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Mariana (“Seguiré viviendo” 28a. entrega)

Eleonora iba apenas por unos pijamas para llevárselas a José, pero se tropezó con tanto desorden en la habitación, que decidió primero organizarlo. Así había quedado el cuarto cuando tuvieron que salir con celeridad para la clínica. Había ropa arrugada y sin doblar sobre la cama, un par de camisas en la silla, y sobre ellas un par de corbatas y una bata. Las pantuflas a la entrada del baño; libros, periódicos doblados, lapiceros, discos compactos, hojas impresas y manuscritos, esparcidos sobre la mesa de noche, en un montículo a punto de caer.

Con paciencia Eleonora cambió la cara de aquél cuarto caótico. Por último se dedicó a guardar en una carpeta los escritos de su padre, ojeando una que otra línea con curiosidad, luego examinando párrafos y por último devorando los documentos por completo. Entre sollozos volvió a su infancia en un artículo dedicado a la niñez. «Cuánto menospreciamos los adultos el mundo de la infancia, la etapa más propicia para la felicidad del hombre. No es menos el mundo infantil que el del adulto, no son menos sus insatisfacciones ni sus padecimientos. Tan seria es la contrariedad del niño que no recibió el dulce que anhelaba, como la del adulto que perdió su empleo. Los sufrimientos del infante son pequeños para el adulto que los desestima, nunca para él que los soporta. El buen padre sabe valorar las necesidades y las angustias de sus hijos, y es capaz de sumergirse en su universo compartiendo todos los elementos de su pequeño mundo. La vida del niño debe ser feliz. Ese debe ser el mínimo propósito de quienes no le pidieron su consentimiento para traerlo al mundo». Nadie, pensó Eleonora, lo hubiera dicho con más autoridad. Lo allí plasmado era el reflejo de lo que José había sido como padre. Ante todo un hombre dedicado y amoroso. Había también apuntes sobre la infidelidad y el matrimonio. No los leyó, no lo creyó prudente. No estaba interesada en encontrar revelaciones que probaran los reproches de su madre. Por amor y por respeto siempre se mantuvo al margen de  aquéllas discusiones. No le concernían los comentarios que hacía Elisa sobre las amantes de su padre. «No soy quien para juzgarlo». Alguna solidaridad de género le debía a su madre, pero la gratitud con José, quien por ella se había resignado a la vida de perros que le daba Elisa, era más grande. Sabía que la aventura con Pilar era creíble; aunque parco, su padre la aceptaba. Las demás, no tenían a su parecer mucho asidero. Tampoco le importaba. Hasta mejor que fueran ciertas, decía su corazón, en medio escabrosos pensamientos: «Mejor que alguien le haya dado amor y comprensión. La ortodoxia es lo de menos».

E imaginaba, viendo que Claudia, Piedad, Alicia y Carolina con tanta solicitud lo visitaban, que alguna o tal vez todas habían tenido con él algún idilio: «Ojalá haya sido menos infeliz que lo que yo pensaba». Desterrando de su mente tanto pensamiento improcedente, se concretó por fin en la finalidad de su mandado. Tomó los pijamas, y acosada por la hora, salió para el hospital de prisa. José la aguardada de buen ánimo. Estaba plácido, con los síntomas aplacados por los medicamentos, disfrutando en el sofá el sol que atravesaba la ventana. Eleonora dejó el paquete sobre la cama y se sentó su lado. Con paciencia le dio el caldo que trajo la enfermera. Sorbiendo con lentitud y pasando con trabajo cada cucharada, no alcanzó a tomar ni media taza. «Si tomo más el dolor me arruina este momento». Eleonora puso el pocillo en el charol, y el charol en la mesita. Y con su padre revisaron un maletín cargado de lecturas.

