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No sé qué es lo que quiere, de pronto le da por conversar y me habla de cosas que parecen ser importantes para él. Siempre es él, yo casi ni existo.

¿De cuantas maneras he tratado antes yo de conversar?, ¿Cuántos momentos no he buscado para salir del silencio que parece haberse instalado en esta casa como un mal inquilino que exige y exige sin nunca dar nada a cambio?

¡¡¡Ahora quiere conversar!!! Que le explique porque yo no le he vuelto a hablar como le hablaba antes. Como si fuera tan fácil.

El tiempo que llevamos juntos se ha llenado de sobreentendidos y de rutinas casi impuestas por el poco tiempo que nos queda para poder hacer algo juntos, y sin embargo cuando podemos estar juntos, las palabras se han quedado huecas y solo escucho “estoy cansado”, “la oficina es una porquería”, “nadie trabaja como debería” y cosas por el estilo.

¿Qué podría contestar a eso?, no es una conversación, es una letanía eterna de quejas cotidianas que no cambian nunca.

Me dice que le importaba mucho en un principio lo que le decía para poder evaluarse a sí mismo, sin embargo, a cada comentario mío solo me mira como quien ve un fantasma y solo distingue una figura en el aire o me responde que "con mi ingenuidades” no se resolverá nada.

Mis ingenuidades… dice que extraña lo que antes le decía y que ahora se han convertido en “mis ingenuidades”.

La vida nos ha ido llevando por caminos separados al momento de compartir nuestra existencia, sus experiencias se han vuelto tan distintas que parece que es otro hombre de aquél que me enamoré.

Lo pienso y lo pienso y me doy cuenta que en algún punto dejamos que nuestros caminos nos separasen, cuando debimos haber caminado juntos.

No sé, tal vez esté pensando en otra de mis ingenuidades, pero sin embargo creo que mi vida del día a día ha ido absorbiendo mi capacidad de acompañar su camino y él dejó de compartir el mío por adentrarse en el suyo. Hoy parece que miro a alguien que camina allí a lo lejos y que solo reconozco por esa figura que alcanzo a ver todos los días sin permitirnos más cercanía.

Dice que me extraña, ¿acaso yo no lo extraño a él?, ¿no extraño el abrazo acaso?, ¿el beso de bienvenida?, ¿la palabra cariñosa?, ¿el interés por la angustia del tedio y la manera de aliviarla?, ¿acaso no extraño en mi misma aquella tonta manía (perdida hace ya tiempo) de sentir su aroma? Dice que me extraña pero no sé si él se extrañará a sí mismo conmigo, eso no me lo dijo ni creo que lo haya pensado.

Hoy solo los silencios nos ganan el día como un virus, el televisor encendido es una muralla infranqueable antes del sueño, las alegrías de los niños son nuestras únicas sonrisas, aquellas que se apagan cuando nuestros ojos se encuentran.

Me siento sin ganas de salir de aquí, de este refugio que me acompaña y me protege de una charla que imagino extraña porque no se las palabras que puedan salir en ella, de los reproches que nazcan, de las angustias nuestras que puedan tergiversar la situación.

No sé, no sé lo que pueda suceder, pero tal vez sea hora de poner algunos puntos sobre las íes en torno nuestro, de acercar estos caminos que hemos caminado y volver a acompañarnos como en el principio.

Estoy nerviosa, necesitaba este momento para pensar en lo que podríamos decirnos, en lo que necesito responderle, en lo que necesito decirle.

La cena está lista, una vez que se acuesten los niños será la hora de romper estos silencios eternos. Estoy nerviosa pero ya era hora…

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(Es una tontería llorar por nada, por lo menos ya apagó el televisor. La cena y los cuentos de los niños parecían un buen preámbulo, sentí  su mirada toda la noche y no sé porqué me sentí nerviosa al punto casi de esquivarlo. Después de ordenar todo fui para el cuarto y vi el televisor encendido, lo miré y no me dijo nada, quise decir algo pero no me salieron las palabras, solo me acosté y él tampoco dijo nada. De pronto apagó el televisor y giró para su lado de la cama, no reclamé, no dije nada. Es una tontería llorar por nada. Total, estamos acostumbrados ya a todos estos silencios…)

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