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En mi corazón, confié en que Julián de Malturgia se hubiera salvado de una u otra forma. Acepté sin agravios el destino y concluí la misión, o parte de ella, pues la Espada Esmeralda se la tragó el mar. El viejo caballero fue recibido con un conmovedor abrazo por su anciano tío.

¿Tío o no?, eso no importa, nadie debe juzgar a nadie, menos condenar, sino "el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra".

El Papa Celestino III, quien moriría a los noventa y dos años en 1198, un año antes que Ricardo I "Corazón de León", me recompensó con generosidad. Y con ese oro regresé a Malta esperando encontrar a mi buen amigo monje, pero no estaba allí.

Decidí esperarlo y me establecí como comerciante. Viajaba entre la Isla y las costas continentales, llevando el delicioso vino del monasterio y trayendo mercancías que se necesitaban en Malta.

No lo hacía tanto por las ganancias de aquel comercio, más bien porque esperaba saber algo sobre Julián. Pero el tiempo transcurrió sin noticias suyas.

Conocí a una bella maltesa (vuestra madre) que me cautivó el corazón, la desposé, y no puedo negar que me siento feliz con el hogar que formamos. Ustedes, amados hijos, fueron la culminación de mi realización como hombre.

Los demás monjes y yo sólo hemos escuchado rumores de viajeros y marineros que dicen haberlo visto con un halcón al hombro. Unos que en Ceuta, otros que en Toledo, otros que en Túnez, otros más que en Jerusalén... Quizás así haya sido, a lo mejor todos lo han visto. Él tenía muy clara su misión: difundir el Mensaje de Jesús de Nazaret, sin la distorsión que han hecho algunos hombres.

Han pasado poco más de veinte años desde el naufragio que nos separó, tiempo suficiente para reflexionar sobre la pregunta de cuál es mi esencia, que alguna vez él me hiciera. Le volvería a responder que soy un guerrero, pero también le diría que el verdadero guerrero no es quien lucha contra otros, sino quien da las batallas contra los desafíos que lanza la vida, para el bien de sus semejantes y del suyo propio. Se es guerrero de espíritu no de cuerpo.

Las armas de un guerrero pueden ir desde una espada hasta una pluma. Prefiero esta última.

Concluir esta crónica antes de presentar mi última batalla, ha sido otra batalla hermosa de mi vida. Espero, queridos hijos, haberla brindado con excelencia, para su disfrute, su aprendizaje y un mayor conocimiento de la vida de su padre. Porque todo guerrero debe dar cada batalla de un modo excelente, entregando siempre lo mejor de sí, de lo contrario no será digno de llamarse guerrero.

Aunque todos llevamos adentro un maestro, espero algún día encontrarme de nuevo con el monje Julián de Malturgia. Que me cuente qué estaba escrito en el Libro de la Vida o si el mar también se lo arrebató. No obstante, la verdad es que ya no me importa saberlo, pues creo que cada Ser escribe su "Libro de la Vida", con enseñanzas distintas y necesarias para cada cual.

O a lo mejor, alguno de ustedes es quien lo encuentra. De todos modos, busquen a su maestro, dentro de ustedes, en su corazón.

Que Dios Padre los bendiga.

Por ahora, me voy a quemar unos aromáticos tallos de ese precioso arbolito llamado palo santo.

*FIN*

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