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Capítulo 14: “La partida”

Marzo de 1962.

Los acontecimientos políticos del país hacían prever una pronta caída del Presidente Frondizi. Las elecciones en la Provincia de Buenos Aires habían dado el triunfo a un peronismo proscripto. Andrés Framini, un sindicalista del gremio textil, ganó las elecciones. Los militares exigieron al Ministro del Interior que anulara las elecciones e interviniera la provincia. Marchas de gremialistas por las calles de Buenos Aires, creaban un clima de agitación política. La cúpula militar, aún dividida, tenía que dar batalla pronto.

Se acercaba el fin de la democracia argentina, de esa maltrecha democracia que solo duraría cuatro escasos años. Una Presidencia progresista, el desarrollo industrial había sido el más importante en lo que iba de la historia del siglo XX, pero, en un país donde el mayor partido político estaba proscripto, la democracia perdía equilibrio y se desmoronaba. La política internacional del Presidente Frondizi tenía un sabor a independencia soberana, es lo que, molestaba al país del norte, Argentina había desobedecido la orden cuando se impusieron las sanciones a Cuba y ese acto de soberanía iba a costarle el cargo. Pero no solo eso, la situación interna del país, un país que se debatía en una antítesis peronismo versus antiperonismo, un antagonismo crónico que no daba respiro a los gobiernos endebles llamados democráticos. Aquí no terminaba la cuestión. Con la destitución de Frondizi sobrevendrían días más oscuros en el país. Días que debería transitar  Federico Montemaggiore desde el mismo instante en que dejara atrás el pueblo de los Rivera Moscoso, de los Ayala, de los Vega…de los poderosos y de los débiles. Así estaba también el país de aquella década.

***

Federico recibió una carta de su padre, vía correo diplomático. En todo el verano su papá no se había comunicado con él, tampoco lo había hecho Elena, su madre. Se sorprendió, pero, abrió la correspondencia con impaciencia. La misiva no era muy extensa, pero su contenido era de importancia:

“Querido hijo:

Esperamos con tu mamá  te encuentres bien y que, pese a la desgracia de la pérdida de tú primo Roberto, hayas pasado un buen veraneo. Clarisa nos escribió una extensa carta cargada de dramatismo. Era de esperar, la pérdida de un hijo es algo trágico. Lo hemos sentido mucho, aunque no lo tengo muy fresco en mi memoria.

Bien, el motivo de esta carta es para que recibas las instrucciones de tu viaje a Roma. Es posible que cuando arribes, nosotros nos encontremos en París, es por ello que te he reservado un pasaje en avión desde Roma a París por Alitalia. La situación en Argentina es muy delicada, por eso fui encomendado a hablar con el Cónsul Argentino en Paris para prever los posibles argentinos que viajen en carácter de refugiados a aquel país. Puede haber represión por parte de la Junta Militar que se constituya a la destitución del Presidente, si bien, se nos ha informado que un civil podría ocupar la presidencia, dada la división interna de la cúpula militar, el nombre del Jefe de Campo de Mayo, un tal Juan Carlos Onganía está dentro de las posibilidades de asumir la jefatura del Ejército. Si eso ocurre hijo, comienza en el país una etapa muy dura de dictadura. Por eso, estamos preocupados por ti y necesitamos que vengas lo antes posible. Esta carta no es recomendable que la lea Rafael Rivera Moscoso. Destrúyela. Te queremos: papá y mamá.”

La carta era por demás reveladora que en el país se iban a desencadenar horas trágicas, no le hacía bien a la sociedad, convulsionada por intereses mezquinos, divididos.

Debía prepararse. Salió de su dormitorio y encontró a Clarisa lista para partir a la casa del pueblo. Debía cumplir su palabra.

El coronel volvió a intentar retenerla:

-Clarisa, no veo el motivo por el que quieras dejarme. He sufrido tanto como vos la pérdida de Robertito, prometo que…

-No hagas promesas que no vas a cumplir, Rafael…

Federico no quería escuchar la discusión, quiso salir de allí pronto, pero el coronel lo retuvo:

-No es necesario que te vayas. He sido un necio contigo. Si hubiera sido otro hombre, las cosas  se hubiesen dado de otro modo. Te menosprecié, sabiendo que eres un muchacho, que a pesar de tu edad, tienes todo el potencial, la fuerza, para salir con la verdad adelante. Pero mi necedad me llevó a denostarte. Te pido disculpas y ve con tu tía, quédate con ella hasta que tengas que partir.

