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José descubre que su cáncer científicamente es fascinante (“Seguiré viviendo” 5a. entrega)

La vida suele tomar rumbos que se apartan de los objetivos idealizados en la infancia. José, como en los cuentos de hadas, soñó con una casa encantada, inundada de fragancias, con una doncella tierna y amorosa, y con un hogar dichoso y duradero. Fue su visión inocente de la vida. Tuvo un techo –para no quejarse– que lo resguardó del frío, pero sin los aromas romántico soñados. La doncella fantaseada, «fue un hechizo de pésima factura», él lo decía. «Amantes no previstas me endulzaron el amargo destilado de la reina de la casa». Los niños fueron el único sueño que dejó la realidad incólume. Ellos, que eran en su fantasía el elemento menos trascendente, a través de su hija se convirtieron en un suceso inesperado y grato.

Los patrones que le inculcaron en el hogar y en el colegio los reemplazó José, por fuerza de las circunstancias, por un modelo propio. Uno excéntrico, realizable y práctico, en oposición a uno ideal, pero imposible. La mujer esposa, amante, amiga, ama de casa y madre, no fue la que encontró en Elisa. Su dicha con ella fue fugaz. «El título de esposa apenas es un mote con el que fundamenta su derecho a infligirme todo tipo de agresiones». En ausencia de la esposa-amiga-amante, como compensación buscó auténticas amigas y auténticas amantes. Sin embargo, ya herido por su enfermedad, con un dejo de nostálgico reclamo decía que había que contentarse con lo real que era lo único contable. Y lo decía pensando en los sueños frustrados de su juventud, pero también, en la incertidumbre del futuro: en lo que sería «su vida» tras la muerte. «Son reales mis gozos y mis sufrimientos, lo que di y lo que me brindaron, lo que conquisté y lo que me arrebataron. En cambio el más allá acaso no sea más que un sentimiento o un deseo. Una eventualidad nebulosa, como la suerte, contraria a lo que deseamos... de pronto inexistente».

Creía en la felicidad como objetivo primordial del hombre. «La quiero aquí y ahora. Otros mortificándose la desechan aquí, con la esperanza de que en el otro mundo los esté aguardando. Algunos la quieren ahora sin importar su precio, inclusive el daño de sus semejantes. Yo la anhelo con cordura y sin afanes, a sabiendas de que entre la búsqueda y el hallazgo, la felicidad a veces se refunde».  Consciente de que era amo del presente, pero incierto dueño del mañana, no la pospuso cuando tuvo la posibilidad de tenerla entre sus manos. El placer fue su fuente, pero también lo fueron sus desvelos cuando significaron la dicha de los suyos. Porque la felicidad que reclamaba era goce sensual, pero también satisfacción espiritual.

Había dicho que no estaba dispuesto a tener al final de sus días un saldo negativo. Lo consiguió. El balance le era favorable. «No estoy arrepentido. Mis padecimientos fueron estrictamente necesarios, no padecí por gusto. No practiqué la templaza innecesariamente. Tampoco ambicioné el poder y la riqueza, en cuya consecución  el hombre sin darse cuenta arruina su ventura. A mi modo de ver, el poder no da felicidad sino esclaviza. Mi hedonismo fue mal interpretado, mis críticos sólo imaginaron en el placer el desenfreno, el sexo, la droga y el alcohol. Pero de ellos, el goce erótico fue el único que me sedujo. Mi hedonismo fue una refinada estimulación de los sentidos: el horizonte encendido del ocaso, el sol resplandeciente, el cielo azul inmaculado, el vivo verdor de la naturaleza, el agua cantarina, el mar espumoso y murmurante, la brisa cálida, el arenal dorado, el canto melodioso de las aves, el aire puro y perfumado. O la contemplación de una pintura, el arrobamiento por una nota musical, la lectura de un poema, un buen vino, un suculento plato, un concierto, una película, una alegre compañía. Todo eso tuve, así como el éxtasis sobre la piel desnuda. He cumplido, no tuve que arrepentirme de lo que dejé de hacer... porque lo hice.  Nunca pasaron el alcohol ni las drogas por mi vida, nada que pudiera someter mi voluntad, porque el contrasentido del placer es terminar esclavo del estímulo que lo propicia. El vicioso disfruta menos que lo que padece».

Pero tuvo que explicar su concepción del placer para borrar la idea de la conducta disoluta. Exculpado su modelo por no ser licencioso, tacharon entonces su  hedonismo de egoísta. Nada que le hubiera preocupado, porque explicaba que egoísta ha sido siempre el ser humano. «Alberga malos sentimientos, pero también una extraña disposición a prodigar felicidad a otros. Hace parte de su esencia. El niño al convertirse en adulto se pervierte, pero también renuncia al egoísmo absoluto de la infancia. El niño que arrebata el bocado a sus papás, se transforma en el padre protector que ayuna antes que privar a su hijo de un bocado. Esa sorprendente sensación de bienestar al prodigarse, también quedó incluida en mi lista de placeres. Regocijarse cuando alcanza la felicidad el oprimido, conmoverse con la gratitud de quien hemos consolado, sentirse inmenso cuando se calma la necesidad de un niño hambriento, sentir como propia la felicidad de quien sale con nuestra ayuda de un trance doloroso... Esos fueron placeres filantrópicos».

 

Continuará…

Entre la amante y un matrimonio mal llevado (“Seguiré Viviendo” 7ª. entrega)

Luis María Murillo Sarmiento

 

Portada "Seguiré Viviendo"“Seguiré viviendo”, con trazas de ensayo, es una novela de trescientas cuartillas sobre un moribundo que enfrenta su final con ánimo hedonista. El protagonista, que le niega a la muerte su destino trágico, dedica sus postreros días a repasar su vida, a reflexionar sobre el mundo y la existencia, a especular con la muerte, y ante todo, a hacer un juicio a todo lo visto y lo vivido.

 

 

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