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Por más que he tratado, no logro  recordar cómo es que yo llego a este lugar, en este preciso instante y frente a estas personas con quienes compartí esta extraña experiencia; pero sucedió, sólo sé que me sucedió.

Hacía un espectacular día de verano; a eso de la una de la tarde, yo iba caminando hacia mi casa por un camino totalmente desconocido para mí; un bonito sector de mi pueblo muy limpio y ordenado que a esa hora del día lucía normalmente solitario.   Absorta en una pacífica soledad acompañada por una radiante claridad, me detuve por un momento a admirar un hermoso parquecito,  desolado en ese momento, donde el único ruido que se escuchaba era el canto esporádico de uno que otro pajarito.  Abstraída en este tranquilo panorama que a veces se puede apreciar en la paz que nos ofrece el silencio y la soledad, me senté en una banca a recrear las emociones mientras descansaba un poco el  cuerpo físico.  Sin embargo,  y como en todo, no falta quien pretenda y piense que puede crear e imponer sus intereses particulares.

Como ya dije, a los pocos segundos de haberme sentado en la banca del parque; sin saber de dónde salió, casi como un fantasma, llegó y se sentó a mi lado un espeluznante hombre que me demostró a primera vista sus fatales intenciones para conmigo, poniéndome desde el primer instante a punto de un infarto…

Efectivamente, era un hombre alto, acuerpado pero no gordo; piel trigueña tirando a canela; bien vestido con pantalón de jean, camiseta azul oscura; zapatillas de marca.  Pero lo que me dijo a gritos sus negros propósitos fue verle la cabeza totalmente envuelta en un trapo con lo cual impedía que se le viera el rostro…

“Hola mami…”, me dijo con una voz claramente distorsionada; buenas, contesté yo, al tiempo que me levanté como un resorte de la banca, ingenuamente dispuesta a retirarme de aquel lugar.  El “encapuchado” inmediata y suavemente me tomó por la muñeca derecha, me haló hacia la banca obligándome a sentarme al tiempo que me dijo: “siéntese mami…”, ahora sin fingir la voz.  Entendí perfectamente la señal, este hombre era un agresor y yo estaba completamente sola, estaba en sus manos, desamparada.  Mientras me levantaba, decidida y envalentonada,  nuevamente de la banca, interiormente repetía “Dios te bendiga”.  Pero el hombre también se levantó y se me acercó mucho, muchísimo; yo ya estaba temblando, horrorizada, petrificada miraba a la nada buscando nada o, tal vez paralizada y muda solo esperaba ver a Dios…

Sin embargo, ni siquiera la enorme fragilidad del pánico que me poseía pudo doblegar mi soberbia y con desafiante altivez me retiré del lugar, con paso firme y seguro, sin mirar hacia atrás y consciente de que este perverso  hombre me seguía muy de cerca y que, en medio de su inocente malicia, pensó y calculó que podría causarme algún daño.  A decir verdad, él tan solo me siguió porque el camino lo decidí yo. 

Cuando ya habíamos recorrido unos 100 metros yo misma doblé la esquina, pero inmediatamente me di cuenta de mi grave error al ver que a un lado del camino daba la parte trasera de las casas, es decir, no tenían puertas ni ventanas, únicamente se veían unos muros muy altos y al otro lado solo se veía un espeso cañaduzal…  Al ver este aterrador panorama, solo  tuve consciencia para recriminarme por el camino que yo misma había escogido, “!Dios mío bendito cómo pude ser tan bruta ¡” pensé al tiempo que cree una película de horror y terror en mi mente, película que duró solo un fugaz instante… ; (escritos compartidos julio 17 de 2018) el hombre encapuchado se paró a todo el frente mío, tomó mi cara entre sus manos y acercándose mucho a mí, me dijo muy suavemente, como en un susurro: “uy, mamasssita”, con lo que pisoteó mi altivez y enterró mi soberbia… pero tan solo de manera muy, muy breve porque inmediatamente se escuchó el sonido producido por un fuerte latigazo en el aire, latigazo que se descargó completico sobre la humanidad de este agresor, quien cayó inmediatamente al piso, derrotado y al descubierto porque en ese momento se le cayó aquel trapo con que cubría su rostro.  Entretanto, yo contemplaba tan asombrada como deslumbrada la figura de un hombre mayor que surgió de la nada, casi como un fantasma, poco más o menos que un espanto…

