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“…Dios te libre, poeta,
de escribir una estrofa que contriste;
de turbar con tu ceño
y tu lógica triste
la lógica divina de un ensueño…”

Amado Nervo

Su nombre de bautizo fue José Amado Nervo Ordaz, desde pequeño la gente se refería a él como Amado. Su nombre es tan perfecto como su literatura.  “Amado Nervo –opinaba el dominicano Bazil  -es un nombre que quien lo viera por primera vez escrito, convencido quedaba de que era un nombre de fácil incrustación en la memoria, en la historia y en la gloria de los pueblos…Quien tal nombre llevare, contrae una responsabilidad histórica”. Mientras que Rubén Darío improvisó una noche en París: “-este del nombre que es una piedra preciosa: Amado es la palabra que en querer se concreta, Nervo es la vibración de los nervios del mal…” (1).

Mexicano. Nació en Tepic el 27 de agosto de 1870. Descendiente de una vieja familia española que se estableció en San Blas a principios de 1700. Hijo de Don Amado Nervo y Maldonado y de Doña Juana Ordaz Núñez. Fue el mayor de seis hermanos: Francisco, Luis, Rodolfo, Ángela, Elvira y Concha, así como dos hermanas adoptivas: Virginia y Catalina Cadenne. Todos ellos crecieron en un escenario provincial envidiable en donde la plaza era el centro de reunión y el  Templo sin atrio pero con cementerio acogía venerablemente a los feligreses que lo abarrotaban los domingos. Nervo siempre hacía alusión a las noches profundas de su región, las temporadas de lluvia, los cocuyos y los pasos de la gente del pueblo. En diversas ocasiones se refirió a su casa provincial, actualmente ubicada en la calle Zacatecas norte número 284 en Tepic, Nayarit, las habitaciones en ella estaban dispuestas alrededor del patio enorme. También había un pozo en el que él y sus hermanos se divertían arrojando piedras con el objeto de escuchar a las ranas croar. Cuentan que tenían como mascota una tortuga que sacaba y metía la cabeza de su caparazón asustada de tanto bullicio. Esto sirvió de inspiración para que los hermanos crearan los siguientes versos que solían cantar divertidos:

En el brocal del pozo de agua
Hice un buque de papel
El barquito no navega
Pues no tiene timonel.

La tortuga se encarama
Boga, boga, boga en él.
La tortuga la dirige
Más no tiene timonel.

Refiere Amado Nervo que siendo un niño una de sus hermanas, como travesura leyó en familia algunos de los versos que aquel escribía a escondidas. Su padre los escuchó con el ceño fruncido pero no dijo nada.  Tenía un almacén conocido como “El puerto de San Francisco”, según el autor, si la oposición de su progenitor hubiese sido mayor habría encaminado su vida a amasar su fortuna a expensas del dinero de los demás.  Por su parte, la madre de Amado nada dijo pues ella misma escribía versos en secreto.

Para Nervo, los recuerdos y remembranzas de su infancia son esenciales y constituyen el centro mismo de su talento. Constantemente rememoraba esas mañanas en que su madre y la nana trabajaban incansables en el gran cuarto del fondo que estaba destinado a la cocina para preparar los alimentos que la familia habría de llevarse a la boca. También hace alusión a la gran tina de madera colocada por la Nana  en el centro de la recamara con objeto de que se asearan y para lo cual les calentaba agua en un brasero en el patio que luego acarreaba en cubetas.

Su primer acercamiento con las letras se dio a través del libro de recetas de su madre “La cocinera poblana”. Es entre estas páginas que comprende el peso de las palabras impresas y como sucede con muchos escritores, la marca imperecedera que permanece de esos recuerdos en familia son los que trazan después el camino de las letras que habrán de seguir. En su caso fueron las tradiciones religiosas que su madre mantenía celosamente en forma de inciensos e imágenes para alabar. Del baúl en la esquina de la habitación materna repleto de recuerdos entrañables, de las historias de la vida de los Santos que les refería la abuela Cecilia y las ficciones de hadas y princesas que la Nana les contaba concienzudamente cada día.

Cursó la primaria en una escuela particular de su ciudad natal manejada por dos solteronas católicas en donde, junto con sus hermanos varones, aprendían de doctrina cristiana, lectura, escritura, aritmética, geometría, historia sagrada, geografía, urbanidad y moral de la mano de textos como La Gramática de Quiroz, y Velázquez, La urbanidad por Carreño, El Catecismo de Ripalda. Todo esto complementado con las lecciones de piano que le dictaba un profesor de música ciego.

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