Las palabras de Rivera Moscoso le llegaron bien a Federico. Después de todo, un hombre que reconoce sus errores, aunque sea muy tarde, siempre tendrá la posibilidad de enmendarse ante quienes ofendiera. Pero, tuvo que ocurrir lo que nadie creía en ese verano que se iba a dar de la manera en que se dio, para que éste viejo militar comprendiera su mal proceder. La única que no le perdonaría nada a Rafael Rivera Moscoso, era Clarisa, su mujer. Ella tenía sus razones.

Por último, el coronel dirigiéndose a Clarisa le manifestó:

-Nada te faltará, no voy a importunarte, de eso podés quedarte tranquila. Pedime lo que quieras, envíá siempre a alguien de tu confianza, de manera contrario, me ocuparé que recibas lo que estoy obligado a darte.

-Está bien. Ya nada nos ata, Rafael. Tenemos a un hijo bajo tierra y una hija que contra su voluntad se casó con el hombre que no ama, vos ganaste, ¿esta es tu victoria? – preguntó con total desprecio – pues si es así, ha sido una victoria engañosa, adiós coronel.

No respondió. Federico la siguió, pero, se detuvo:

-Debo preparar mis valijas…iré más tarde, tía Clarisa.

-Está bien. No olvides de despedirte de esa hermosa chica.

Federico se sonrojó, ella había descubierto la verdadera razón por la cual no partía de inmediato con ella.

***

Rocío lo estaba esperando en la puerta del rancho de Cipriano. Era tiempo de despedidas y de promesas. Promesas que tal vez no iban a cumplirse. No importaba, quería permanecer con él un instante más.

-¿Te volveré a ver? – preguntó ella.

- En lo inmediato, no. Debo viajar a Roma y posiblemente me instale un tiempo en París. Pero, no dejaré de pensar en vos, en lo que dejo, porque sos mi gran amor y no voy a perderte. Hoy tía Clarisa dejó la casona. Sé que has entablado una buena relación con ella, no la abandones. Ella te necesita, ha quedado muy sola. Stella y Andrés harán una luna de miel muy larga. Primero Buenos Aires, luego Europa, puede que estén allí más de tres meses.

-Confía en mí. No dejaré de visitarle. Hice una promesa a don Cipriano y debo cumplirla. Además Teófilo recibirá una beca, donada por el coronel Rivera para asistir a la escuela en el pueblo vecino. Allí le han conseguido una pensión, donde vivirá la mayor parte del tiempo que tenga que cursar. El coronel prometió también, dadas las habilidades de Teófilo, que asistirá a un colegio politécnico, esos que creara el Presidente, se reciben de técnicos y de esa forma pueden encarar un emprendimiento.

-Pero – muy asombrado Federico exclamó - ¡me parece muy bien!...¿que le pasó al coronel que cambió tanto?.

-No lo sabemos. Don Cipriano está tan desorientado como yo. Pero, no importa, Teófilo se lo merece y está muy entusiasmado. Por lo pronto, le ayudará a olvidar un poco a su madre y a Tomás.

-Ya lo creo. Bueno…¡por fin una obra de bien después de tanta injusticia con esta familia!...Ven amor, quiero despedirme de ti… quiero besarte intensamente porque este beso que te daré lo guardaré bien profundo y tendré el sabor de tu boca por todos los días que esté ausente.

-Te amo Federico y no dejaré de amarte nunca. Aún si decides no retornar.

-Lo haré. Tal vez antes de lo que tú puedas imaginarte.

Federico Montemaggiore prometió algo que no podría cumplir. El tiempo transcurrirá inexorablemente y nuevos capítulos en su vida harían que aquella promesa no se cumpliera.

Por fin llegó la hora de la partida. En la vieja estación de trenes estaban Clarisa y Rocío. Federico llegó justo a tiempo antes de la partida. Facundo, el viejo jefe de estación lo saludó:

-¿Regresamos a casa?

-Sí. Pero retornaremos pronto. Adiós viejo amigo.

-Buen viaje muchacho.

-Tía Clarisa – se dirigió a aquella mujer que en pocos días le habían entrado los años – trata de alegrar un poco tus días, concéntrate en las rosas del jardín, son bellas gracias a tu esmero. Vive. Rocío te acompañará.

-Ve tranquilo y traza tu camino. Recórrelo con la frente bien alta y con decisión. Aquí te esperaremos.

La vieja campana de la estación repicó ordenando la salida del tren. Federico se subió cuando el tren comenzaba su lenta marcha. Las vio perderse en la lejanía de la pampa. El verano había concluido. Federico se marcho con sus propias angustias que aún lo atormentaban, pesaban sobre su existencia, por eso no quiso volver atrás. En verdad que, para Federico Montemaggiore, había sido éste un verano singular.

Continuará…

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