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En busca del Libro de la Vida
(Novela breve) 
©Abel Carvajal. 1998.
Derechos de autor reservados. 

Edición en español para distribución gratuita. Se autoriza su copia, impresión y reenvío por cualquier medio solamente en lengua española. Pero queda prohibida su impresión o publicación en cualquier medio  para su venta o comercialización sin previa autorización escrita de su autor, así como las traducciones a otras lenguas.

Para información adicional:  http://librosdeabelcarvajal.blogspot.com

A la memoria de mi padre.
A las guerreras y guerreros invencibles.

En el año 1187 el sultán Saladino derrotó a los cristianos y se apoderó de Jerusalén. Se predicó la Tercera Cruzada (1189 – 1192) y unidos el emperador alemán Federico I “Barbarroja”, Felipe II Augusto de Francia y Ricardo I “Corazón de León” de Inglaterra, conquistaron Jaffa y San Juan de Acre; firmando un tratado con Saladino por el que los peregrinos podían visitar libremente los lugares santos.

*** 

Nací en Normandía, pero aunque crecí en Inglaterra era normando de espíritu, de uno muy aventurero que siguió el camino de los cruzados, arengado por la pasión guerrera del rey Ricardo “Corazón de León” y un supuesto deber cristiano.

Luego de la conquista de Chipre por Ricardo, abandoné las filas del caballeresco rey inglés y viajé a la isla de Malta.

Me hallaba hastiado y confundido por tanta sangre en nombre de la Santa Cruz. Una fuerza extraña me condujo hasta aquella preciosa isla en el Mediterráneo, a un olvidado monasterio, en donde conocí a un personaje excepcional que cambiaría mi vida para siempre. Su nombre: Julián de Malturgia.

En aquel monje maltés, mayor que yo, encontré el consuelo y la paz que mi espíritu buscaba con desespero. Sus palabras y enseñanzas fueron el bálsamo que sanó mis heridas. Su vida sencilla, su actuar tranquilo y sereno bastaron para darme cuenta que no necesitaba mantenerme en pie de lucha empuñando una espada.

Ese fue precisamente el primer mensaje que recibí de él:

-Desarma tu corazón. Entierra tu espada, amigo normando, que contra la vida no se lucha porque siempre perderás. Ella, la vida, es un rival demasiado poderoso para cualquier ser, es más sabio tenerla de aliada. Así, que más bien síguela. Manténte atento a sus señales, la vida se observa y se escucha. Colabórale.

“Tampoco caigas en el facilísimo de dejarte llevar por ella. Camina a la par, no permitas que te arrastre, porque más lento será tu avanzar y más magulladuras y heridas obtendrás cuando te lleve por los senderos tortuosos que a veces debemos recorrer.”

Con estas palabras me recibió, aquella noche en que toqué a la puerta de su monasterio en busca de refugio y alimento. Parecía que me esperaba, pues ya me tenían preparado un lugar en la mesa para la cena, junto a los otros diez monjes.

Oramos y comimos en silencio. Una frugal, pero exquisita cena que me supo a gloria angelical. En un ambiente en que se respiraba la paz y se disfrutaba de un encantador dulce aroma, el olor que deja el palo santo una vez se ha quemado. Estos trozos de madera, procedían del oriente, muchísimo más allá de las Tierras Santas, donde los hombres y mujeres son de piel amarilla y ojos rasgados, según él.

Así mismo, una modesta pero cálida cama me tenían preparada. Los once monjes eran jóvenes, Julián que era el prior, pese a su gris barba no aparentaba tener más de cuarenta años. Todos vestían una túnica marrón con capucha y un lazo blanco atado a la cintura, por calzado usaban unas ligeras sandalias. No pertenecían a ninguna comunidad específica, podría decirse que se trataba de unos monjes independientes que se dedicaban al estudio de la Palabra de Jesús de Nazaret y a la fabricación del vino, un gustoso vino tinto que les aseguraba su manutención.

Había llegado allí con la intención de pasar sólo la noche. Permanecí poco más de dos años en aquel acogedor monasterio, no hice votos mas viví como ellos.

Dos años aprendiendo y meditando las enseñanzas de Julián de Malturgia y las de los demás monjes. Adquirí conocimientos que jamás imaginé aprendería: latín, griego, filosofía, geometría, matemáticas, historia y por supuesto, también le dediqué tiempo al estudio de las Sagradas Escrituras.

Un buen día, Julián me dijo:

-Las palabras de Jesús no han sido bien interpretadas, mucho menos bien enseñadas a los hombres. Tu llegada fue la primera señal que esperaba, anoche vi la segunda. Ya es hora de emprender el viaje.

No entendía a qué se refería y le solicité ser más explícito. Pero lo que logró fue confundirme aún más cuando agregó:

Bienvenido a la comunidad de escritores, poetas y artistas del mundo.

 

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