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Callas y al mirarte, no sin sorpresa y con horror, entiendo que fuiste tú. Te suelto y busco lentamente el asiento. Aparto al mesero que acude en tu ayuda, pensando que estoy borracho y voy a iniciar una pelea. Le digo que estoy bien, que no pasa nada, pero no es así. ¡Maldita sea! ¡No es así!


— Tenía que visitarla. No podía vivir tranquilo sin saber si estaba bien.


— ¡Idiota! ¡Si nosotros arriesgamos nuestros pellejos para que estuviera bien! Millones arriesgaron sus vidas y miles la perdieron. Ella también arriesgó la suya, como todos... Tenía que estar bien...


— ¡Y lo estaba! ¡Maldición, lo estaba! Yo fui con Jorge para verla, no más. Estaba bien. Ella me contó que todo estaba bien desde que nosotros nos fuimos. Cuando Jorge y yo nos íbamos, fue que todo se vino abajo.


Lentamente, en mi mente empieza a formarse una idea, una idea que al principio deshecho, porque la considero imposible, pero los hechos saltan a la vista.


— Tú fuiste el que lo causaste. ¡Rompiste el equilibrio!

Me miras, al principio sin comprender. Después, poco a poco comienzas a entender lo que digo y tus ojos se abren más y más. Las rodillas te fallan y te dejas caer como un fardo viejo en el asiento.

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