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Ir a: Fe, corazón y alegría (8)

Una visita inesperada

En cuanto Micaela salió del cuarto un destello de luz dorada iluminó la habitación. Carlitos despertó sin comprender qué sucedía. La intensidad del resplandor lo cegaba. Se incorporó en la cama, se restregó los ojos para ver mejor. La luminosidad disminuyó hasta rodear la silueta sentada frente a la mesa en que Carlitos pintaba sus aventuras.

La imagen se hizo más visible, el niño lanzó un grito de alegría ¡Era el abuelo! Tal y como lo había visto cuando se separaron.

Delgado,  alto, con su bastón recargado a un lado de la silla. El pelo blanco, cuidadosamente recortado y sus lentes de armazón metálico puestos. El mismo pantalón color caqui, la camisa a cuadros que su madre le regaló la última Navidad que pasaron juntos, aunque la imagen era borrosa, él sonreía.

- ¡Abuelo! - Gritó Carlos saltando de la cama. Llegó junto a él, lo abrazó y comprobó que aún en el más allá, sus mejillas seguían ocasionando picazón al contacto.

- Mi muchachito - Le contestó el anciano enternecido - Haz crecido mucho. Tenía tantos deseos de abrazarte de nuevo.

Platicaron largamente de lo mucho que se extrañaban mutuamente,  Carlitos lo puso al tanto de su vida en España, del sufrimiento de Bruno, de la negativa de Miguel para quedarse ahí, la firme decisión de Alma a cumplir esa última voluntad del padre, aún a costa de su matrimonio.

El abuelo, que hasta entonces había permanecido en silencio escuchando a su nieto, le aclaró que no podía contarle muchas cosas del más allá porque se lo habían prohibido antes de darle permiso para bajar, pero le pedía que no estuviera triste, ya que él se la estaba pasando maravillosamente junto a la abuela.

- Carlitos, necesito que seas fuerte - La voz del anciano era ahora seria y firme- Tú eres parte fundamental para que puedan quedarse aquí para siempre. Ayúdame. No dejes de pintar nunca. Pinta, hijito, pinta. Desahógate con ello, imagina y diviértete. Pero recuerda, a veces, las aventuras son más reales de lo que parece. Por eso, cuando sales del dibujo, encuentras estragos aquí afuera de lo que pasó allá adentro. Yo por eso, vivía mis aventuras en el ático.

- Sí abuelo - interrumpió Carlitos - Recuerdo que siempre jugábamos ahí, pero de pronto, un día, ya no quisiste que volviéramos ¿por qué abuelo?

- Eso te quiero aclarar - contestó con paciencia- El pincel es mágico... siempre y cuando tú sepas darle vida. Para ello, necesitas estar bien ¡Ser niño! Eso es todo. No dejes que los adultos te confundan con sus problemas. Conserva tu alegría, vive tus aventuras, nunca olvides ese mundo de sueños en donde solo la inocencia puede pasar...

Yo hice pinturas y disfruté de la magia de ese pincel hasta que la abuela enfermó. Entonces, perdí la alegría, ya no deseaba vivir sin ella a mi lado. Dejé que la tristeza me dominara. Y el pincel ya no funcionó. No hagas lo mismo tú. Nunca, aún cuando seas adulto no te olvides de ser niño. Recuerda: Fe, Corazón y Alegría...

Nadie que no seas tú podrá vivir las aventuras de tus bocetos, pero en esta ocasión solamente, sería conveniente que lograras que Miguel pinte con tu pincel. Antes de ello, platica con él de su niñez, hazle recordar esa trascendental etapa en la vida de toda persona, si todo resulta bien, su corazón se ablandará, pero la experiencia que vivirá será algo diferente a lo que tú experimentas...

En cuanto a tu madre, no te preocupes demasiado. A ella no puedo visitarla físicamente como a ti, entraré en su sueño antes de irme para darle ánimo. Entonces, ya lo sabes, busca un lugar en el que te sientas a gusto para pintar y pórtate bien. Sé un buen hijo.

- Abuelo... Bruno... ¿se va a morir?

-Claro que no. La enfermedad que tiene ese travieso se cura con unas gotitas de alegría y dos palmadas en el lomo. Aunque no lo creas, el motivo por el cual estoy aquí hoy es Bruno.

- ¿Bruno? - Preguntó extrañado

- Sí, Bruno, porque aunque solo es un perro, nunca dejó de creer, desde que morí, no ha hecho otra cosa que esperar a que me despida de él y le dé instrucciones, y ha tenido verdadera fe en ello, tanta, que si no me hago presente, será capaz de dejarse morir esperando hasta el último momento. No te apures, mañana amanecerá mejor. Voy a hablar con él ahora.

- Te extraño mucho abuelo - Se abrazaron con cariño - Dile a la abuela que nos hace mucha falta ¿La podré ver a ella también alguna vez? ¿Volveré a verte a ti?

- Claro - le dijo el abuelo - Tal vez nos encontremos en tus sueños, o nos crucemos en alguna de tus aventuras con el pincel, ¿quien sabe? Depende de tu fe.

La luz se fue haciendo cada vez más tenue hasta que el abuelo desapareció. Carlitos se encontró solo en la silla. Su mirada descansó en la cajita metálica y los frascos de pintura. Aún no comprendía muchas cosas, pero se prometió a sí mismo no perder la esperanza ni la alegría.

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Elena Ortiz Muñiz

 

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