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Con todo el respeto que se merecen los grandes escritores y escritoras de la historia, me gustaría decir que estoy cansado de escuchar los mismos nombres una y otra vez, en un ritual enfermizo y sin salida. Algunas veces me parece que el mundo, hoy por hoy, carece de artistas capaces de superar a los maestros de antes, de acuerdo a la opinión de los “gurues” de la literatura. Sin excluirme, nos hace falta un poco de criterio y amor propio para superar este estancamiento del mundo literario global.

En la comunidad literaria he leído poetas y poetisas cuya rima y sentimiento son equiparables a muchos maestros. También he disfrutado de cuentos, ensayos, crónicas, novelas, minicuentos y opiniones de escritores cuyo nombre permanece en la penumbra, aunque sus letras bien podrían competir con las de autores considerados best sellers. Es más, algunos de los autores incluso niegan sus capacidades, eclipsados por el nombre de uno o dos poetas o escritores.

Me da risa cuando, año tras año, el idioma español rinde pleitesía a [[Miguel de Cervantes Saavedra]] e incultos intelectuales abren sus grandes y muy educadas gargantas (certificadas por diplomas de prestigiosas universidades) para proclamar, a diestra y siniestra, voz en cuello, dientes para afuera y blandiendo puños, que nadie jamás superará al “genio de los genios”. Bueno… quizás ellos así lo vean, porque se sienten incapaces de crear una oración que no sea una frase de cajón. No obstante, me consta que hay muchos autores entre jóvenes y adultos que sí saben escribir, al contrario de muchos críticos literarios reconocidos.

El mundo de hoy se considera “perfecto” por que ha sido delimitado por reglas, normas y estándares. Todo es etiquetado y todo es inventariado. Los artistas, en general, nos hemos caracterizado por “romper este molde”. Por ser el punto negro en el esqueleto de cualquier civilización, a través de la historia de la humanidad. Es por eso que me indigna ver, en algunos casos, personajes que indican al escritor la “mejor forma de llevar a cabo su obra maestra”.

¿Ustedes se imaginan a alguno de los críticos de hoy, indicando a da Vinci cómo ha de pintar su [[Gioconda]]? ¿Dirigiendo la mano de [[Mozart]] – el rompemoldes y rompeprotocolos por excelencia – durante la composición del [[Réquiem]]? Las únicas veces en que los artistas han llegado a realizarse como tales, fue ignorando a los críticos y siguiendo su corazón.

Claro está que es necesario un sentido común y una vena artística. Ser capaz de ver su obra con un ojo crítico y decir: soy capaz de algo mejor – y hacerlo. Ver el trabajo de alguien y saber valorarlo y  aceptar que muchas veces es mejor que el nuestro. Eso es lo que hace a un artista. No lo hace la crítica o la valoración de una editorial.

Aquellos artistas que están en comunicación con su alma, son capaces de plasmar lo que ella les dice en su obra, de forma comprensible para los demás. Por que eso es lo más difícil: hacer sentir al que ve, escucha o lee tu obra, lo que quieres expresar a través de ella.

El sentimiento es la clave de todo trabajo artístico. Y el sentimiento no se rige por normas o reglas. Olvídense de eso. Es como si nos dieran un “Manual para profesar amor” o un “Manual para sentir la furia”. ¡Sería ridículo! Sin embargo, es lo que pretenden muchos “intelectuales” de hoy. Pretenden crear de “Gabo”, Benedetti (QEPD), Neruda, Eco, Pombo, etc. moldes a seguir en la formación de nuevos artistas y formas de expresión…. ¡Por Dios! Si lo que los ha inmortalizado es, precisamente, que rompieron el molde.

Mi mensaje para los artistas es que tengan cuidado. Cuidado con aquel que les dice qué deben sentir y cómo han de sentirlo. Si permiten que esto pase, pueden tachar de plano su vocación, colgarse un diploma de “intelectual” en el pecho, y desgañitarse el día del idioma o del artista, junto a los demás “conocedores” del tema. Eso equivale a vender su alma… Ya que en las letras, en los sonidos o colores, es la expresión del lenguaje del alma. Algo que no encontrarán en un diccionario, una norma, un portafolio o una bolsa de valores. Es el lenguaje de los sentimientos: más valioso que la vida misma y la esencia de su ser.

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