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Ir a: Fe, corazón y alegría (4)

La batalla campal

Cuando estuvo en su recámara, acomodó en la mesa las pinturas y el cuaderno. Abrió la cajita metálica y sacó el pincel. Mientras más lo miraba, más le gustaba y eran mayores los deseos de comenzar a pintar.

Pero... ¿qué pintaría ahora? Miró a través de la ventana, observó las gotas de lluvia resbalar por el cristal. Pensó en Bruno que no quiso entrar en la casa, terco en quedarse echado afuera de la puerta en espera de un imposible. Sabía que el pobre animal no se estaba mojando porque la entrada estaba techada a todo lo largo gracias al balcón superior que terminaba dándole forma al porche.

En realidad, era agradable estar ahí mientras caía la lluvia. Su abuelo solía sentarse poniéndolo a él sobre sus rodillas para así juntos sentir la brisa y observar la caída de las gotas, imaginaban que éstas eran soldados que se arrojaban al vacío desde sus "aviones - nube" con el fusil en mano listos para el combate.

Mientras contemplaba la hoja en blanco y sostenía el pincel absorto en sus recuerdos, volvió a escuchar una melodía en su interior:

"Despierten todos. El amigo pintor ha llegado"

Antes de que pudiera reaccionar, su mano comenzó a moverse como arrastrada por el pincel, aparecieron trazos, manchas y formas, Carlitos no entendía lo sucedido...volvió a escuchar:

"La magia ha comenzado"

Las tapas de las pinturas alineadas, brincaron por sí solas haciendo piruetas en el aire antes de caer frente a sus respectivos frascos.

"Descubriremos los secretos de tu corazón"

Impensadamente, el niño se encontró en intensa labor dibujando el jardín que tenía frente a su casa, mientras miles de gotitas caían desde las nubes negras que habían comenzado a explotar.

"Seremos cómplices participando con emoción"

Todo a su alrededor se oscureció,  en su mente solo existía la pintura que estaba realizando.

"Danza pincel sobre el papel. Colorea, matiza, da vida al pintar"

Preocupado por teñir del color adecuado  cada detalle, combinando sombras y luces, el pincel se movía con gran destreza arrastrando la mano de Carlitos, que en pleno trance, solo se dejaba llevar sin salir del asombro.

"El mundo es tuyo. ¡Naciste para vencer!

La pintura estaba terminada, la canción en su entorno había llegado a su fin. Mientras tanto, el niño miraba sorprendido su obra. Nunca pensó que sería capaz de pintar algo tan bonito.

De pronto, los tambores comenzaron a sonar. Sintió la adrenalina disparada corriendo por sus venas. Sonaban cada vez más fuerte.

Alguien decía algo de manera imperativa e insistente, no lograba distinguir qué era, sin embargo, poco a poco, la voz se hizo más clara y cercana. Casi lograba descifrar las palabras, cuando una mano sobre su hombro lo obligó a voltear. Era un hombre de cara furiosa y uniforme militar que le ordenaba con firmeza:

-Soldado Carlos, debe saltar. Las nubes no estarán aquí toda la vida.

Sintió el aire soplando con fuerza, debía hacer grandes esfuerzos para no perder el equilibrio, aún así, el militar le dio un fuerte empujón, lanzándolo al vacío.

-Tira del cordón Soldado Carlos- alcanzó a escuchar débilmente mientras caía.

Debajo de él estaba su hacienda, la casa de los abuelos en medio, su cabaña tan querida, el estanque, Bruno echado frente a la puerta con aspecto melancólico. Se acercaba con gran rapidez al suelo. Era hora de tirar del cordón.

Jaló con fuerza,  un paracaídas hermoso se desplegó. Comenzó a bajar lentamente, al ritmo de los tambores,  pudo observar con calma a cientos, miles de soldados como él, bajando. Tocando tierra con  fusil en mano, mientras el paracaídas desaparecía al contacto con el piso, al tiempo que corrían a sus trincheras para protegerse de los disparos.

-Pero si todos somos del mismo bando - Pensó Carlitos- ¿Por qué nos disparamos entre nosotros?

Cuando tocó tierra, la voz imperativa del soldado enérgico gritaba:

-¡A la trinchera! Dispara sin parar.

Carlitos corrió, disparó dándole a otro en el brazo al primer intento. El herido rió a carcajadas, limpiándose la sangre con la lengua mientras el niño lo miraba con extrañeza.

Su descuido fue aprovechado por los otros que le dispararon en montón quedando su uniforme lleno de manchas de... ¡helados de sabores! Los proyectiles contenían bolas de fresa, chocolate, vainilla y cereza.

-¡Cómetelo! - Ordenaba su superior- No dejes ni una gota o perderás.

Carlitos sorbía y sorbía helado mientras disparaba a diestra y siniestra al tiempo que los tambores redoblaban en furioso grito de batalla.

Las descargas de helado eran complementadas con cañonazos disparados por el soldado malencarado que contenían jarabe de chocolate, mermelada y chochitos de colores. El niño sonrió.

-El sonido acompasado que acompaña a la lluvia, es el de los tambores que los  soldados hacen sonar, los truenos en realidad son cañonazos de cerezas, gragea y chocolate, y los relámpagos, disparos perdidos. -Se rió de sí mismo por todas las noches tormentosas que no durmió temiéndole a los truenos y a las centellas.

-¡Qué razón tenía mi abuelo! - Gritó Carlitos en plena batalla - Las gotas de lluvia son soldados con fusil.

-¡Carlitos! - Llamaron a su puerta. -¡Carlitos! - Volvió a escuchar - Niño, ¿Estás bien?

Era Micaela. El joven pintor sacudió la cabeza y se encontró de nuevo en su recámara. El pincel descansaba en la caja metálica, los botes de pintura estaban destapados aún, el dibujo sobre la mesa y su ropa llena de manchas ... ¡de pintura!. ¡Ahora sí que su madre se iba a disgustar!.

-¡Carlitos! - Gritaba Micaela al otro lado - ¡Contesta criatura!

La puerta  se abrió, pero  los ojos y la boca de la mujer también.

-Muchacho, mira nada más cómo te has puesto la ropa- Lo empujó dentro de la habitación- Quítatela pronto. Tu madre te va a dar una buena tunda si descubre este desorden.

Después de recorrer con la mirada el cuarto y ver las paredes llenas de colores y palabras por doquier -preguntó:

-¿Acaso has tenido aquí dentro una batalla campal?

Carlitos bajó la mirada avergonzado, Micaela, enternecida, lo abrazó:

-No te preocupes hijo - Lo consoló mientras acariciaba su pelo - No hay mancha que esta vieja gorda no logre sacar. Date un baño y ponte ropa limpia mientras yo levanto el regadero y me encargo de este desorden.

Carlitos, agradecido, se apretó contra ella con todas sus fuerzas.

-No mi criatura - Le pidió- No te preocupes. Al contrario, juega, diviértete, haz travesuras, ¡Sé niño! -Gritó con entusiasmo-  que de lo demás me encargo yo.

Carlitos la besó y se apresuró a ducharse. Mientras veía las gotas de la regadera caer, pensaba sobre la nueva aventura que acababa de experimentar.

¿Qué cosa rara era ese pincel maravilloso que el abuelo le había heredado?

-Abuelo- Murmuró con tristeza- Te extraño mucho.

Las gotas de agua que le caían en el rostro se confundían con las lágrimas que brotaban de sus ojos.

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Elena Ortiz Muñiz

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