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        Todo fue muy triste. Como todos las mañanas bien temprano, salió a caminar por el barrio. Con paso firme y la mirada al frente, algo que lo caracterizaba. De todos se hacía amigo, y jamás molestó a nadie.

      Por casualidad salgo ese día, en la misma dirección que él. Todo fue una gran confusión. En la esquina más próxima veo un grupo de personas, con miradas sorprendidas y sollozando. Sin comprender lo sucedido me acerco lentamente, pido permiso y no podía creer lo que percibían mis ojos. Ahí estaba él, inerte, con los ojos aún abiertos, con toda su cabeza ensangrentada, debajo del auto que lo había atropellado. Los comentarios eran varios, y confusos. Pero en realidad había sucedido. El auto venía a gran velocidad, y tal vez él no tuvo tiempo de esquivarlo.

     Entre todos retiramos su cuerpo que aún estaba debajo del auto, llevándolo a un lugar más cómodo, pero ya estaba muerto. Sus ojos me miraban, como diciendo ya no estaré más a tu lado.

     En esos momentos comprendí que perdía a mi mejor amigo, y que a partir de hoy, no tendría más perros en mi casa.

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