A Eleonora le llamó la atención una. «Es otro escrito –imaginó– de papá sobre la muerte», y lo leyó en voz alta: «Me he habituado tanto a ella, que su imagen no sólo no tiene nada de espantoso para mí, sino precisamente, mucho de tranquilidad y de consuelo. Nunca me acuesto en mi cama sin pensar en que aún siendo tan joven, quizá ya no vea el siguiente día; y sin embargo, ninguna de las personas que me conocen podrá decir que mi trato sea hosco o triste». «Lo escribió en su juventud –pensó–, cuando batalló con ella hasta aceptarla». «No es mío», le contó José. «Pertenece a Mozart, y lo conservo por la extraordinaria coincidencia de nuestros pensamientos. No es frecuente pensar en la vejez, en las enfermedades y en la muerte mientras hay salud y lozanía. Parece un ejercicio innecesario, pero no lo fue para el gran compositor que murió de 35 años; tampoco para mí, que quería prepararme para el trance». Sus planes juveniles no aceptaban que la muerte le pudiera perturbar la vida; buscando subyugarla, terminó conociendo la actitud de los grandes hombres frente a ella. Hecha la explicación, Eleonora le planteó una aspiración de vieja data: «Papá, ¿qué dirías de una publicación que resumiera en sentencias todo tu ideario? ¿Qué diera idea de tus razonamientos magistrales y tus enseñanzas?». A José lo primero que se le vino en mente fue la ausencia de tiempo para hacerlo. Pero no alcanzó a exponerle su motivo, cuando  Eleonora le manifestó que sería ella quien lo hiciera. Y le esbozó todo el proyecto. Fue una sorpresa para José enterarse de que su hija venía compilando desde hacía  rato sus frases incisivas.

« ¿Te puedes imaginar que me he puesto en la tarea de descubrir las frases más tajantes de todos tus escritos? ¿Me autorizas a que las publique? Haré un libro que sintetice tus mejores pensamientos». Los ojos de José brillaron con humedad vidriosa, empañados al ritmo de su corazón acelerado. Llevó a Eleonora contra su pecho y la beso en la frente. Sin saberlo ella, estaba por hacer algo con lo que José soñaba. –Hija, nadie tiene más derecho que tú sobre mis bienes, nadie más que tú sobre mis obras. ¿Quién cuidaría mejor  mi pensamiento? –Sabía de antemano tu respuesta –respondió Eleonora.Y sacando de su portafolio un borrador lo puso entre sus manos: «JOSÉ ROBAYO -  MÁXIMAS Y PENSAMIENTOS». Tras el título se aglomeraban  sin orden las frases anunciadas: «El único inconveniente de la libertad es que nos toca responder por todo lo que hacemos». «Debe respetarse la diversidad, pero no dejarse someter por ella». «Los adultos somos un cúmulo de maldades que crece con los años». «Sólo creo en la inocencia de los niños». «El niño ve con naturalidad lo que el moralizador ve con malicia». «Para la justicia humana más importante que esclarecer la verdad, es beneficiar a quien con más sagacidad utiliza sus recursos». «Nada más peligroso que las minorías, que procuran someter a la mayoría con el pretexto de su desventaja». 

«La rebeldía juvenil es la respuesta obvia a la intransigencia del adulto, siempre poseedor de la verdad, siempre dueño de las normas». «Si Dios quisiera que el proceder humano se ciñera a un modelo inquebrantable, no hubiera infundido en el hombre la razón, la voluntad y la conciencia». «Los mandatos de Dios se conocen descubriendo las leyes de la naturaleza». «Reconocer los derechos de la mujer no es conferirle cuotas burocráticas que sólo toman en consideración los genitales. Es reconocerles, sin excepción, su dignidad humana, para que sus méritos compitan con los del hombre en igualdad de condiciones». «Tan despiadada se tornó la humanidad, que sin sonrojo mide las incapacidades y las muertes en términos de producción perdida. ¡Ah tiempos en que el hombre sin tener que producir era valioso!». «Gracias a la productividad el hombre va en camino de su propia destrucción». «La mujer burlada es implacable». «La fe sin demostraciones de benevolencia no conduce a nada». «No todo en la vida es trascendente, dejemos de posar de serios». «Las hieles del rencor sólo amargan a quienes lo pretenden, y casi nada a quienes son su objeto». «No se tiene autoridad moral para sentenciar a quienes cometen nuestras mismas faltas».

