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XV

Gracias a Dios he logrado salvar esta carta y el pergamino de que cayeran en manos inapropiadas, lo que pudo habernos costado la vida.

Así es, excelente Fabio, esta carta que de lo larga más bien parece un libro, pero es que quería y quiero ahora más que nunca, dejar testimonio de los hechos y compartir la Verdad que he descubierto, pidiéndote que seas el albacea de ésta y del pergamino que la acompaña. En nombre del Dios único y verdadero, y en nombre de nuestra larga amistad, te ruego que seas un guardián celoso de estos dos rollos hasta que nos encontremos nuevamente, o si no puede ser, divulgues su contenido en el momento adecuado y a las personas correctas según tu buen criterio.

En aquel poblado parto, en el que viví durante aquellos hermosos meses, tiempo en el que escribí esta carta hasta el capítulo anterior, por este pergamino que recibí para su custodia y que ahora te encomiendo, el peligro nos parecía acechaba cada vez más. Hasta que una noche todo se complicó, obligándonos a cambiar de planes intempestivamente.

Abreu, hacía ya muchos días me había entregado el pergamino, diciéndome: "Marco, tu eres el elegido para que guardes las palabras escritas por mi maestro Natanael. Mis días están contados en este mundo, te esperaba como en un sueño se me anunció: 'Entrega las palabras del israelita de corazón sencillo a la sangre del trono de Roma.' Ahora que he cumplido podré reunirme de nuevo con él.

Luego me explicó porqué está en tan mal estado el pergamino:

Natanael, también llamado Bartolomé, había escrito una epístola a la naciente y dispersa comunidad cristiana en Mesopotamia poco antes de su cruel muerte. Cuando el Apóstol cayó en manos de sus verdugos éstos trataron de quemarla, pero un milagroso viento lluvioso impidió que fuera consumida por el fuego en su totalidad, de lo que no se percató sino Abreu (aunque no puedo evitar preguntarme si el don de Abreu intervino en este fenómeno de la naturaleza) quien más tarde, de manera furtiva, la rescató de entre las cenizas.

Es por eso que el pergamino está incompleto, con rastros evidentes del ataque de las llamas. Según me dijo, sólo ha quedado legible una quinta parte de la Epístola de Natanael. Tal vez, las palabras que la Divina Providencia quiere que se conozcan.

Abreu y los demás seguidores del Apóstol, ante la pérdida de su maestro y para salvar sus vidas, huyeron de Armenia hacia diferentes regiones dentro y fuera del Imperio. Abreu fue el que menos se alejó, quería continuar la misión de su maestro divulgando el Mensaje entre los partos, y así lo hizo por muchos años, estando su vida en peligro en incontables ocasiones. Peligro que siempre eludió gracias a su maravilloso don y a la protección Divina, claro está. Hasta que su extrema vejez le obligó a refugiarse de modo permanente entre las montañas donde lo encontré.

En vista del peligro que la Epístola encerraba para nosotros, preocupándome más por Sulamita, decidí escribirte esta carta para remitirte junto a ella el valioso pergamino.

Mi plan era enviar a Ahmés como mensajero, a quien le concedería la libertad. Soy cristiano y como tal no puedo aceptar la esclavitud de un hombre a otro, y digo esto por convicción no por dogma religioso. Ahmés llegaría como mi esclavo hasta ti y una vez cumplida su misión, tu le harías liberto* y recompensarías generosamente de acuerdo a la solicitud final de mi carta. Pues Sulamita y yo habíamos decidido permanecer indefinidamente allí, entre la reconfortante vida y sencillez de aquellos montañeses y las enseñanzas de Abreu.

Esta misión no podía confiarla a alguien diferente a mi leal Ahmés, sabiendo lo que he escrito y confesado con mi puño y letra en esta carta.

Pero una cosa es lo que pensamos y otra es lo que la Vida nos depara.

(*) Libertos: nombre dado en Roma a los esclavos que obtenían o compraban la libertad.

 

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