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_¿Tu mamá otra vez?... Soy toda oídos.

_No dejo de soñar con esta mujer. Ayer soñé con ella de nuevo y siento esta conexión, ella está conmigo… Acariciándome la espalda mientras yo estoy acostado con la cabeza en su regazo. Siento esta fuerza que me dice que es mi madre y que está afuera en algún lado esperándome, que no está muerta... Eso me mantiene contento, pero me desespera. Aldenberg me da una sensación de encierro que me mantiene con la cabeza en las nubes.

_Sabes algo_ dijo Isabela agarrándole la cara con las dos manos_ yo te mantengo los pies en la tierra, al menos… hasta el día en que consigas a tu madre y en mi familia tienes una familia. No te atrevas a sentirte solo ni por un momento, mi papá te quiere mucho, siempre lo dice. “Barán tiene un gran corazón”_ Terminó burlándose de su padre y separándose de su novio; luego de verlo por un momento, echó a reír y le dio un abrazo.

_¡Ah!… me vas a partir una costilla_ dijo Barán con voz estreñida intentando reírse para desquebrajar la  tristeza que intentaba adentrarse en él.

_¡Como te encanta romper un momento lindo, eres un estúpido!_ dijo ella golpeándole las piernas en juego antes de apoyar su cabeza en ellas.

Eran las dos de la mañana cuando decidió irse a dormir. Saliendo por la puerta de atrás de la cocina de Barán se llegaba cruzando los jardines traseros de unas cinco casas a la cocina de Isabela. Cruzaron unos cuantos jardines y a mitad de camino se despidieron.

Barán regresó, subió las escaleras al tercer piso las cuales entraban a través de su habitación y se dispuso a tomar un baño. Su cuarto era un espacio grande y cómodo, completamente de madera con techo de ático. Había una cama  grande de color caoba muy bonita y un desordenado escritorio lleno de potes de tinta, plumas, pergaminos y libros. Al otro lado del cuarto se extendía el closet y una puerta que daba al baño. La ventana de Barán estaba compuesta de largas solapas verticales de una madera un poco más delgada y de tono claro que prácticamente dividía la pared que daba al norte. Al abrirlas, puesto que casi todas las casas eran de dos pisos, podían verse los techos del área y un gran trecho de la ciudad. Más atrás el oscuro bosque y la extensión de montañas.

Tuvo la impresión de haber visto un haz de luz roja en la lejanía entre los inmensos pinos, pero las constantes ideas que tenía de curiosos sucesos eran opacadas por las que el resto de Aldenberg ponía sobre sus hombros día a día. Cualquier cosa más allá de lo que la mente cerrada podía percibir era tabú así que ignoró el destello.

Volteó hacia abajo; todo lucía normal. El burro dormía tranquilo y la compuerta estaba cerrada por el carruaje de Lucas parado frente al garaje. Cerró la ventana, se desvistió y entró a ducharse. Al cabo de veinte minutos, junto a la cama, giró una pequeña perilla de madera en la pared que cerraba el gas de la lámpara de noche y se acostó a dormir.

Una mujer vestida con un extraño traje verde lima lo saludó alegremente, corría por un campo nevado hermoso alejándose de las afueras de una ciudad rodeada por un poblado bosque. Barán corría desde el lado opuesto del campo, volteaba hacia atrás. Un alto caballo negro, ensillado y vestido con un cuero blanco ajustado a su cuello, pecho y cabeza en forma de protección, pastaba tranquilo. Una gran ciudad de castillos y muros se veía en la distancia. Seguía al encuentro de la hermosa mujer, quien parecía de unos cincuenta años. Estaba seguro que era su madre, tenía que serlo.

Era una mujer bonita, llevaba una especie de armadura metálica que le cubría la muñeca y parte del antebrazo derecho. Parecía más un accesorio elegante que una armadura. Barán notó que él llevaba una espada dorada guindando en la cintura.

Pocos metros antes del encuentro, la mujer y el caballo desaparecieron y el cielo oscureció. Barán corría por un camino de tierra con mucha gente a su alrededor. El cielo estaba cubierto de humo negro que se abalanzaba sobre un pequeño edificio a su lado izquierdo y lo hacía volar en mil pedazos. Intentaba cubrirse mientras veía chorros de humo y cenizas salir disparados en extrañas direcciones golpeando la gente, haciéndolos quemar y correr desesperados. Miró hacia delante y uno le dio de lleno en la cara.

Fue lanzado al aire un par de metros fuera del camino por el que corría. Cayó de espaldas sobre una piedra y rebotó dando vueltas y dándose golpes colina abajo sin poder detenerse. Al final de la colina había un escalón de unos dos metros por el que salió disparado. Cayó de boca al suelo arqueándose, incómodamente, hacia atrás en una dolorosa posición por el impulso traído por el resto de su cuerpo.

Ahí se mantuvo privado de aire por un par de segundos antes de dejarse caer a un lado. Intentaba respirar y ponerse de pie. Tenía una inmensa herida en la frente que sangraba a cántaros pero lo que lo hacía gritar de dolor era el ardor en los ojos, todo se veía opaco y sentía que el viento le llegaba al interior del cráneo. Se arrastró como pudo hasta un charco donde vio su reflejo. Sus ojos parecían un par de pasas muy arrugadas y totalmente grises, tanto que podía ver el espacio oscuro que debía ocupar medio ojo. Se puso de pie como pudo y caminó por el bosque. Sentía que huía de algo, debía seguir caminando o esconderse pero no estaba seguro de qué corría, o hacia donde. Se había hecho mucho más oscuro y las horas pasaban, Barán sentía que había caminado por más de un día desde que los gritos habían empezado a alejarse y se había caído al menos veinte veces sin tener la fuerza para siquiera levantar los brazos antes de golpear su cara a la raíz de un árbol o el suelo. Su corazón seguía latiendo como si estuviese en medio de plena masacre.

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