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Durante aquellos días tuvimos mucho tiempo para discutir sobre la vida, sobre la muerte, sobre Dios, sobre los hombres, sobre el destino. Entre tantas charlas le pregunté cuál era la mejor manera de pedir a Dios, él se limitó a responder:

-Cuando se pide de corazón ya está concedido -hizo una pausa y citó a Jesús: "...pidan y les darán, busquen y hallarán, toquen a la puerta y les abrirán. Porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llame a una puerta se le abrirá.

"¿Qué padre de entre ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra, o si le pide un pescado, en vez de pescado le da una serpiente, o si le pide un huevo, le pasa un escorpión? Por lo tanto si ustedes que son malos saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan".

Otro día, arribamos a una humilde casa y un perro pastor se nos aproximó meneando la cola a modo de saludo y le "habló" a Julián de Malturgia.

-¿Qué te dice? -pregunté intrigado.

-Que la única hijita de su amo está muy enferma y hay gran desolación en su casa. Me pide que la sane.

-¿Y este buen perro cómo conoce tu poder?

-¿Cómo? Oh, amigo Normando -me respondió sonriendo-. Los animales escuchan a su corazón en vez de su razón, y por eso alcanzan el verdadero conocimiento con más facilidad que los hombres. Para ellos la razón es simplemente un medio más para sobrevivir, no es el centro de sus vidas, ellos saben que lo importante es el corazón.

"Si quieres alcanzar el verdadero conocimiento válete de tu corazón, con la razón nunca lo lograrás. El conocimiento es como el agua de un lago, con tu razón sólo podrías señalarla y decir que está ahí, mas no la conocerías; en cambio con tus sentidos, que son la extensión del corazón, podrías probarla, sentirla y disfrutarla al beberla o nadar en ella".

Entramos a la casa y nos presentamos en nombre de Dios.

Julián preguntó por la pequeña niña enferma, lo que sorprendió mucho al par de esposos:

-¿Cómo sabes que mi pequeña agoniza, acaso eres un brujo o un demonio? -inquirió el padre de la criaturita.

-No teman -dijo Julián de Malturgia-. Los caminos de Dios son misteriosos. Permite que él -agregó señalándome- la tome en sus brazos y la sanará.

Yo abrí los ojos incrédulos pero no hablé. No sabía exactamente lo que se proponía el monje maltés, pero confiaba en él.

La pareja me miró, la madre aprobó con un gesto y en seguida fue en busca de la bebita.

Me la entregó, yo miré a Julián quien con una socarrona sonrisa me invitó a cargarla. Nunca en mi vida había tomado en mis brazos a una niña de tan pocos meses de nacida, pero recordé cómo lo hacía mi madre con mi hermano menor y, cuando llevé a la bebita contra mi pecho sentí un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo, una sensación que jamás imaginé existía.

El tibio cuerpecito me envolvió. La miré a sus ojos, ella dejó de llorar y me sonrió; yo en vez de sonreir, lloré. La estreché con suavidad contra mi corazón, cerré mis humedecidos ojos y oré en voz alta:

-Dios Padre, si es tu voluntad, te pido en nombre de Jesús de Nazaret, tu Hijo, que sanes a esta nena que sostengo en mis brazos. Porque el Maestro dijo: "Todo lo que pidan en mi nombre mi Padre se los concederá".

Por unos momentos más la abracé y luego la devolví a su madre. Ella le tocó la frente y exclamó:

-¡Ya no tiene fiebre! ¡Ya no llora! En verdad la ha curado, llevaba más de tres días con calenturas, llorando y vomitando. Gracias, forastero...

Yo ya no escuchaba sus palabras, ni las de su esposo, me encontraba sumergido en otro mundo, en una extrañísima sensación que se apoderaba de mí. No me sentía capaz de pronunciar palabra alguna, estaba mudo y paralizado, no lograba explicarme qué me pasaba. Hasta que el monje me palmeó la espalda y me susurró al oído:

-"...el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan".

Aquella misma noche la bebé comió y durmió tranquilamente.

Aunque mi razón a veces dudaba, algo dentro de mí me serenaba diciéndome que la pequeña ya estaba sanada, y eso me hacía sentir de maravilla.

Todo era alegría en aquel hogar. Hasta el perro pastor me lamía y relamía las manos, era su manera de agradecerme el... ¿el milagro?

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