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Cuando tocó tierra, la voz imperativa del soldado enérgico gritaba:

-¡A la trinchera! Dispara sin parar.

Carlitos corrió, disparó dándole a otro en el brazo al primer intento. El herido rió a carcajadas, limpiándose la sangre con la lengua mientras el niño lo miraba con extrañeza.

Su descuido fue aprovechado por los otros que le dispararon en montón quedando su uniforme lleno de manchas de... ¡helados de sabores! Los proyectiles contenían bolas de fresa, chocolate, vainilla y cereza.

-¡Cómetelo! - Ordenaba su superior- No dejes ni una gota o perderás.

Carlitos sorbía y sorbía helado mientras disparaba a diestra y siniestra al tiempo que los tambores redoblaban en furioso grito de batalla.

Las descargas de helado eran complementadas con cañonazos disparados por el soldado malencarado que contenían jarabe de chocolate, mermelada y chochitos de colores. El niño sonrió.

-El sonido acompasado que acompaña a la lluvia, es el de los tambores que los  soldados hacen sonar, los truenos en realidad son cañonazos de cerezas, gragea y chocolate, y los relámpagos, disparos perdidos. -Se rió de sí mismo por todas las noches tormentosas que no durmió temiéndole a los truenos y a las centellas.

-¡Qué razón tenía mi abuelo! - Gritó Carlitos en plena batalla - Las gotas de lluvia son soldados con fusil.

-¡Carlitos! - Llamaron a su puerta. -¡Carlitos! - Volvió a escuchar - Niño, ¿Estás bien?

Era Micaela. El joven pintor sacudió la cabeza y se encontró de nuevo en su recámara. El pincel descansaba en la caja metálica, los botes de pintura estaban destapados aún, el dibujo sobre la mesa y su ropa llena de manchas ... ¡de pintura!. ¡Ahora sí que su madre se iba a disgustar!.

-¡Carlitos! - Gritaba Micaela al otro lado - ¡Contesta criatura!

La puerta  se abrió, pero  los ojos y la boca de la mujer también.

-Muchacho, mira nada más cómo te has puesto la ropa- Lo empujó dentro de la habitación- Quítatela pronto. Tu madre te va a dar una buena tunda si descubre este desorden.

Después de recorrer con la mirada el cuarto y ver las paredes llenas de colores y palabras por doquier -preguntó:

-¿Acaso has tenido aquí dentro una batalla campal?

Carlitos bajó la mirada avergonzado, Micaela, enternecida, lo abrazó:

-No te preocupes hijo - Lo consoló mientras acariciaba su pelo - No hay mancha que esta vieja gorda no logre sacar. Date un baño y ponte ropa limpia mientras yo levanto el regadero y me encargo de este desorden.

Carlitos, agradecido, se apretó contra ella con todas sus fuerzas.

-No mi criatura - Le pidió- No te preocupes. Al contrario, juega, diviértete, haz travesuras, ¡Sé niño! -Gritó con entusiasmo-  que de lo demás me encargo yo.

Carlitos la besó y se apresuró a ducharse. Mientras veía las gotas de la regadera caer, pensaba sobre la nueva aventura que acababa de experimentar.

¿Qué cosa rara era ese pincel maravilloso que el abuelo le había heredado?

-Abuelo- Murmuró con tristeza- Te extraño mucho.

Las gotas de agua que le caían en el rostro se confundían con las lágrimas que brotaban de sus ojos.

Ir a: Fe, corazón y alegría (6)

Elena Ortiz Muñiz

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