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Cada año en las mismas fechas se aparecía en Chipaque un circo pequeño, patrocinado por Bavaria, que se instalaba por lo general en lo que era el campo de deportes. En especial para los niños era lo máximo porque las distracciones infantiles en esos años para los niños casi que no existían y nosotros, a punta de imaginación, nos distraíamos.

Al comprar la boleta a las personas mayores les daban una cerveza Costeñita y a los niños una Pony Malta. Por eso a dicho circo algunos le decían circo Costeñita, o circo Bavaria o Pony Malta; lo cierto es que nos divertíamos con los dos payasos de siempre que contaban los mismos chistes, los malabares de un acróbata que se cambiaba rápido y se convertía en trapecista. Uno de los payasos también era el mago y el otro el traga fuego.

Para los mayores el mayor atractivo del circo era una muchacha en traje de baño con lentejuelas que hacía acrobacias en el piso y luego en el trapecio y ahora como adulto saco la conclusión de que no era la habilidad de la mujer la que arrancaba los aplausos de los señores sino que en Chipaque nunca se veían señoras en traje de baño mostrando piernas y la chica, además de joven era bastante atractiva y coqueta y sus sonrisas al público muchos señores las tomaban como si fueran para cada uno de ellos.

 

Para resumir les cuento que como el pueblo era tan pequeño, el espectáculo no justificaba permanecer mas de diez o doce días porque nadie entraba más de tres veces a ver lo mismo. Salvo unos pocos señores atraídos por las miradas de la contorsionista y sus piernas al aire. Los niños quedábamos motivados para montar nuestro propio circo y esto ocasionó más de un problema, sobre todo por las maromas en el trapecio que produjeron más de un porrazo, lastimaduras, tronchaduras, lágrimas y sangre. Por mi parte conservo una cicatriz en la cabeza porque calculamos mal el bamboleo del trapecio y purrundún contra una pared. Algunas niñas también participaron de este circo infantil y, por supuesto, recibieron golpes y sufrieron lastimaduras practicando acrobacias. A medida que aumentaron los lesionados los padres se pusieron en guardia y nos curaron definitivamente la fiebre de artistas de circo a punta de correazos.

Edgar Tarazona Angel

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