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Mi amor:

Me basto verte para intuir tu esencia noble. Tus suaves ademanes con otra naturaleza no armonizan.  Algo hay en la voz y en el semblante de todo ser humano que delata el verdadero ser y las reales intenciones.

He visto, por ejemplo, en ocasiones, la belleza plasmada en los trazos perfectos de rostros femeninos, que sin embargo no encubren con su fascinación su ánimo perverso.

Presumo que la bondad perfila la belleza hasta convertir en angelical un rostro simplemente hermoso.  Tú, dulce ensoñación, tienes ese halo, esas alas blancas y esa aureola que me hacen abandonarme en ti sin desconfianza. No imagino daño que de ti provenga, no al menos intencional o voluntario. Tus manos fueron hechas para sanar, nunca provocarán heridas.

Creo en ti, y no soy hombre crédulo. Soy receloso y olfateo los malos corazones. Los presiento en los rostros adustos negados a la más leve sonrisa, en los semblantes impasibles, que reflejan un alma inconmovible, en quienes intoxican con la amargura que destilan, en los prepotentes que exageran sus virtudes, en los intolerantes con los niños, en los que abominan a los animales, en todo aquél que no tiene humor ni lo permite. Todos ellos algo sórdido esconden en su entraña. La auténtica bondad traduce agrado, ternura, suavidad, jovialidad y mansedumbre.

 

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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