«Quien desconoce el amor y el perdón ha de ser  buen huésped del infierno». «El placer sólo es malo cuando ocasiona un daño manifiesto». «Sin intención de daño no hay pecado». «Tanta maldad concibe el hombre, que no le hace falta demonio que lo inspire». «El demonio es el hombre, el diablo es la disculpa para excusar sus faltas». «Las mayorías nunca pretenden tantos derechos como las minorías. Las minorías son insaciables». «El idealista está dispuesto a morir por sus ideas, el revolucionario, a asesinar por ellas». «Al igual que todos los humanos, no soy poseedor de la verdad, apenas soy dueño de la mía». «Defender las creencias es lícito, imponerlas censurable». «La verdad absoluta es ignota para el hombre». «Los comunistas son fósiles y su combustible mortal para la democracia». «Tan peligrosas como el totalitarismo, llegan a ser la religión y la moral, para la libertad del hombre». «Es cuestión de tiempo, para que los temperamentos tiránicos y envanecidos luzcan disminuidos y en desgracia». «Creen las empresas a sus trabajadores artículos de su inventario. Los cohíben y disponen de ellos en un auténtico secuestro laboral». «A los movimientos totalitarios, como el comunismo, se les deben proscribir los derechos que da la democracia. Se valen de ella para acceder al poder y luego exterminarla».   «La justicia es una ruleta rusa: por igual acierta o se equivoca».

«La verdad es lo que satisface la razón. Luego es apenas una certeza personal cuando existen millones de razones». «La irracionalidad del placer reside en terminar siendo esclavo del estímulo que lo propicia». «Es la honestidad en la búsqueda de lo correcto, más que el acierto en la consecución de la verdad, lo que ennoblece la conducta de los hombres». «La justicia es ciega... porque no le importa donde quede el fiel de su balanza». «Dios es universal, no puede ser apenas la deidad de unos creyentes. Dios es uno y el mismo para todos». « ¿Violentar, sojuzgar o matar en nombre de la fe, qué tiene de divino?». «Las guerras santas son malignas, de virtud no tienen nada. Son obra de ciegos fundamentalistas que en su estupidez no se dan cuenta de que ofenden al dios por el que luchan». «La felicidad no es un regalo, es una obligación con todo ser humano. ¿Hacen felices los padres a los hijos? ¿Hacen felices los colegios a los niños? ¿Hacen felices las empresas sus trabajadores?». «Los niños a estudiar y los adultos a trabajar: ¡Qué vida tan miserable la del ser humano!». «Todo lo vanguardista muere como retardatario». «La aplanadora del sexo y el instinto no se ataja con principios y valores, pero intentarlo es lo sensato». «Quien incurre en lo que juzga, termina enjuiciando con más benevolencia». «Para el hombre, frente a la mujer sólo existen deberes; para la mujer, frente al hombre sólo existen derechos ». «Lo que muchas mujeres ansían no es un hombre, sino una mascota bien domesticada». «Los esposos no son más que extraños que se creen con derechos el uno sobre el otro». «Nunca como en el colegio se pierde tanto tiempo y tanto esfuerzo en adquirir conocimientos que nunca se recuerdan». «Si la socialización es lo poco rescatable de la vida escolar, los colegios deberían transformarse en clubes para niños». «Sólo la crítica supera en subjetividad al arte y al artista». «Los críticos creen conocer a artistas y escritores mejor que lo que ellos mismos se conocen. Saben más de las obras que quienes  las crearon».  «Ser fiel demanda ser perfecto. Que la pareja sea perfecta, aunque ayuda, no garantiza nada». «Quien ama, encuentra gratos motivos para vivir y profundas satisfacciones para morir tranquilo».

