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Como se dice, a veces pierdo el hilo de lo que escribo y ni que fuera sastre, pero sí, me orinaba en la cama, daba quejas por todo y era un chamaco chillón que fastidiaba a todo el mundo, menos a mi abuela QEPD. En el colegio era de los pendejos  y me dejaba matonear, eso que ahora llaman bulling y creo que ese recuerdo me impulsó, años más tarde, para ejercitarme en el gimnasio y lograr la musculatura que exhibo con orgullo todas las veces que tengo la ocasión, en especial las piscinas y las playas y con público femenino para presumir. Pero me martiriza la imagen recurrente de niño enclenque y desvalido que se escondía detrás de las faldas de la anciana y ser la burla de la familia. A solas sentía una pena la hijuemadre recordando todas las lágrimas derramadas en la hora del recreo cuando los niños me quitaban la merienda y sin atreverme a decir nada buscaba un rincón para gemir y compadecerme a mí mismo. Cuando crecí y saqué músculos le rompí la jeta a más de uno, incluidos tres o cuatro de esa época escolar, no sin antes recordarles su pasado y el matoneo que cometieron conmigo, casi ninguno lo recordaba pero no me importó, mis puños vengadores se encargaron de cobrar la deuda.

Si durante la primaria me fue mal, en la secundaria todo cambió porque fue peor, dicen que cuando el demonio quiere joderlo a uno lo hace como Dios manda, o sea total. Y no sé de donde putas se inventaron ese dicho “Como Dios manda” porque he leído varios libros religiosos buscando su origen y en ninguna parte está escrito como es que Dios ordena joder al prójimo o emborracharse hasta caer como un cerdo o tragar hasta reventar; lo afirmo porque varias veces he oído en el trabajo a mis compañeros, los lunes sin falta,  que afirman haber bebido, tragado o culiado como Dios lo manda… que vaina, de nuevo me salí del dichoso inventario personal por divagar sobre otros temas, pero le estoy cogiendo gusto a escribirlo, como cuando uno no quiere beber pero se deja convencer de sus cuates de tomar tres o cuatro copas y termina borracho como el viejo Noé, el del Arca, que se embriagó hasta las pelotas y como cualquier borrachín de todas las épocas, hizo su show personal con strep tease incluido, si no me creen lean la Biblia, en clase de religión una vez nos dijeron que uno de sus hijos se burló disfrutando el espectáculo y los otros dos, como cualquier delator, le contaron a su padre su comportamiento y claro, en medio de la resaca y el complejo de culpa del anciano, lo maldijo por los siglos de los siglos, amen. Para completar la explicación les digo que los hijos eran Cam, Sem y Jafet pero ni sé cuál fue el maldito. Pobrecito.

El bachillerato o secundaria o como la llamen, es esa época que muchos recuerdan con suspiros y añoranzas pero para mi fue una maldita temporada donde se me llenó la cara de granos llamados barros y espinillas que le amargan la vida al muchacho más valiente, y yo no era de esos, el asqueroso acné me hacía sentir como la mierda, como dice una canción de Ricardo Arjona. Los afortunados, que a pesar de todo conseguían novia, se entretenían con ellas sacándose la porquería con las uñas y ayayayay que eso duele y las niñas reían y decían no seas cobarde; y recuerdo que a ellas poco las afectaban estos granitos de mala muerte, ah, y las pocas que padecían de acné tenían la misma desdicha que unos pocos y yo padecíamos, soledad; bueno, lo cierto fue que de novias ni hablar y es que uno tímido, sin plata y la cara vuelta mierda está uno en la inmunda. No sé qué pensarían las chicas de mi porque las veía pasar a kilómetros y transcurrieron años para atreverme a poder conversar con alguna, pero dejo para más adelante mis desgracias amorosas y sigo con la bien publicitada adolescencia que será bella para algunos afortunados y a mí me marcaron por la ausencia de cosas buenas para recordar.

Los años de secundaria, sin buenas calificaciones, con padres regañones y pocos amigos no fueron agradables. Mis escasos amigos se parecían a este que les habla y por eso nos comprendíamos; éramos un grupo cerrado, apartado de los otros compañeros de curso y casi que no participábamos de ninguna de las actividades normales a esa edad: muy poco deporte, ni siquiera futbol, salvo en las clases de Educación Física, de fiestas ni hablar porque éramos negados para el baile y cuando nos reuníamos en algún sitio a conversar hablábamos mal de todos los chicos y chicas y nos imaginábamos escenas de amor y sexo y sentíamos envidia de la peor. Para completar nuestro rencor, en especial los lunes, los malditos llegaban al salón de clases a contar con pelos y señales todas sus hazañas sexuales y eróticas. Años más tarde descubrí que la mayoría de los hombres contamos aventuras sexuales que nunca hemos tenido y las mujeres tienen aventuras reales que nunca cuentan; miren que diferencia; pero entonces nosotros, los desafortunados, creíamos al pie de la letra todos los embustes galantes que narraban nuestros compañeros y deseábamos con fervor ser como ellos.

Edgar Tarazona Angel

 

 

 

 

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