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Don Uldarico, que es mi patrón, es una cabrilla del carajo y, siempre y cuando no esté enfrentado con el viejo Chucho, no tiene problemas con nadie, es muy buena gente y recoge a todos los pasajeros que le hacen la parada y no jode para dejarlos donde necesitan bajarse; para qué, el hombre le da pierna al acelerador, pero nunca jodió a los carritos pequeños. Con decirles que yo trabaje con don Chucho y el viejo cabrón hasta le casca a uno, y que va, uno aguanta hasta cierto punto, cuando yo trabajaba con él pensé un día: ya me sacó la piedra este viejito güevón y no le aguanto ni media más, a este catano yo lo vuelvo flecos; así fue que una tarde me le paré a ver cuál era la joda conmigo, confiando darle una solfa para que la parara, que dejara la montada, en otras palabras cascar al viejito para que le sirviera de escarmiento y yo quedar como un héroe delante de todos en la playa, pero vean lo que pasó, sólo detallen; agarra ese viejo malparido y me espera a que yo le tirara el primer bofetón, bueno, yo no esperaba que pudiera hacer lo que hizo, me paró el golpe yo no sé cómo, se me arrimó rápidamente y me soltó un tramacazo que me cogió nariz y boca y hasta en los ojos lo sentí mientras me iba de culo, hasta la mierda, no joda, yo nunca pensé que un varón pudiera tener la mano tan grande y tan pesada, a pesar de lo vieja; cuando pude pararme, creo que unos cinco minutos después, todavía atontado y con la mirada nublada, lo vi parado contra el mostrador de la tienda, con una cerveza en la mano, como siempre, y tranquilo como el putas, yo le iba a revirar y tirarle todos los golpes que se merecía el viejo güevón cuando vi a mi llavecita el “Mierdegato”, lo llamábamos así porque era tan malo el cabrón que los choferes comentaban que era la mierda que no tapó el gato, que se arrimaba a don Chucho mirándolo golpeado, con los puños cerrados y la sonrisa de medio lado:

-          Viejo marica, con qué muy voliadito ¿no?- le dijo, mientras don Chucho seguía tranquilo tomándose su cerveza –venga con un macho catano malparido.

El viejo, como si nada, le dijo que tranquilo, que no fuera tan exaltado, que dejara la mala sangre, pero, que si de verdad quería problemas que se armara porque  él, don Jesús, no quería seguir mariquiando con peleas de chinos pendejos; pero el “Mierdegato”, terco porque estaba tomado; insistía en la pelea mientras los otros choferes que estaban en la tienda le decían que evitara líos.     

- Hijueputas, lo que pasa es que a ustedes le tiemblan los pantalones ante este viejito hijueputica –les gritaba- pero a mí no, que salga para ver que tan verraco es el malparido.      

- Mire chinito güevón, no se meta con varón porque tiene que llevar el bulto- le decía con calma, don Chucho.     

- El bulto o el pato o el burro o el alacrán o lo que sea; aquí todos le comen miedo, pero le salió su varón viejo catre hijuemadre.

Yo si quería que Luis Ñeque, el “Mierdegato”, le clavara la mano al viejito ese que la montó de terronera en el terminal de los buses y que comía del miedo de choferes y ayudantes que nos habíamos reunido al frente de la tienda para ver como nuestra llavecita le calmaba la fiebre, rumbo a su bus; yo creo que, en el fondo, los choferes también querían lo mismo, pero permanecieron callados mientras el viejo se paraba frente al bus, mandaba por otra pola a su sonriente ayudante y llamaba a Luis Ñeque:  

- Venga mal paridito, chinito güevoncito,  ya que le quiere pegar a un hombre hecho y derecho, venga hijueputica, venga mi amor, no sea mierdita.   

- Venga usted para acá, viejo cabrón- le gritó Luis.El viejo tenía el sol de frente, se tomó un sorbo de la botella, escupió y se retiro del bus para recostarse contra la pared, a la sombra y sin prestar mayor atención al “Mierdegato”.   

- No mi vida, mariquita de mis amores, venga a donde su papacito, chinito poneculo, -le dijo don Chucho mientras desocupaba la botella de agria y la dejaba a un lado- venga, hijito de mala madre, venga, culito de mis sueños –le decía con voz cariñosa –venga para acá hijueputica –sin retirarse de la pared- venga, sueñito de mis malparideces, hijueputica mío de mi vida, acérquese a su papacito de sus sueños, gran güevoncito.

Tanto lo jodió y jodió el viejo Chucho, que “Mierdegato” se le tiro a llevárselo a como fuera y, con el puñetazo que le mandó para masacrarlo, se le acabó la mano contra la pared.     

- Niñito- le dijo cariñoso don Chucho, después de esquivar el golpe- no se tire las paredes que están muy caras, pégueme a mí.    

- Viejo malnacido, lo voy a matar- le dijo Luis Ñeque y se fue para el carro a sacar el machete.    

- “Mujer Maravilla”, deje de reírse como imbécil y sáqueme la macheta del bus, pero no se afane malparido que no hay afán- le dijo a su ayudante –y tráigame otra botella de pola que está haciendo mucho calor.             

El viejo era así, sin afanes, como si la vida ya no le importara, importándole; cuando le llegó la rula tres canales la cogió con la mano izquierda, como si nada, se la limpió contra el pantalón y le dijo a Luis Ñeque, que estaba lejitos mirándolo:  

- Bueno, mariconcito, sigue o se corre, ¿ahora, que es lo que me va a hacer?    

- Matarlo, viejo hijueputa- le grito Luis.    

- Venga, chinito desmadrado- dijo el hombre, calmoso, como si no tuviera ningún problema- máteme, si puede. 

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