«Las únicas normas imperiosas son las que previenen el daño que un ser humano puede causar a otro. Las que sólo pretenden subyugarlo con frecuencia deben transgredirse». «En materia sexual lo único reprobable es lo abusivo. En lo consentido, la intromisión es la indebida. «Para la sociedad es más importante el castigo de la falta que el arrepentimiento del culpable; más la condena que lastime, que la rehabilitación del infractor». «Nuestra naturaleza humana y vulnerable yerra fácil; se agita entre el bien y el mal, entre el pecado y el perdón; y absuelve para ser absuelta». «Los políticos no suelen representar al pueblo: representan sus propios intereses». «El enamoramiento es una psicosis deliciosa que cura el matrimonio». «Hay que ser demasiado tonto para creer en el amor eterno». «La fidelidad no es una obligación tan obvia. Se anhela como un dictado inconsciente del egoísmo de cada ser humano, dispuesto a apropiarse de las personas como hace con las cosas». «Entendí la rebeldía juvenil, porque vi en ella una respuesta honesta a un mundo discutible, en el que la verdad a nadie pertenece». «La rebeldía del joven termina en la resignación del adulto; y el conformismo del adulto en la intolerancia del anciano, al final doblegado por el tiempo». «La sociedad siempre ha manipulado la verdad, la ética y las normas al amaño de sus propia conveniencia». «No debemos sentirnos culpables de no poder cambiar lo inevitable, sino satisfechos de haber realizado lo debido». «No hay nada más rebatible y siniestro que las afirmaciones de una mujer que ha sido traicionada». «El enamoramiento es el más imperfecto de todos los amores». «Hay dos etapas sucesivas e indefectibles en la relación de la pareja: la del amor y la del resentimiento». «Los instintos buscan la preservación del individuo y de la especie. Simplemente existen. Ponerlos al escrutinio del bien y el mal es realizarle un juicio al creador del universo».

«La moral debe ser respetuosa del instinto. Su campo es lo sujeto a la voluntad y el albedrío». «La mujer es para el hombre lo que el juguete es para el niño». «La concepción humana suele ser un accidente inesperado y no pocas veces un suceso indeseado. Así que es la crianza y no la vida la que merece el agradecimiento de los hijos». «Disfruta el placer sin permitirle convertirse en vicio. Sé medido con el gozo para que nunca pueda someterte». «Dejarnos subyugar por cuanto más nos gusta termina por cansarnos, o por forjar una costumbre que duele cuando no se sacia». «Los valores del hombre son mentira, todos los violenta, todos los incumple. Los proclama en publico, y los vuelve añicos en privado». «El hombre cree por naturaleza; en su esencia está Dios, y nada lo acerca más a Él que sus penas y sus sobresaltos». «El ser humano es contradictorio. Se somete al jefe opresor, pero desacata al jefe bondadoso. Eterno inconforme, encuentra desasosiego en la paz y propicia la guerra; víctima de la guerra, implora la paz».

Eran tantas sentencias, que la tarde se fue sin abarcarlas todas. Cada cual tenía su historia, en cada una un recuerdo se anunciaba. Muchas eran sus expresiones cotidianas, otras producto del rebusque de Eleonora. José, como en sus buenos tiempos de corrector de pruebas, se quedó toda la noche arreglando el documento, poniendo notas al margen, corrigiendo y resaltando; con tal ensimismamiento que no supo la enfermera si su sosiego era producto de la concentración o del calmante.

Un juicio en mi inconsciente (“Seguiré viviendo” 30a. entrega)

Luís María Murillo Sarmiento

Seguiré Viviendo

“Seguiré viviendo”, con trazas de ensayo, es una novela de trescientas cuartillas sobre un moribundo que enfrenta su final con ánimo hedonista. El protagonista, que le niega a la muerte su destino trágico, dedica sus postreros días a repasar su vida, a reflexionar sobre el mundo y la existencia, a especular con la muerte, y ante todo, a hacer un juicio a todo lo visto y lo vivido.

Por su extensión será publicada por entregas con una periodicidad semanal.

 

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