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¿Cuánto puede amarse? Poco, mucho, algo, tal vez,… “te quiero hasta morir”, “no puedo vivir sin ti”. ¿Hay un límite?

¿Qué es el amor? Desde que los seres humanos tenemos conciencia hemos intentado definirlo, sin resultado. Es lógico, no se puede definir un sentimiento, solo hay un camino, experimentarlo. ¡Oh Dios, cómo cambia a las personas! Esas mariposas que nacen y nos hostigan en el estómago parece ser el principio de su naturaleza. Algo que no queremos que nos pase y al mismo tiempo que sí: el amor es contradictorio. Deseamos el cielo pero envidiamos el infierno. “Hija, ese joven no te conviene”. ¿Cuántas veces lo escuche de mi madre? ¿Cuantas veces no la obedecí  y solo seguí mis sentimientos? ¿Cuantas veces me equivoqué y cuantas no? Nadie sabe que es el amor ni cómo manejarlo.  Menos aún cuáles son sus límites, y lo que se debe o no se debe hacer.

Morir por el ser amado. Dejar de existir solo por él. ¡Sí! Claro que lo haría. Pero si eso fuera real y no solo una frase: morir en verdad. Que esas mariposas perezcan conmigo para que él viva. ¿Eso es el amor?

Los uniformados han entrado en mi casa. Forzaron la puerta y no los he podido detener.

― ¿Dónde está ese judío? ― Me interroga el oficial al mando mientras los subalternos me sostienen de los  brazos y me inmovilizan.

― No lo sé, mein herr.

― Encontraremos a esa rata. Hans, cepilla el lugar, de arriba abajo.

Ja, Kommandant.

Los solados nazis se desplazan como leones hambrientos en busca de su presa. La piedad es desconocida para ellos. Destrozan mi hogar. Nada es sagrado. El veneno del odio ha gangrenado sus almas; están condenados. La luz de la luna que cae sobre sus rostros y los opaca al punto de poder ver lo siniestro que son.   

― No hemos encontrado nada, Kommandant.

El odio del comandante se refleja en su semblante. La culpa del fracaso de su requisa es mía. Ya lo sé. Yo soy alemana y no es patriótico refugiar a un judío, aunque ese hombre sea el hombre que amo. “El de las mariposas en mi estomago”.

Fräulen, le preguntaré por última vez. ¿Donde está esa rata judía?

 Como responder sin condenarlo a la muerte y a mi muerte. Sin él no puedo vivir. Tal vez eso sea el amor. No poder vivir sin el ser amado.  

― No lo sé, mein herr.

― Llévensela ― ordenó.

Me conducen a un camión y me arrojan allí. Veo otras personas, con rostros acongojados y sufrientes. Sé que comparto su mismo destino. La muerte.

El frío de la noche golpea con fuerza mi cuerpo. Me acorruco en una esquina del transporte. El abrigo son mis brazos y los recuerdos que me consuelan el alma. Hice lo correcto.  

La noche anterior, mi hermano, un sargento de la Gestapo me advirtió de la requisa. Fue el último favor que recibí de mi sangre y fue el más excelso. ¿Como podía decirle la verdad a mi amado? El hubiera dado su vida por mí. No lo dudo. Me adelanté. Introduje en su té un sedante muy poderoso, recetado para mi madre, pero como ella había muerto, lo use para él. Molí las píldoras hasta que se vieran como cenizas y se las introduje en el brebaje. Se durmió. Cuando eso sucedió, lo arrastré hasta un escondite debajo del piso de la casa, jamás lo encontrarían. Me despedí de él besándolo en los labios y afronté mi destino.

Sé que me fin esta cerca, los nazis no perdonan a los “amantes de los judíos”. No me importa, solo sé que conocí el amor. Conocí la sabia que circula en la naturaleza y en la obra creadora de Dios. Estos barbaros sucumbirán, no tengo dudas de ello. Solo prevalecerá mi amor más allá del tiempo y del destino. Es el amor sin límites.   

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