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Ir a: El peregrino de la nada (2)

Capítulo 2: “Los mandamientos”

En su camino retrospectivo, el Peregrino subió a la montaña, creyó estar en el Sinaí. Allí en el monte encontró a un hombre que, arrodillado en postura de implorar perdón.

El Peregrino no se atrevió a interrumpirlo. El hombre advirtió su presencia y dándose vuelta le preguntó:

-¿Quién sois?

-Soy Juan el Peregrino – respondió.

-¿Por qué aparecéis aquí? Este lugar es santo, no podéis permanecer.

-¿Quién sois para prohibir mi permanencia en este lugar al que llamad santo? – preguntó el Peregrino.

-Soy el que le dará las leyes a mi pueblo – respondió.

-Vuestro nombre es Moisés ¿verdad?

-No sé de quien me estáis hablando no conozco a ese tal Moisés. Mi nombre es Sésimo.

-¡Ah!...-exclamó con cierto disimulo  el Peregrino – y qué es lo que vais a legislar para tu pueblo.

-He recibido una orden de quien todo lo sabe y todo lo puede.

-¿Que vais a prescribirles?

Volvió a preguntar el Peregrino, a lo que Sésimo contestó:

-He ahí éstas sagradas tablas que contienen los mandamientos – seguidamente indicó con su brazo derecho el lugar donde se encontraban dos enormes tablas esculpidas.

-Los diez mandamientos – repuso el Peregrino.

-No precisamente. Debo realizar una ardua tarea para recomponer la confianza hacia El, que fuera perdida durante el cautiverio. Tengo mucho trabajo Peregrino.

-¿Quién os ha inspirado? – redobló el Peregrino con una pregunta capciosa.

-¡Cómo quien me ha inspirado! – Reclamó Sésimo – yo decidiré sobre las normas de convivencia para mi pueblo, siglos de cautiverio han perdido su historia, sus costumbres, su único y verdadero Dios.

-Sois  su líder, entonces. – remarcó el Peregrino.

-Sí – afirmó con vehemencia – lo soy.

-¿Puedo haceros una pregunta? – interrogó el Peregrino mirando fijamente al profeta.

-Podéis hacerla, no me molestará.

-¿Por qué pretendéis extirparle la libertad interior a vuestro pueblo? Acaso ¿No comprendéis que la perfección humana radica en la plena vigencia de la libertad?

-La perfección solo le pertenece a Dios. Las normas que regulan la sociedad  deben ser justas, por eso tienen que ser severas, obligar a los súbditos de la sociedad a respetar a quienes los mandan. Es lo justo y mínimo que puede reclamárseles.

-Con esa actitud, Sésimo, lograréis solo el respeto a medias. No existe ningún sujeto que le agrade que le priven de su libertad y lo que estáis haciendo, Sésimo, es precisamente que se rebelen contra vuestras normas.

-¿Quién sois para que esa lengua viperina vomite la blasfemia del mal?

-Y vos – respondió con cierto desdén - ¿quién sois para decidiros sobre la vida de aquellos que están allá, esperando vuestra venida y que lleváis tanto tiempo en estado de levitación? ¿Acaso sois el enviado del Señor?

-Lo soy – afirmó con vehemencia - ¡lo soy! ¡Vete ya pérfido! 

El Peregrino observó aquellas tablas y alcanzó a leer los Mandamientos del Señor, luego le manifestó:

-Vos Sésimo…¿cumpliréis con esos preceptos? – sonrió con cierto sarcasmo – Ved Sésimo…aplicad vuestras leyes y verás lo que os sucederá con tu pueblo.

-Mi pueblo será grande y vencerá todos los obstáculos, gracias a las leyes que lo regirán. Cuando entremos a la tierra prometida…

-Os puedo asegurar que no veréis la tierra prometida…- arremetió el Peregrino.

Sésimo dio media vuelta y enfrentó al Peregrino. Sus ojos enrojecidos y el rostro encendido por la ira, tomó un aspa que tenía cerca y la alzó en señal de castigar al joven Peregrino, pero, se detuvo porque una fuerza externa se lo impidió.

Juan retrocedió y sin pronunciar palabra, comenzó a bajar del monte.

El Peregrino mientras caminaba reflexionó:

-Éste Sésimo solo logrará que su pueblo se vea envuelto en permanentes conflictos a causa de su desmedida advocación y por aferrarse a sus propias normas que coartaran la libertad de sus habitantes.

Otra vez las contradicciones, el profeta solo veía lo que él quería ver, creía solo en lo que él quería creer, sus contradicciones lo delatarían muy pronto.

El pueblo le desobedeció y él tuvo que tomar la ley por mano propia, castigando a fin de enderezar la rebelión libertaria de los hombres.

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