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“El amor y la amistad deberían ser eternos”

En todas las ceremonias de casamiento el oficiante del rito (sacerdote, pastor, ministro, notario, juez, etc.) le dice a la pareja: “Hasta que la muerte los separe”, para dar por finalizada la primera parte del matrimonio; los contrayentes se miran dichosos, convencidos de esto y se dan el beso que sella el compromiso. Bueno, dirán algunos, y las parejas que conviven en unión libre, ¿qué?... me permito afirmar que ellos también, en algún momento, han pensado durar para siempre, claro, si se unieron por sentimientos y no sólo por el deseo físico.

¿Esto tan bonito es una realidad? La respuesta sincera y concluyente es NO. Son contados los casos en que se cumple eso que se escuchó el día del casamiento. Las parejas de recién casados – hablo de los que llevan menos de diez años- se enojan conmigo cuando me escuchan esta afirmación y sostienen qué, ellos sí, me van a demostrar que existe el amor verdadero y eterno, yo los dejo que digan; la realidad les demuestra que convivir bajo el mismo techo se torna molesto por variadas circunstancias y que una cosa son los sueños románticos y otra las realidades cotidianas.

Te amaré por siempre es una de las más grandes mentiras que hizo carrera. No lo digo yo, revisen la historia, lean biografías, métanse en los chismes de farándula, los matrimonios se acaban, los amantes se cansan, los enamorados de ayer son los enemigos de hoy. Se dice que toda regla tiene sus excepciones, pues claro, pero las excepciones son mínimas en comparación a la magnitud de casos en que la regla se cumple. Las matemáticas no mienten, un enorme porcentaje de parejas se separan y no me digan que se apartan por amor, se dejan porque se les acabó el amor, así de fácil, ya nada los une, nada los atrae a esa persona que en el pasado fue su vida y todos sus sueños.

Muchas parejas celebran el primer aniversario, en menor número el quinto, muchísimas menos el décimo, escasean las celebraciones de las bodas de plata (25 años, por si acaso no lo recuerdan), ¿35 años de vida en común, eso existe?, preguntan incrédulos la mayoría; ¿bodas de oro (50 años), eso qué es? Y las de diamante (75 años de vida en común) ¿existen? Mis estimados lectores, mi curiosidad me hace revisar estadísticas que no trascribo para no aburrirlos, pero ese amor que se jura y se reafirma en el noviazgo y los primeros años de vida en pareja no dura, esa cosa bonita se ve en las telenovelas no en la vida real. Algunas parejas (según las estadísticas) se soportan por los hijos, otras porque tienen intereses económicos en común, la mayoría sigue porque le tienen miedo al qué dirán, al chisme, a las murmuraciones, en especial las parejas mayores que fueron educadas con el sentido del ridículo –los jóvenes de ahora se separan y punto- y la mayoría que supera los 30 años en común, por miedo a la soledad;  permanecen en un caldo de odio y de resentimientos para no enfrentar la crítica social.

Y no quiero referirme a parejas ajenas, para ser lo más objetivo posible he sacado conclusiones de la vida en pareja de miembros de mi propia familia y personas muy allegadas a ella. En la misma celebración de los treinta o cuarenta o cincuenta años de convivencia escuché a uno de los integrantes de la feliz pareja (sin la presencia del otro, por supuesto) declarar el cansancio, aburrimiento o fastidio que sentía por su cónyuge, lo que no quitaba que minutos más tarde lo abrazara y besara para las fotos del recuerdo. Mi tío fue más valiente, en contra de la opinión de toda su sagrada, conservadora y religiosa familia mandó para el carajo a su querida esposa cuando se aburrió de ella después de treinta años de matrimonio. Mi abuelo tuvo varias mujeres y en la imaginación lo veo prometiéndole amor eterno a cada una de ellas. Casanova se rendía de amor ante cada conquista y supongo que igual actitud tomaba don Juan y casi todas les creían, es que una de las condiciones para que la relación permanezca es despertar en el otro la idea de seguridad en la relación.

Pero, ¿existe  el amor?, pues claro, nunca lo he dudado, jamás podré negarlo y tampoco podré jurar por lo más sagrado que no existan seres humanos que se quieren de verdad, por supuesto que los hay… casi no los veo, poco los conozco. Pero sí existen, deben existir, hay que cuidarlos, son una especie en vías de extinción. Todas las parejas, con las cuales trabajo en terapia de grupo, se culpan mutuamente del desamor. Olvidan que una pareja son dos -deben ser sólo dos- y que cuando se presentan las desavenencias hay parte de responsabilidad en ambos; cada uno trata de echar la totalidad de la culpa al otro, no hay tal,  a través de las charlas con ambos por separado y luego con la presencia de los dos, empiezan a aceptar que hay errores de parte y parte; el problema, para muchos, es aceptar que se tiene parte de la responsabilidad en el problema… muchos no vuelven porque no se les dio la razón y no quisieron aceptar su parte de responsabilidad.

 

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