Mientras yo me quedé paralizada y muda, con la mente inerte, el hombre mayor solo atinó a referirse al cobarde acosador que ahora se retorcía de dolor tratando de tocarse la espalda:  “levántese miserable, atáqueme a mí, que me puedo defender…”.  Aunque noté extrañada la reacción tan inmediata del hombre en el piso para obedecer la perentoria orden, solo lo pude comprender después de ver cómo se enderezó a pesar de su flagrante dolor, se postró de rodillas frente al hombre que lo acababa de lacerar y con las palmas de las manos juntas a la altura del pecho, imploró: “PERDÓN PADRE”… mientras tanto, yo, asombrada y deslumbrada, hacía un enorme esfuerzo por no dejar salir mi corazón del pecho y por retener mis ojos dentro de sus órbitas; solo escuché cuando el hombre mayor me dijo:  “lárguese vieja chismosa”, al tiempo que chasqueaba los dedos de su mano izquierda señalándome el camino.

Hice el intento de retirarme, sin darme vuelta di dos pasos hacia atrás pero algo me detuvo…  en el momento en que el hombre mayor le tendía la mano al muchacho que estaba arrodillado y le decía: “Mijo, por Dios, cómo iba a hacer esto, yo nunca le enseñé eso”, este se levantó del piso y abrazado con el viejo dijo: “Gracias Padre…  Gracias mi viejo”…  yo ya parecía una estatua, momificada por esta fantástica emoción de ver a estos dos hombres abrazados llorando como tan solo puede hacerlo todo varón cuando se sobrepone a su hombría.  De repente y de manera simultánea, los  dos hombres me tomaron por la cabeza llevándome hacia ellos y, así, con los rostros unidos y separados únicamente por las  lágrimas de los tres, en coro dijimos: “perdón…”.  Mi único juicio fue abrazarme a ellos…un abrazo eterno que jamás fue disuelto porque en ese mismo instante entró un fugaz rayo de luz a mi cuarto y desperté, muy sonriente y muy tranquila en mi cómoda cama…

Quizás para algunos este sea tan solo el relato de un sueño del cuerpo físico dormido y por tanto, por fuera de la realidad material.  Tal vez tengan razón, su razón según su juicio porque yo sí tengo la mía bien distinta y sí me propongo traer esta fantástica experiencia a mi realidad física emocional.

Al despertar sonriente y agradecida de esta extraña y sensacional vivencia, yo repasaba y repasaba algunos de los hechos más notorios para mí, sin entender del todo su mensaje.  De tantas enseñanzas que se pueden extraer de esta genial experiencia, yo me he quedado con unas cuantas que he podido captar.

·         El diablo, el mal, el peligro son simples percepciones del subconsciente que abriga al miedo y le da vida ante algunas circunstancias que alteran nuestra cotidianidad (soledad, oscuridad, escasez, ,etc.), las cuales se desvanecen o se materializan en el mismo instante que la misma mente que los está creando, lo dispone consciente o inconscientemente.

·         El extraordinario ejemplo de un papá que se vale del castigo físico  para hacer justicia y salvar a su hijo de cometer un crimen tan desmedido como el que se había propuesto este hombre, castigo que el muchacho, en un gesto de sabiduría y nobleza,  sabe agradecer porque entendió ese acto de justicia del papá como su salvación.  Fantástico ejemplo de autoridad, justicia y salvación.

·         Ese abrazo indisuelto entre tres seres tan disímiles en esa circunstancia tan poco común que nos reunió para demostrar que en el medio de la justicia y la injusticia está la única verdad: todo corresponde a un orden divino, lo entendamos o no, que nos utilizó para demostrarnos que somos el hijo de Dios intachable… inmaculado…

·         Sí, yo también digo: “Perdón Padre”, ”Gracias Padre”...  

Perdón Padre por mis reproches y mis reclamos cuando las cosas no salen según mis expectativas y esperanzas, sin darme cuenta que mi conocimiento sobre mí mismo tiene limitaciones…  Perdón Padre por todas mis dudas, temores y complejos.

Gracias Padre por cada una de las veces que todo me sale al revés de lo que yo estoy pidiendo porque ahí está la fuente de la salvación.  Gracias Padre por lo que me conviene y por lo que no conviene.

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