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Se dejó caer a la orilla de un lago para lavarse la cara cuando vio a unos veinte metros a un hombre de pie a la orilla del bosque. El hombre llevaba un abrigo negro de capucha larga que no dejaba que se le viera la cara. Al quitársela reveló largo cabello gris y al menos unos sesenta años de edad. Observaba a Barán seriamente; llevaba una estructura de metal en la mano del mismo estilo que la que le había visto a la mujer que pensaba era su madre y se acercaba acelerando el paso.

Barán supo que debía alejarse de este hombre. Hizo su mayor esfuerzo para ponerse de pie y emprendió la carrera bordeando el agua. Un rayo de luz vinotinto le pegó en la espalda, haciéndolo sentirse electrocutado y lanzándolo en aguas un poco más profundas. Se puso de pie y adolorido siguió corriendo, muy asustado. El hombre parecía caminar con calma pero de alguna manera se seguía acercando.

_¡No! Por favor!_ gritó mientras intentaba correr con el agua ahora por las rodillas.

El hombre se detuvo y lo dejó alejarse un poco pero Barán cayó de rodillas al agua. Mientras intentaba respirar volteó a ver al hombre que elevaba el brazo hacia el cielo y disparaba un brillante haz de luz plateado que desaparecería entre las oscuras nubes. En seguida un chillido intenso acompañó un torbellino de cenizas que bajó del cielo a toda velocidad.

Barán se levantó rápidamente, pero en seguida se vio envuelto en el tornado de calor. La ropa se le sacudía y le golpeaba la cara. Las cenizas formaban caras de humo que lo acorralaban. Lanzaba manotazos  para defenderse pero las caras se disolvían solo para formarse en otro lado. Se agachó y se cubrió bajo el agua con los brazos y piernas. De adentro del tornado un haz de fuego violento lo golpeó haciéndolo volar hacia atrás como si le hubiesen dado una patada en la cara. Justo antes de caer al agua nuevamente, fue suspendido en el aire y elevado unos metros con un violento giro.

Un intenso silbido se acercaba cortando el viento. Subió la mirada y vio como una lanza formada del mismo humo y cenizas con un hilo de brillo rojo fuego le atravesó el pecho. Lentamente sintió el fuego salir por su espalda. La lanza se disolvió en cenizas  después de atravesarlo, pero el fuego ardía en los bordes de la herida consumiéndolo por dentro. Saboreaba la sangre caliente en su boca mientras intentaba moverse. Las cenizas lo dejaron guindar de cabeza mientras el remolino lentamente se adentraba sobre el lago y la fuerza que lo sostenía lo dejaba ir.

Cayó de espaldas al agua casi completamente desangrado pero no se hundió. Una misteriosa fuerza lo sostenía flotando acostado, donde podía respirar. Veía al cielo pensando que estaba a punto de morir y poco a poco perdía el conocimiento. Habían pasado varias horas cuando fue halado por dos personas hacia arriba, elevado por unos segundos y acostado a la orilla. Sin mediar palabra, un joven rubio de cabello largo, vestido de blanco, le presionó el pecho. Se separaba para frotarse las manos con fuerza y volvía a aplicarle presión. El hombre tenía la cara también golpeada y muy sucia. Decía algo, pero Barán no escuchaba nada más que un leve silbido muy agudo mezclado en el silencio. Las caras se hacían borrosas y lejanas, no podía detallar a ninguno. Un segundo hombre le ayudaba a levantarse.

Lo acostaron en una piedra cuadrada en medio de un claro rodeado de pinos nuevamente dentro del bosque. Un tercer hombre un poco más alto y una mujer se acercaron. Cuatro figuras de pie prácticamente encima de él. De un lado entre los árboles creyó haber visto al hombre de la capucha negra de pie entre las sombras. Nadie más parecía verlo y Barán no tenía energías para hablar.

Los cuatro se alejaron un poco, uno por cada lado de la piedra donde Barán se desangraba. Veía luces doradas intensas salir de las manos de estos sujetos. Gritaba en agonía, deseaba morirse. Uno de los rayos le golpeó y forzó a recostarse sin poder moverse nuevamente.

El brillo se tornó mucho más dorado; los rayos habían formado un círculo inmenso que bordeaba todo el claro del bosque. Se unían en el centro justo sobre Barán como a un metro de su cuerpo. Al chocar desprendían manchas doradas que parecían oro chorreante que se desvanecía antes de tocar el suelo. Barán sentía como lentamente moría cuando los rayos dejaron de moverse y desde el centro se vertieron sobre su cuerpo.

Esta sustancia que parecía oro se colaba por su herida, nariz y boca ahogándolo desesperado. Se retorcía  envuelto en esa masa de luz líquida. Sus ojos se llenaban desde adentro, volviendo a llenar el espacio apropiado de su cara y haciéndolo llorar lágrimas de oro.

Despertó en el piso del cuarto sudando. Los ojos le ardían. Se levantó y caminó a medias, con un intenso dolor en la frente. Entró al baño y llenó el lavado de agua, giró la perilla en la pared que encendió la pequeña llama en la lámpara del techo y esperó a que el agua del lavamanos se calmara. Fue una de las pocas veces en las que pensó que era estúpido no tener un espejo de hierro en el baño.

Cuando el agua se había calmado se asomó para ver su reflejo. Las pupilas le brillaban como nunca antes lo habían hecho. Lo asustaba un poco pero a la vez lo fascinaba. Una gruesa gota de sangre goteó de su frente al agua haciéndolo tocarse la cara. Tenía una inmensa herida que lo asustó, nunca se había abierto la cara así. Se levantó muy rápido y se golpeó la parte de atrás de la cabeza con el gabinete, cayendo al piso inconsciente.

Despertó a la mañana siguiente arropado en su cama. Se tocó la cara al despertarse para notar que no tenía nada y volvió a recostarse. Reflexionaba su sueño cuando se dio cuenta que iba tarde al colegio. Se vistió con prisa y salió corriendo del cuarto, bajó las escaleras y se lavó la cara en la cocina antes de tirar la puerta detrás de él y correr a su carruaje.

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