla para aspirar el humo de sus desgracias. En esos momentos que se va a pensar en cáncer o en problemas de salud, yo comencé a los doce años y me sentía el ser más feliz de la tierra y, en los estados de angustia por la falta de alcohol, fumaba, fumaba y fumaba.

Terminando el cuarto año de bachillerato volví a vivir, a nacer, renací, recuperé todo lo que calmaba mis angustias y colmaba mis anhelos, el chorrito. Mi querido padre ausente decidió adoptarme como amigo y, cuando llegué a la casa en ese diciembre, me dijo: “hijo, tengo un restaurante en la capital y necesito que me ayude”; quedé frío, quieto, paralizado... ¿ mi padre pidiendo mi ayuda?. Bueno, fue lo mejor de mis años juveniles aunque al principio no me hizo gracia la idea; ¿En vez de irme con mis ocho hermanos a la hermosa finca de clima caliente con animales, dos ríos, frutas y el delicioso guarapo de la mujer del primo de mi padre, quedarme en la helada y triste capital de la república?, Bueno, yo conocía muy poco al viejo y le dije que sí; allí comenzó mi ascenso (o,¿ más bien descenso?)  en la escala del licor con todas sus secuelas, sin quererlo, mi padre empezó a matarme bien matado, a los dieciséis años, la flor de la juventud, decía mi abuela, y mi madre feliz porque al fin su hijo que nunca quiso, de veras, iba a compartir algo con el marido de ella; con el tiempo y a raíz de la muerte del viejo tuvimos un acercamiento con ella y con mis hermanos pero ya muchas cosas buenas se habían perdido, ellos no lo saben y yo si lo sé que mi padre no se parece en nada a lo que ellos creen ni yo soy lo que ellos piensan sino que los dos, durante tres largos años, fuimos una porquería donde nos auxiliamos (que no nos acolitamos), mutuamente, y que yo conocí muchas cosas de mi padre y, al final, él no supo nada de mi.

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