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Ir a: ¿Cómo será la muerte? (“Seguiré viviendo” 53a. entrega)

El doctor  Mendoza me había explicado, y yo por otros medios había corroborado, que las metástasis ganglionares distantes no eran de buen pronóstico. Su propuesta era practicar una laparoscopia para determinar con precisión el estado de la enfermedad. Mi aceptación vino seis meses después cuando ya había agotado la energía que me quedaba, en la realización del obsesivo sueño de disfrutar la vida.

No lo hice antes porque albergaba el temor de que esa intervención que él me mostraba tan sencilla, diera al traste con todos mis proyectos. Sabía que mi estado era frágil a pesar de las aparentemente buenas condiciones, e imaginaba que cualquier operación podía alterar el equilibrio. Hasta los sueños traducían mi angustia. A veces me veía llevado a la clínica contra mi voluntad y encerrado en un quirófano en que todos mis llamados de auxilio se ahogaban en el sopor de la anestesia. Luego despertaba en un cuarto deprimente y solitario, asido por las muñecas a unas esposas que se aferraban a cada baranda de la cama.

En otra pesadilla llegaba emocionado a la sala de espera de un aeropuerto a  aguardar el abordaje. Al mostrar el pasabordo me daban paso a un estrecho corredor que no terminaba en el avión, sino en un área atestada de camillas. Montado en una, comenzaba un carreteo semejante al de un avión sobre la pista, pero en vez de decolar, la camilla entraba en un hangar en que los mecánicos vestían de cirujanos. Después me veía convaleciente, con una gran herida abdominal y lleno de llagas que drenaban la pestilencia de mi estómago.

Otras veces una maraña de cables me rodeaba; llevaban información de mi cuerpo a sendos monitores. Una voz adusta, al frente, me informaba que debía olvidar mis planes porque esa sería mi condición hasta la muerte. La evidencia de los exámenes no me dejaba duda, el cáncer era incontenible y más valía aprovechar el tiempo que malgastarlo en exploraciones sin sentido. No me equivoqué.

Cuando por fin practicaron la laparoscopia, no descubrió nada halagüeño: metástasis hepáticas y peritoneales, y compromiso del colon y del bazo. A sus anchas se extendía el tumor por el abdomen. El doctor Botero que siempre había procurado darme una esperanza, sin hablar de la fatalidad de mi padecimiento, desde ese momento dejó de plantear opciones salvadoras. La cirugía no tenía objeto y era impracticable; recibí una quimioterapia de consolación en un intento desesperado por reducir las masas; apenas para buscar alivio. Nadie por fortuna me recriminó los meses de mi buena vida; creo que todos intuíamos que desde la entrega del resultado de la primera biopsia ya no había retorno. De pronto comprendían que para mí la muerte no era una tragedia, que podía llegar cuando quisiera, que me dolían más las ajenas que la propia. La extinción material de la vida que parece tan terrible y tan inútil, me resultó desde joven una alternativa en las acechanzas del destino. Las situaciones difíciles me hicieron comprender al suicida arrinconado, pero también me permitieron ver en la muerte el triunfo del altivo que se niega a someterse. Imaginaba a quien muere burlando con sarcasmo a su verdugo. Esos pensamientos me familiarizaron en la flor de la vida con la muerte, me hicieron admitirla y hasta verla como necesaria. Nunca precisé de ella porque mi capacidad de adaptación me permitió hacer frente, y ridiculizar, a todo cuanto quiso sojuzgarme.

Ahora no es la muerte el triunfo de la soberbia, sino la rendición de un cuerpo enfermo. Igual esa camaradería con ella desvanece su trágica apariencia. Y entre las formas de morir, esta es amable, me anunció con tiempo su llegada para poder organizar la despedida. Hasta los seres queridos velan mi agonía junto a mi lecho. Con la laparoscopia llegó el comienzo del verdadero deterioro, sus hallazgos de por sí obraron en mi mente con tanta sugestión, que empecé a experimentar los síntomas propios del enfermo terminal. Me asombraron los cambios marcados que se hicieron evidentes en mi cuerpo, pero al final pedieron su capacidad de sorprenderme.

Pocas semanas después de la quimioterapia lo primero que descubrí fue una masa dura del tamaño de un fríjol en mi cuello. El médico la exploró en detalle.

–Es un ganglio metastásico, José, el ganglio centinela de Virchow-Troisier.

–¿Y que quiere decir?.

–Que la enfermedad avanza –me dijo entristecido.

Era impactante ver al cáncer a sus anchas, apoderándose de todos los órganos del cuerpo. Indudablemente tenía más extremidades que el cangrejo que le dio su nombre. Pero esa fue la última vez que me impresionó un hallazgo. Otro nódulo emergió después en el ombligo. Los médicos se enfrascaron en una discusión irrelevante. El más joven opinó que era una siembra tumoral dejada en la laparoscopia, el más viejo impuso su autoridad y su experiencia.

–Es una carcinomatosis peritoneal, he visto muchas. En todo su abdomen hay siembras del tumor –me dijo para que entendiera.

Así que cuando el abdomen comenzó a abultarse, ni remotamente pensé que era gordura. ¡Claro que era la enfermedad manifestándose! Una piel delgada lo cubría, dejando traslucir una trama de vasos azules y morados; una piel que impresionaba por lo frágil, pero que no me incomodaba. La molestia provenía de ese abdomen tan enorme, más abultado que el de una mujer en embarazo, culpable de mi dificultad al respirar. Me explicaron que había mucho líquido que rechazaba mi diafragma y reducía la capacidad de mis pulmones. Para aliviarme me clavaron una aguja en el vientre por la que comenzó a escapar un líquido entre amarillo y vino tinto. Ese día tuve conocimiento de la ascitis. Unos 2000 centímetros calculo que sacaron.

Luis María Murillo Sarmiento

Ir a: Una soledad desgarradora (“Seguiré viviendo” 55a. entrega)

Seguiré viviendo“Seguiré viviendo”, con trazas de ensayo, es una novela de trescientas cuartillas sobre un moribundo que enfrenta su final con ánimo hedonista. El protagonista, que le niega a la muerte su destino trágico, dedica sus postreros días a repasar su vida, a reflexionar sobre el mundo y la existencia, a especular con la muerte, y ante todo, a hacer un juicio a todo lo visto y lo vivido.

Por su extensión será publicada por entregas con una periodicidad semanal.

http://luismmurillo.blogspot.com/ (Página de críticas y comentarios)

http://luismariamurillosarmiento.blogspot.com/ (Página literaria)

 

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